El final del todo.

La sombra entre nosotros.

Lo primero que vieron al llegar fue la gran muralla que se extendía por kilómetros en ambas direcciones. Según los historiadores, la construcción defensiva se había ido ampliando conforme la ciudad crecía. Es casi un ser vivo, al menos así la describían los escritores. 

Eilar solo vio una pared de piedra como cualquier otra, solo que muy larga y de seis o siete metros de altura. Ni siquiera brillaba como la de Zin por la magia, ni tenía murales tallados como la de Orion. Solo era piedra gris y liza. 
Las puertas de madera maldita eran tan amplias como para permitir la entrada de una carreta con suministros, toldo y demás. Había dos separadas por cinco metros de muro. 

En cada una dos ahkinei de cabello amarillo paja y piel pálida interrogaban a todo aquel que quisiera entrar. Incluso a los miembros de círculo, sin importar si mostraban su placa de identificación. Debido a eso y a que la que tenían en frente era la única entrada, Sebio les ordenó que esperasen ahí mientras él buscaba a los dos miembros que faltaban. 
El día estaba llegando a su fin, pero el sol aún no pintaba de rojo el cielo. En paralelo a la muralla había cientos de tiendas de acampar, presumible mente en la misma condición que el grupo. Muchas de estas estaban siendo levantadas para partir. El bosque aún estaba a varios kilómetros detrás de la ciudad pero igual no era un lugar donde desearías pasar la noche. Los ceros tomaron uno de esos lugares que se acababan de liberar y montaron su campamento.
La línea de tiendas estaba llena de antorchas y esferas de luz. Era un río luminoso que rodeaba una gran parte de Hat, como una primera línea de defensa de la ciudad. La muralla de la ciudad, contrario que en el día, también brillaba con una luz plateada como si reflejase la luz de la luna aunque con más intensidad. Había tanta luz en ese lugar que cuando Eilar miró el cielo las estrellas eran apenas unos cuantos puntos dispersos entre ese mar de negro. 
La mujer apartó la vista del triste paisaje. En sus manos tenía un tamal recalentado. Estaba seco y desabrido. Nadie que ella conociera los hacía bien, pero duraban mucho y se podían comer sin usar nada más que la envoltura de hoja de maíz. Eran una buena comida para viajar. 
Del otro lado de la pequeña hoguera estaba Abjil, él ya se había acabado su ración y solo miraba el fuego, absorto. Hasta ahora no se había preguntado cómo se sentía el chico después de lo de aquella noche. Dejó su comida a un lado y se acercó a él. No reaccionó así que Eilar se puso en cuclillas tapándole del fuego. El chico pareció salir de un trance y la miró como si no la reconociera. 
—¿Cómo te sientes? —Preguntó. 
—Bien. —Respondió él, intentó sonreír pero no lo consiguió. 
Ella le quitó de las manos la hoja de maíz vacía y la aventó al fuego. Quería consolarlo, decirle que todo había pasado ya y que el futuro sería mejor pero no podía. Era una mentira como un castillo y Abjil no se la tragaría. Además ella no era su madre, tampoco quería serlo. Se levantó agarrando sus manos y lo obligó a imitarla. 
—Estas tenso. —Le dijo—. Yo también; ven, vamos dentro. La tienda ya está preparada. 
El chico se sonrojo y tartamudeo.
—P... Pero... A... Hay mucha personas.
—Como si me importara. 
La mujer togos se dio la vuelta y se dirigió, sin prisa pero sin pausa, hacia el interior de su refugio. El chico no ofreció resistencia. Apenas entraron él la abrazó por detrás, ya estaba duro y ansioso. Eilar lo dejó hacer un momento. La verdad había tenido muchas parejas con diferentes grados de experiencia, pero Abjil solo la había conocido a ella. Aveces era desesperante pero tenía lo suyo. 
Se giró suavemente y lo apartó un poco, Abjil sudaba y la miraba expectante. Ella disfrutó de su reacción un momento. En ocasiones lo dejaba hacer lo que quisiera y eso siempre era... tierno, a su modo, pero ésta vez quería disfrutarlo. Quién sabe cuándo podrían volver a hacerlo o si podrían volver a hacerlo. 
Le acarició la cara, su piel era tersa y suave, rebosante de juventud. Luego siguió bajando. Rosó su cuello, su clavícula. Abjil se estremeció y comenzó a respirar agitada mente. Eilar siguió bajando hasta que la ropa la detuvo. Usó ambas manos para deshacerse del estorbo y lo tiró a un lado. Enseguida hizo lo mismo con su ropa, aún peleaba por sacarse la prenda por la cabeza cuando sintió las manos del chico rodeándola, le enterró la cabeza entre las tetas y aspiró. Estaba a la altura exacta así que era de esperarse. 
Por fin se libero de la molestia de tela y abrazó a su alumno. Se tiró sobre las mantas y lo rodeó con las piernas. Abjil medía veinte centímetros menos que ella y su complexión era delgada, la de un adolescente, ya pueden imaginarse esa escena. El chico le arrancó las vendas con las que se sujetaba el pecho y empezó a lamer la... Pero algo ocurrió y él se detuvo. Se apartó preocupado y Eilar pensó que se trataba del recuerdo de aquella noche. 
—Yo... No... No sé... Si...
Se dio cuenta de que iba a tener que adivinar le el pensamiento, como siempre. Abjil estaba rojo pero la miraba a los ojos. Dedujo Lo que ocurría en cuanto se puso a ello, lo conocía bastante bien.
—¡No quieres preñar me!
Abjil se sonrojo aún más, no creía que fuera posible, y apartó a mirada. Eilar se rió divertida, no era su intención burlarse pero no pudo evitarlo. Iba a contestarle pero la curiosidad le ganó
—¿Por qué no te habías preocupado de eso antes? 
El chico se quedó cayado y eso fue toda la respuesta que necesitó. No lo había pensado antes por la misma razón que lo hacía ahora. Era estúpido. Se apiadó un poco de él y no lo obligó a decir lo.
—No te preocupes por eso. Soy estéril. 
La reacción de Abjil no la sorprendió, en Golgón era totalmente normal pero en el resto del mundo la gente miraba con lastima a cualquier mujer en esa condición. Ya lo había experimentado antes y siempre era un fastidio. Él tenía los ojos abiertos de sorpresa y algo que era una mezcla entre horror y lastima. 
—No seas tonto. Quita esa cara. —Le ordenó. —. No es ninguna historia trágica, desde siempre quise ser caballero. ¿Crees que sería conveniente una ren que tiene que preocuparse por la menstruación cada mes? No se cómo lo hacen las otras razas pero las togos tenemos un ritual para encargarnos de eso. Además, ya tengo un hija y con eso tuve suficiente. Aclarado ese punto, olvídate de todo eso y coje me...
Lo que ocurrió esa noche en la tienda no es nada que no conozcamos y tampoco nos interesa así que pasemos directamente a la mañana siguiente.
Eilar estaba desayunando. El fuego estaba encendido aunque era mucho más pequeño que el de la noche anterior. Se sentía más relajada, incluso el tamal parecía más jugoso que antes. Había otros tres en un comal sobre la fogata. Abjil seguía dormido, lo había dejado exhausto así que por ésta vez le permitió descansar. 
Mientras disfrutaba de su insulso desayuno vio a la chica, debía dejar de pensar en ella de esa manera, o se le saldría en el momento menos indicado. Vio a Yukineito. Andaba en dirección al campamento y en las manos llevaba una cubeta con agua. Supuso qué venía del poso que habían construido los Hatianos para todos los visitantes que no alcanzaban a entrar en su ciudad. 
Le hizo una seña para llamarla pero la chica apartó la mirada. Eso la desconcertó así que se levantó y la llamó por su nombre. A Yukineito no le quedó más remedio que mirarla. Se acercó con pasos vacilantes pero antes de que llegara alguien más se le adelantó. 
—¿No te parece que ya es bastante malo que te hagas llamar caballero? —Era Mark, estaba que echaba chispas—. Además de eso te revuelcas con... Ese. Y para colmo lo anuncias al mundo como si nada. 
—Lo que yo haga en mis ratos libres no le importa a nadie, más que a mí. —Dijo Eilar secamente. La princesa le estaba echando a perder un día que había empezado muy bien. La mujer se quedó con la boca abierta, no daba crédito a la desfachatez de Eilar. Pero se recuperó rápidamente, dio unos cuantos pasos atrás y llevo un mano a su espada. 
—Soy la princesa togos. Sucesora de Leona, la suma sacerdotisa. Tú has manchado la reputación de nuestra gente y demando compensación. 
En su cara se notaba la irá. Eilar supo enseguida que la verdadera razón de todo ese numerito era la chica muerta. Intentó tragarse el orgullo y dejar que ganara ésta vez. Se levantó, hincó una rodilla en tierra y exclamó para que la gente alrededor la 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.