El final del todo.

Obscuridad en el horizonte

—¿Cómo es posible, ese tipo era tu subordinado? 
Esa pregunta la gritó Eilar, estaba furiosa. Mark, por su parte, no sabía que hacer. El recuerdo de Anthoan aún la seguía, seguramente también a ella la había matado aquel hombre. 
Del cadáver de la chica ya no quedaba nada. Los pocos restos habían volado por el viento. 
—Me disculpo. —Dijo Sebio pero, como siempre, en su voz apenas se notaba algún sentimiento. Ese tipo no era humano. 
Tentictli seguía clavada donde hasta hacía poco estuvo el cráneo de la muerta. Una quemadura rodeaba el lugar y esas eran todas las pruebas que quedaban de lo que había ocurrido. Además de los cientos de testigos que esparcirían el rumor. Se preguntó que pensaría la unión sobre eso. 
—¿Una disculpa? —Reclamó Eilar asqueada—. Crees que eso va a ayudarla? 
—No. —Contestó el Rú muy serio—. Ella conocía los riesgos. No me disculpé por eso, sino por el malentendido. Claramente la sombra era Ko, no tú. Lo que me recuerda que está suelto y nosotros aún tenemos una misión. —En seguida miró a todos los que quedaban y siguió hablando—.  Ceros, todos los presentes, partimos en diez minutos hacia el bosque de zeltos. La paga será el doble de lo estándar además de un bono por sombras eliminadas. Para el resto, no hay nada que ver aquí, vuelvan a lo suyo.
Enseguida el tipo le hizo una señal a los dos ahkinei para que lo siguieran y se alejó. Eilar se quedó ahí parada, estupefacta. El chico que la acompañaba corrió a consolarla y Mark no pudo aguantar más, así que se dirigió a sus subordinados. 
Les dio órdenes de marcharse. Ninguno era capaz de enfrentarse a lo que encontrarían en el bosque, ni siquiera estaba segura de que los ceros lo fueran. Los sirvientes obedecieron sin rechistar pero la otra chica, Louis, se negó rotundamente. 
Ella también quería venganza.
—Además. —Agregó—. Anthoan y yo hemos sido sus guardianas por más de veinte años, no la abandonaremos... No la abandonare en un momento como éste. 
—No puedo permitirlo, como ren del círculo y como princesa de las togos, todo esto es mi responsabilidad. —Volvió a negar Mark, aunque con menos convicción. Louis debió notarlo y aprovechó el descuido.
—Lo vi. —Dijo, muraba a su princesa con decisión pero también había algo de enojo, tristeza, frustración—. Cuando la encontré ese tipo estaba parado a un lado de su cadáver. Debí haberlo sabido, debería haberlo matado en ese momento pero no fuí capaz de notar la verdad. Soy su guardiana y estoy a sus órdenes, pero también soy una guerrera. Quiero, no, es mi deber asegurarme de que pague. 
Mark pensó en la condición de las sombras. Matar a Ko no iba a solucionar nada, ni siquiera haría una diferencia significativa, pero no pudo decirlo, Louis ya sabía eso. En su lugar dijo.
—No habrá nadie que nos entierre si morimos allá. 
Su guardiana asintió. No había más que decir... 
Partieron hacía el bosque en cuanto juntaron sus pertenencias. Dejaron la carreta de suministros porque era jalada por cuatro percherones que no podían seguir le el paso a los sintrah al galope. Al grupo se unieron dos ceros que habían presenciado lo ocurrido a las afueras de Hat. Uno era un laran de piel negra y cabello rizado que escondía debajo de un sombrero. Su nombre era Acario. Usaba ropa de lana de color arena y chaparreras de cuero. También llevaba espuelas en las botas largas y una reliquia en la cintura. Era una pistola, Mark la reconoció de los libros del antiguo imperio que había en la biblioteca de Golgón. Se preguntó si esa cosa aún funcionaba.
El otro cero era una mujer, como de uno ochenta. Tenía pecas y cabello rojo. Usaba un bastón más grande que ella misma que colgaba en su espalda. Su nombre era Aleaha. No estaba segura pero probablemente venía de Orión, sino de un lugar cercano. 
Ella no hablaba mucho pero el sombrerudo se pasó todas las paradas para comer contando historias fantásticas sobre sus hazañas.
Algo de un tigre enorme que se había encontrado en algún lugar entre Mei y Orión, un enfrentamiento muy largo contra una sombra perdida cerca de Zin y una caza de guivernos. No se creyó una palabra. 
Al atardecer de ese mismo día, se detuvieron a menos de tres kilómetros del bosque. Aún podían cabalgar un rato más, pero llegarían al lindero justo al anochecer, algo que a ninguno le apetecía. Acamparon ahí esa noche para entrar en el bosque de zeltos a la mañana siguiente, con la primera luz del día...
 




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