El deber manda

La primera en reaccionar fue Eilar. Soltó un gritó desgarrador y corrió hacia Yukineito. Se arrodilló a su lado y derrapó un poco por la rapidez con que lo hizo. Dejó caer a tentiktli para poder tomar la cabeza de su amiga. Se la recargó en las piernas con delicadeza, algo muy raro en las mujeres de su raza y le apartó el cabello de la cara. 
Sus ojos seguían siendo negros pero el blanco estaba desapareciendo poco a poco, consumido por la pupila. La sangre seguía saliendo de su pecho y se hacía más negra por cuanto más tiempo pasaba al aire. El sol de la mañana le daba en ángulo desde la derecha y provocaba quemaduras en la piel que tocaba. 
Yukineito se quejaba con gemidos apagados, como si le faltará el aire. Sus labios estaban resecos y se agrietaban como tierra seca. Se estaba deshidratando y la agonía se notaba en su cara. 
De repente notó que un sombra las cubría. Era Mark, llevaba la espada en su mano. Eilar sabía lo que tenía que hacer y aún así dudaba. La chica era una de los pocos amigos que tenía. Además no podía dejar de verla como una niña, tenía solo quince años para una togos es lo que era oficialmente. 
—¡Apártate! —Le ordenó la princesa. 
Eilar sintió que brotaban lágrimas de sus ojos. No sé atrevió a mirar a su hija. 
—Lo haré yo. —Dijo con toda la convicción que pudo reunir. El silencio reinó por un momento que se le hizo eterno, incluso comenzó a creer que le negaría eso. Al final Mark le ofreció la empuñadura de tentictli. 
La caballero dejó a Yukineito en el suelo con delicadeza. Sus quejidos de dolor eran un martirio así que se apresuró a terminar. Tomó la espada, se levantó apoyándose en ella y la clavó en la cabeza. 
El cadáver se retorció, repentinamente. La empuñadura casi se le zafó pero la sostuvo con fuerza. Se concentró, unos rayos de luz salieron de la guarda, como si ésta tomara forma viva. Recorrieron el filo en un instante y acabaron con el sufrimiento de Yukineito.