El final del todo.

La estación de almas... otra vez.

Habían juntado todo el aceite de las lámparas casi vacías en una sola, que alumbraba la sala principal de la cabaña. En conjunto, las nubes y la hora del día, ya tenían al grupo casi a obscuras. El gris de un típico día lluvioso estaba dando paso al negro de una noche fría.

Eilar estaba regresando de sacar un montón de huesos. Abjil barría distraídamente una porción del suelo de madera. El resto de los ren hacían lo propio. Eilar no encontró que más hacer, así que se metió en el cuarto de la trampilla sin saber que esperaba en realidad. Fue entonces cuando lo vio. Ya habían sacado todos los cadáveres y en todo caso ninguno era nada más que huesos, salvo por el ahkinei de la entrada. Sin embargo ahí estaba.

Era un hombre maduro. Usaba una armadura de metal gris, acero probablemente. Tenía los labios quemados y una cicatriz que le atravesaba la cara de abajo a la izquierda hacia arriba a la derecha. A Eilar le recordó a la que le había hecho Mark y se llevó una mano a la cara inconscientemente. Siguió la línea rosada con la yema de su dedo pulgar, absorta en especulaciones sobre como había llegado ese tipo hasta ahí. Convencida de que no sacaría nada en claro llamó a sus compañeros.

Todos estaban alrededor del tipo, por la estatura podía ser un laran pero su apariencia recordaba a los ahkinei de ciudad Mei, su complexión por otro lado era la de un hombre togos. Brazos y pecho amplios, pies como troncos, músculos exagerados. Nadie sabía quién era ni de dónde había salido. Ni siquiera Sebio.

—Yo mismo estuve ahí cuando se firmó la orden de misión. Se envió a sesenta y cinco ren y ninguno tenía una descripción como la de este tipo. —Dijo muy serio.

Todos estaban preocupados. ¿Qué significaba ésto? Por supuesto el tipo podría haberse Unido durante el camino bajo la promesa de una buena remuneración. Eso era lo de menos, la verdadera cuestión era: ¿Cómo había llegado ahí cuando ya ese lugar estaba despejado?

De repente todo parecía más obscuro. El silencio se había apoderado de la habitación y nadie tenía ganas de romperlo. El tiempo pasó. Mientras que los ren seguían muy quietos, los caballos se inquietaron. Sabían lo que significaba, debían prepararse para pelear pero ninguno se movió. Fue Sebio quien interrumpió el pasmo.

—¿Que alguien llevé a este afuera? Quiero los caballos dentro y a salvo. Senkei, Eiahnei, rodeen la estación con la protección de Gah. Los demás prepárense para pelear.

En cuanto dio las órdenes, los ren se pusieron a ejecutarlas. Abjil y la compañera de Mark corrieron afuera por los caballos. Los axrat cargaron al muerto y lo llevaron fuera. Los ahkinei unieron las manos y se pusieron a rezar.

Eilar siguió a los axrat y su carga hasta que salieron de la cabaña. Después devolvió la mirada a dónde había estado un momento antes. Ahí había una maza de metal. Se veía negra, chamuscada. Estaba pensando en agarrarla pero Mark la interrumpió antes de que siquiera comenzara a moverse.

—¿Qué crees que significa? —Preguntó.

A Eilar le sorprendió que su tono de voz era bastante calmado en comparación con otras conversaciones. Agitó la cabeza a modo de respuesta.

—¡Ya vienen! —Ese era Sebio.

Eilar escuchó los pasos de su hija saliendo de la habitación. Ella aún tardó un momento en irse. Se dio media vuelta y cuando estaba atravesado la puerta, una corriente de aire le agitó el cabello. Se volvió alarmada pero sin saber que le provocaba esa reacción. Solo había sido viento, no era gran cosa. Afuera la tormenta estaba empeorando, era totalmente normal. Excepto que el ambiente era frío y la temperatura bajaba constantemente; en cambio lo que había sentido antes fue aire caliente, como si ahí dentro hubiera una chimenea. Se dijo que había sido por las lámparas de aceite y lo hizo a un lado como si fuera un peso muerto que le estorba para pelear.

Salió afuera, ahí ya estaban Mark y su compañera, Abjil, y el tipo de la revolvedora. Los dos pájaros se unieron después de botar el cuerpo. Sebio y los ahkinei seguían dentro, ellos eran los apoyos, los que protegerían al grupo de los ataques en masa.

Frente a ellos la obscuridad era todo lo que había. Eilar le dio una mirada a su alumno. Él estaba tenso, se le notaba. Le puso una mano en el hombro y eso lo calmó un poco. Las sombras comenzaron a acercarse. Eilar se puso el casco de guiverno que le colgaba del cinturón ajusto las cintas de cuero y susurró una palabra.

—Oculi.

Las runas que llevaba grabadas comenzaron a brillar y la caballero pudo ver a las sombras. Eran solo unas masas amorfas pero las veía acercarse. Rodeaban el claro como hormigas a un bocadillo. Se movían lentamente como humo, aún así no tardaron mucho en llegar al perímetro de runas.

Éstas brillaron y un pulso de luz las alejó, no fue gran cosa pero esas cosas no volvieron a acercarse si no que se dirigieron al tramo que los ahkinei habían borrado. Empezaron a entrar, parecían ansiosas por lo rápido que se movieron. El camino de entrada se llenó de un humo negro, casi líquido, que se expandió por el suelo. De no haber tenido el casco lo que hubiera visto sería simplemente a la obscuridad ganando terreno.

El primero en disparar fue el de la revolvedora. El arma soltó un estallido como un trueno y escupió fuego. Eilar se preguntó si ese tipo usaba la bendición de la hija del sol. Un segundo estallido se escuchó retumbando en los alrededores y las sombras retrocedieron abrupta mente como si el ataque las hubiera impulsado. Eso pareció hacerlas enojar por qué enseguida se lanzaron al ataque como un río.

Era turno de Eilar. Desenfundó su espada y se adelantó con zancadas decididas. La negrura se estrelló y las runas en su armadura brillaron. Las sombras se apartaron de su camino como un flujo de agua negra.

Mark estaba a su lado, su armadura híbrida de cuero y metal era menos potente que la de Eilar, el acero de Golgón resistía mejor la magia rúnica que el cuero. Aún así, la princesa aguantaba bastante bien. Agitaba su espada alejando de si a las sombras más molestas, dejando que su armadura recibiera solo lo necesario. Estuvieron así por un tiempo, Eilar se había perdido de todo lo que ocurría detrás pero escuchaba las detonaciones de la revolvedora y la vibración de las cuerdas de los arcos. También a Sebio dando órdenes de vez en cuando.




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