El final del todo.

Que empiece el juego.

Recorrieron el camino que se adentraba entre los árboles de hojas negras. Aleaha iba al frente junto con la princesa togos y la mujer caballero. Ellas eran la primera línea de defensa. Tanto la princesa como Eilar tenía hechizos en sus armaduras que reaccionaban a la energía oscura de las sombras. Eran un par de profesionales en ese negocio de cazar a los del otro lado. Ella sabía eso por que justo antes de entrar al bosque Sebio les había pedido a todos una descripción rápida de sus habilidades. Las dos togos se habían mirado entre si, la mayor le dio la palabra a la otra y ella expuso por ambas.

—Hechizos anti sombras, la bendición de Thor y amuletos de aguante.

Había dicho la princesa de manera muy resumida. El líder les preguntó si no había ninguna diferencia y ésta vez fue la caballero la que respondió.

—Mi armadura es más resistente.

—Mi espada es más poderosa. —La interrumpió la otra guerrera como para no quedarse atrás.

La respuesta de Aleaha había sido más corta. Simplemente adelantó su bastón para darlo a notar y dijo:

—Irrompible. Moldeable. —Luego se señaló a si misma—. Se manejarlo.

Sebio asintió y siguió con el resto de ceros.

Los dos ahkinei eran sacerdotes y en conjunto podían invocar la bendición de Gah aunque, según sus propias palabras “Nosotros no somos Meikeito, Gah ayuda como le parece mejor, ese tipo lo manipulaba, era un hereje”

Los dos seguidores de las mujeres togos eran copias en miniatura de sus respectivas señoras. Los axrat, bueno ellos eran arqueros, no había mucho que decir.

El que se tardó más en su respuesta fue el del sombrero. Aleaha no recordaba su nombre y tampoco se había esforzado por hacerlo. Era un charlatán y seguramente sería el primero en morir. Lo que si recordaba era que usaba un arma antigua, casi tanto como la espada de la princesa togos solo que sin el renombre de ésta. El la había llamado revolvedora, y cuando la mayoría lo miraron con dudas agregó:

—Es como un arco solo que dispara más rápido y más lejos.

Los dos pájaros se le rieron en la cara e intentaron ponerlo a prueba pero Sebio los detuvo en seco. Debían apresurarse para llegar a la estación de almas...

 

Ahora solo faltan unos diez kilómetros para llegar. Los sintrah andan al trote y el sol está alto en el cielo. Aún así las copas de los zeltos cubren el sendero lo suficiente para no dejar pasar más que unos pocos rayos de luz que no son capaces de alejar la obscuridad. Todos los ceros empuñan sus armas, atentos al menor movimiento. En el bosque no se escucha nada aparte de los cascos de los caballos y las hojas meciéndose al viento.

De vez en cuando una ráfaga se cuela entre los árboles y levanta pequeñas polvaredas. Las motas se le cuelan en los ojos a los ren del círculo haciendo aún más difícil su tarea. Con todo, ellos siguen adelante; al fin se puede ver a lo lejos el claro donde se ubica la cabaña vieja que ellos llaman “estación de almas”. Algunos saben la razón de ese pretencioso nombre pero no todos. Sebio lo sabe, los sacerdotes ahkinei también y puede que Mark lo haya leído en alguno de esos libros de la biblioteca de Golgón, aunque seguramente lo ha olvidado. Como muchas otras cosas que le recuerdan una época diferente.

Aleaha definitivamente no tiene idea de la razón, pero le da igual. Esas sombras destruyeron su aldea, igual que muchas otras y quiere que paguen. Nunca les ha escuchado hablar pero sabes que son conscientes hasta cierto punto. Solo esa esperanza le basta para seguir peleando. No tiene un plan específico pero no importa, ya se le ocurrirá algo cuando llegue el momento, siempre es así. Toda su vida a confiado en su suerte y nunca le ha fallado.

La mancha de luz ya se nota más cercana, les falta quizá dos kilómetros como mucho. En cuanto lleguen se unirán a los ren que hayan sobrevivido y al hechicero y entonces la verdadera pelea comenzará. No, una guerrera, eso es lo que será. Una guerrera por la supervivencia, la última.

Aleaha siente ansias por llegar, su montura debe de notarlo porque aprieta el paso. Es apenas un poco más rápido que el del resto pero es suficiente para que la mujer loran vaya a la cabeza. Su cabello rojo ondea hacia atrás como una bandera de guerra. El camino termina y da paso a un pequeño sendero que lleva a la entrada de la cabaña, el mismo por donde paso Meikeito más de una semana atrás.

Aleaha tira de las riendas del caballo, este se frena pero debido a la inercia no puede hacerlo de inmediato. Sus compañeros la imitan unas cuantas zancadas por detrás. La montura de la pelirroja relincha encabritada y se levanta sobre sus patas traseras. La mujer se aferra a las riendas y se mantiene montada por los pelos. Logra controlar al animal y éste trota los últimos pasos hasta el sendero se la cabaña.

Entonces ocurre. Aleaha no llegó a enterarse de que fue. Pero tanto Eilar como Mark lo vieron en primera fila y lo tendrán grabado en la mente hasta que mueran.

Unas runas entre lazadas brillan bajo las patas de la sintrah, casi al instante un rayo de luz sale disparado desde la cabaña. La energía cubre tanto a la montura como a la mujer por completo. No hay nada que hacer, lo único que queda es la cola y cabeza de la sintrah. Todo lo demás ha sido vaporizado.




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