Lo que quedaba de Sebio reía, aunque su sonido era más un chillido tétrico. La clase de sonido que te provoca un escalofrío, que recorre tu espalda y te pone los pelo de punta. Las sombras se estaban cerrando y el perímetro de runas se apagaba poco a poco.
Los árboles se mecían agitando sus hojas negras, provocando un lamento rasposo. La luna no se veía, oculta por las nubes de tormenta. Los caballos dentro de la cabaña relinchaban nerviosos, con sus riendas agitándose y tintineando de manera que recordaban a cadenas.
El viento soplaba cada vez más fuerte. El perímetro de luz, que les brindaba una pobre protección, desapareció por completo tragado por la obscuridad. Un rayo cayó a lo lejos y su luz les remarcó a los ren lo perdidos que estaban. Unos segundos después llegó el trueno, Abjil estaba tan tenso que gritó y soltó la espada a pesar de que esperaba el estruendo.
Sebio se carcajeo y empezó a moverse. La mujer togos seguía parada donde las palabras del Rú la habían dejado plantada, dudando de si acercarse a Abjil era buena idea. Como si en esa situación existiera algo parecido a una buena idea. Fue entonces cuando los dioses atendieron a los desamparados.
Se escuchó a un caballo relinchar, en medio de ese agujero de perdición sonó como música. Entre las sombras se apreció una luz dorada. Crecía a cada momento y las sombras se apartaban de su camino. Era Meikeito.
En sus manos flotaban dos esferas luminosas. Su cabello negro se mecía al viento y sus ojos ardían con un fuego anaranjado. La sintrah sobre la que cabalgaba, enorme en comparación con el pequeño ahkinei, lucía los mismos ojos de fuego que él.
Sebio giró apresuradamente pero no tuvo tiempo de nada. El ahkinei le estrelló una de las esferas directamente y la criatura estalló en una obscuridad líquida.
El hechicero se detuvo en la entrada del claro y con voz de autoridad gritó.
—Gah. Wuns. Jenshin.
Una cúpula de luz salió de sus manos y se extendió hasta cubrir por completo la cabaña y el claro. Las sombras se vieron obligadas a alejarse. Las que no lo lograron estallaron, llenando el lugar con un lodo negro. La yegua, sin recibir una indicación, se detuvo de golpe a mitad del claro y relinchó levantando sus patas delanteras. Meikeito extendió las manos y volvió a lanzar un hechizo.
—Gah. Meit. Shinto.
La luz en sus muñecas brilló de una forma tan potente que por un momento pareció que el día se había adelantado. Cuando se apagó las heridas de todos los presentes sanaron. Abjil sintió como su fuerza volvía y extrañamente incluso recuperó la esperanza. Quizá no todo estaba perdido. Eilar se levantó y miró sus manos confundida. Los dos axrat detuvieron su frenética lucha. El tipo calcinado recuperó la piel y sus pulmones dejaron de arder con cada bocanada de aire. Incluso Eiahnei, la ahkinei de Hat, se recuperó de su dolor. Pero Mark y Senkei siguieron muertos. Incluso Gah tenía sus limitaciones.
En cuanto todos se recuperaron Meikeito ordenó:
—¡A la cabaña!
Lo hizo con tal autoridad y convencimiento que nadie pensó en desobedecer. Aunque Eilar se quedó mirando a su hija un momento antes de decidirse. No recordó a tentictli hasta que llegó a la puerta de la cabaña y para entonces la cúpula de luz que retrocedía de a poco ya la había dejado atrás.
El hechicero, que seguía montado, le lanzó un pergamino, les deseó suerte y cerró la pesada puerta con un ademán como si estuviera conectada a su mano por un hilo invisible. Los ceros se reunieron en la entrada a la habitación de la trampilla, preguntándose qué estaba ocurriendo. Eilar se unió al grupo. Iba leyendo el pergamino; al llegar y con una cara atónita le pasó el papel al cero a su derecha. El objeto fue pasando de cero en cero hasta que llegó a Abjil, al otro lado del corro. Él leyó rápidamente. Solo eran una cuantas líneas.
Estación de almas = puerta.
¡Solo responde con vivos!
Al menos un par. (Aquí había un rayón que ocultaba algo escrito)
Los puntos: ¡Clave! (Esa palabra estaba rayada también pero aún era legible.) Llave.
Debajo habían varias runas escritas al estilo togos, en columnas descendentes, tenían la forma de un escalera invertida. El no sabía leer las runas así que siguió pasando el papel. Quién lo tomó fue la ren del hacha.
—¿Qué significa? —Preguntó mientras le pasaba el papel al tipo del sombrero. La ahkinei rubia respondió. Sus ojos estaban rojos y hacía un gran esfuerzo por no sucumbir al llanto.
—La trampilla es la estación. Las runas sirven para hacer vínculos, se suponía que iban a servir para conectar las ciudades pero nunca funcionó. La estación de almas consume demasiado maná, interfiere con ese tipo de vínculos. Siempre creímos que las sombras la querían para alimentarse pero ahora parece que no es así.
El del sombrero le pasó el papel a uno de los axrat y pregunto.
—¿Que se supone que debemos hacer con eso? —Miró hacia afuera y señalando vagamente continuó—. El hechicero no va a detenerlas por siempre.
Nadie dijo nada. Todos estaban confundidos. Eilar se adelantó, hizo a un lado a su alumno y entró en la habitación. La misma donde Meikeito había dejado a los nueve ren muertos de miedo. Abjil la siguió con la mirada, preguntándose que esperaba encontrar.
La mujer se hincó frente a la trampilla y la revisó. Paso los dedos por la superficie y luego de un momento dijo:
—¡Aquí están!
Todos se acercaron, ella los miró y siguió hablando.
—Las runas del pergamino. Están grabas sobre la trampilla. No se notan a simple vista, parece que las escribieron hace mucho tiempo.
Todos lo comprobaron pero fue Eiahnei quién señaló los puntos. Estaban ubicados en las esquinas de la trampilla, parecían los huecos de clavos que en algún momento sostuvieron las tablas. Mientras los ren seguían preguntándose qué hacer el hechicero entró rompiendo la puerta de madera.
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Editado: 30.06.2021