El final del todo.

Un castillo al lado del camino.

Sebio Rú Ede ordenó el alto. El camino se extendía hasta donde alcanzaba la vista al frente, detrás solo unos kilómetros hasta perderse entre los arboles. De un lado la llanura ocupaba todo el paisaje; en el horizonte se podía apreciar el pico nevado de la montaña Raka. Del otro, el lidero de un bosque de olmos y castaños que los zieños llamaban “el guía”.

En la llanura, a unos tres metros alejado del camino había una estructura medio derruida. Eilar se le quedo viendo mientras el resto del grupo se acercaba para buscar un buen lugar donde acampar. A su derecha se encontraba Abjil, esperando por la decisión de su maestra. Yukineito detuvo a su caballo a la izquierda de la pareja.

—Este lugar no me agrada. —dijo distraídamente.

La caballero le dirigió una mirada. La ahkinei contemplaba la construcción con sus enormes ojos. De esa manera le pareció más joven que antes. De repente fue muy consciente de como se veían los tres juntos y recordó la burla de Mark. Se apresuró a descabalgar. Abjil la siguió pero la cazadora se quedo monada en él sintrah y mirando el lugar como si buscara algo en él, o a través de él.

El resto de la compañía seguía explorando. Los dos axrat andaban saltando por la estructura. En una ocasión uno estuvo a punto de caer cuando una vieja viga se partió bajo su peso. Su compañero lo salvó en el ultimo momento. Sebio se adentro en el lugar con la seguridad propia de un Rú. El tipo raro Ko, andaba detrás de él como una sombra.

Mark, ella era todo un espectáculo. La acompañaban seis sirvientes, todos hombres. Un par se afanaban en levantar las tiendas. Otros dos se encargaban de la fogata y la comida. EL resto andaban de aquí para aya cumpliendo con tareas misceláneas. Ademas, al igual que Ko a Sebio, a ella la seguían las dos chicas que la habían ayudado a vestirse para el combate.

—¿Donde vamos a acampar, maestra? —la voz de Abjil la saco de su contemplación. En las manos llevaba un saco con la tienda.

—No lo sé. — Respondió la caballero—. Por ahora deja eso en un rincón y encargate de los caballos.

Su alumno asintió y puso manos a la obra. Ella se dispuso a explorar.

La pared de la entrada, o mejor dicho, el muro, era de piedra gris unida con mortero que se desmoronaba de viejo. En la cima se notaban vestigios de lo que en algún momento del pasado fueron almenas. Dentro, el espacio se extendía hasta las paredes rotas que seguramente fueron un salón enorme. Eilar se imagino los establos a un lado de la entrada, en una esquina entre la entrada y el salón podían haber estado una herrería, quizá las perreras o alguna otra estructura esencial para el funcionamiento de un castillo.

Claro que ella no sabia como podría haberse visto pues todo lo que conocía de esas construcciones provenía de libros y antigüedades viejas. Llamó a su alumno y le indicó que pusiera la tienda justo donde debería estar el establo. Mientras el chico cumplía con su tarea se imagino a los caballos paseando por el patio. No conocía mucho de ellos así que su mente plantó una manada de sintrah esparcidas por el lugar plácidamente.

Entonces una voz chillona la saco de su ensoñación.

—Ser Eilar. —Era… bueno ya se imaginan quien era ¿no?

La aludida bufó de fastidio y siguió mirando al frente, intentando concentrarse en la antigua fortaleza. Mark no se lo permitió.

—¿Considerando bienes raíces? —Pregunto de manera burlona. —no es el mejor lugar pero seguro que se adecuá a tu presupuesto.

—Princesa Mark. —Exclamó Eilar como si acabara de notarla. —Me disculpo, no la había notado.

Esperaba molestarla con eso pero la togos soltó una carcajada.

—Eso pasa por andar pensando en cosas que no debe. —Le dio una mirada significativa a Abjil que seguía peleándose con la tienda de campaña. La caballero, viendo que su comentario no había causado la reacción deseada fue directo al grano.

—¿Qué quieres princesa? — pregunto con evidente fastidio.

Mark la miro desconcertada pero enseguida cambio de actitud y volvió a sonreír.

—Solo venía a saludar.

Eilar iba a contestar algo que pretendía que fuera lo suficientemente hiriente para que aquella mujer no volviera a dirigir le la palabra pero un grito agudo se lo impidió. Todos los ceros dirigieron la mirada a donde venia el sonido. Enseguida corrieron a ver que ocurría.

Cuando Mark y Eilar llegaron, en el lugar ya se encontraban Sebio, Yukineito y Ko. Este ultimo estaba hincado revisando el cuerpo de una mujer muy alta. Mark la reconoció al instante y empujó a todos para llegar hasta ella. Era una de sus ayudantes. Las dos chicas que la acompañaban no eran sus amigas. No, las matriarcas de las togos no tienen amigos, pero eran lo más cercano que ella podía tener. En su abdomen una rajada horizontal dejaba sus tripas al aire como gusanos rojos. No tenía otras heridas pero sus ojos estaban completamente negros, parecían los de un animal. Estaba claro lo que había sucedido pero aún así la princesa rujió preguntando.

—¿Qué pasó? —Miraba a Ko con ira.

El hombre no dijo palabra alguna, solamente señaló la cara de la mujer.

Mark apretó los dientes y gruñó. Alguien dijo: “sombras” pero Eilar no supo quien fue.

—¿A esta hora? —.Volvió a preguntar Mark, hacía un gran esfuerzo por contener su rabia.

Nadie contestó. El sol apenas se estaba ocultando, ninguna sombra debería ser capaz de soportar esa luz rojiza que se reflejaba en las nubes…




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