El final del todo.

Crónica de una muerte anunciada

Cómo podría describir el estado de Mark en ese momento. Puede que sea necesario remontarnos a su niñez. A los días en que no debía preocuparse por nada más que mirar a esa mujer, a Eilar, entrenando con la espada, haciendo aflorar su poder. 
La había admirado por tanto tiempo que cuando se auto nombró caballero y se fue a viajar como los caballeros andantes de tres generaciones atrás, no pudo entenderlo, mucho menos perdonarlo. De repente ya no era una niña; de repente era la sucesora de santa Leona, su abuela, y su vida se llenó de responsabilidades. 
Eso había volcado todo su mundo, pero no era siquiera comparable a ésto. Eilar no podía ser un sombra, no tenía ninguna lógica, y sin embargo estaba ahí parada, amenazando la vida de una persona con la espada que le había robado. El chico no le agradaba pero nadie se merecía algo así. 
—Quiero un sintrah o el chico morirá aquí mismo. 
Demandó la mujer a la que en algún momento llamó madre. Escuchó a alguien suspirar, la gente alrededor hizo ruidos de asombro. 
—Lo lamento. —Esa era la voz de Sebio, sonaba resignada pero no notó ninguno otro sentimiento—. Preferiría que no terminará así, pero no puedo dejarla andar suelta. Entiendes eso ¿no?
Los ojos del chico se abrieron como platos cuando entendió lo que estaba a punto de ocurrir. Mark también lo entendió, miró al líder. Éste hizo un ademán rápido pero claro. Los pájaros trenzaron los arcos. A partir de aquí todo lo vio con una nitidez y una lentitud desesperante. 
Eilar lanzó al chico al suelo, las cuerdas vibraron al ser liberadas y las flechas salieron disparadas. Ella ya se había resignado, ni siquiera intentó defenderse, en su lugar abrió los brazos para recibir el ataque. 
Mark miraba los proyectiles desplazando se mientras se preguntaba cómo habían llegado a este punto. Entonces el sonido de madera rompiéndose le inundó los oídos. Las astilla volaron. Una tercera flecha se había  disparado para interceptar al primer par. 
—¿Qué significa esto? —Preguntó Sebio, seguía tan calmado como antes. 
Mark se giró para ver qué había ocurrido. Mientras lo hacía la voz chillona de los niños rubios volvió a herir sus oídos. 
—Weiko, weiko. —Gritaban, o algo parecido. 
La princesa alcanzó a verlo, el tipo delgado, Ko, estaba parado detrás de la arquera; Mark no recordaba su nombre. El tipo hizo un movimiento y una punta de metal salió por el pecho de la chica. Ésta abrió mucho los ojos. Su boca parecía gritar pero de ella no salía sonido alguno, al menos eso le pareció al principio. Escuchó su voz aunque fue una especie de eco lejano. 
—¡Ayúdame! —Gritaba pero al mismo tiempo no lo hacía. Fue confuso en extremo. 
El tipo la levantó en el aire y la dejó colgando mientras él último suspiro la abandonaba, luego la tiró al suelo como si fuera basura. La sangre le escurría por la mano y poco a poco se volvía negra. 
Nadie reaccionó, el lugar estaba sumido en un silencio antinatural. Ko recorrió a todos los presentes con la mirada, parecía estar evaluando los. Luego se desvaneció en el aire como si fuera polvo o cenizas quizá...




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