El final del todo.

El final del todo.

Heikein era un cero. Al menos eso quería creer él. Senkei y su hermana lo habían promovido antes de marcharse con Sebio. No había más ren del círculo en la ciudad así que no hubo de otra. Tres de los cinco que habían sobrevivido a los múltiples asedios de las sombras murieron durante un reconocimiento en el bosque de zeltos. Los otros dos eran su maestro y su hermana y se fueron quince días atrás.

Siempre le decía a los que preguntaban que estaba seguro de que volverían pero la verdad era que lo dejó de creer una semana atrás, cuando la explosión de luz se cargó la mitad del bosque. Eso seguramente terminó con la batalla así que ya deberían estar de vuelta.

Estaba pensando en cómo mantener Hat en funcionamiento sin ellos. El concejo de la ciudad estaba lleno de nobles que querían imponer su voluntad. Sabía que tenían buenas intenciones pero era idiotas hasta rabiar.

Ninguno conocía las complicaciones de la guerra, aunque ellos creían que enterarse de los resultados de un asedio por medio del diario local era suficiente para saberlo. Solo Senkei y su hermana eran capaces de convencerlos e incluso a ellos se les complicaba.

Aunque, pensándolo bien, quizá la guerra con las sombras ya había terminado. Quizá la perspectiva de los nobles era lo que necesitaban a partir de eso momento. Las noticias que repartían cada mañana habían dejado de anunciar incidentes con sombras; era una posibilidad que todo hubiera acabado.

Pero Heikein no estaba seguro. Esa calma no lograba convencerlo. Sentía, desde que vio la explosión, una inquietud que no lo dejaba dormir. No sabía porque, pero no podía ignorarla.

Miró su vaso de bambú, aún tenía un poco de licor de keiku. Se lo bebió de un trago y lo devolvió a la mesita de madera. El golpe sonó hueco y demasiado fuerte, debido a la hora del día. El sol se acababa de esconder, así que las antorchas y los orbes luminosos llenaban la ciudad con su resplandor. Todos los hatianos, los sensatos, ya estaban en sus casas; durmiendo o preparándose para dormir.

Desde donde estaba, la oficina en el piso más alto de la torre de la unión, se podía ver lo que quedaba del bosque. Era apenas una linea negra, pero se notaban espacios grises dónde antes el negro reinaba. Se rascó la barba de chivo con una mano mientras le daba más vueltas a la posibilidad de que todo hubiera acabado. Quería convencerse a si mismo, pero no lo lograba. Estaban tan sumido en sus pensamientos que se sobresaltó cuando alguien tocó a la puerta.

Giró como impulsado por un resorte y se quedó mirando la puerta de madera maldita de la oficina. Se tomó un momento para calmar se y cuando consideró que lo había logrado respondió.

—Adelante.

La puerta se abrió y por ella entró una mujer. Su cabello rubio hasta la cadera era como un río de oro. Ella lo apartó con una mano mientras se volvía a colgar su insignia al cuello. Dejó que la puerta se cerrara y dio un paso al frente. Levantó la mirada. Heikein no pudo resistirse a admirar la perfección de su rostro. Lo azul de sus ojos que parecían brillar con luz propia. Era Leiahnah, su segunda al mando y también su prometida.

Ella sonrió y la oficina se iluminó como un día de primavera. Puede que fuera por que ella controlaba los orbes luminosos, pero el prefería pensar en ese efecto de la manera más poética.

—Deberías ir a dormir.

Le dijo con esa voz tranquilizadora que tanto amaba de ella. Aunque no era lo único. La había conocido diez años atrás durante sus días de academia y desde entonces ella ya era la mujer decidida y disciplinada que lo enamoró. Eso era lo que más amaba de ella.

—Mira quien habla. —Le contestó él alegremente. Las complicaciones de la guerra y el mando parecían más pequeñas.

Ella sonrió y agachó la cabeza ligeramente. El blanco de sus mejillas se tornó de un rosa tenue.

—¿Qué te parece si los dos nos vamos a la cama...? Por separado, aún no nos cazamos.

—Esa es una idea estupenda. —Contestó él. Luego recordó los papeles que tenía en la mesa, llenos de propuestas del concejo que debía considerar—. Pero no puedo ir, aún tengo mucho trabajo. Ve tú. Te alcanzaré en seguida.

Leiahnah hizo una muñeca de disgusto que a Heikein le pareció de lo más tierno. Agitó la cabeza negando y se acercó al escritorio. Lo tomó del brazo y lo obligó a levantarse.

—¡Venga! Mañana puedes encargarte de eso.

Heikein consideró dejarse llevar, incluso la acompañó hasta la puerta, pero lo consideró mejor y se quedó plantado justo frente a la salida.

—No puedo. —Dijo a modo de disculpa—. De verdad lo siento.

Volvió al escritorio y empezó a ordenar los papeles. Escuchó un taconazo contra el roble del piso que le provocó una sonrisa. Se giró porque el tap tap, contra la madera se repitió en una rápida secuencia. Su prometida se acercaba engurruñada y supo en ese momento que no había manera de negar le nada.

Se resignó e iba a dejarse llevar pero algo más, otro sonido, le llamó la atención.

—Espera. —Dijo—. Escuchaste eso.

—¿Que cosa? Yo no oí nada.

—Yo sí. Viene de lejos.

—Debe ser alguna tontería. Ven vamos a la cama.

Heikein no hizo caso, en su lugar se acercó a la ventana. Afuera las antorchas poblaban la ciudad y algunas hogueras marcaban el inicio del barrió pobre. Siguió con la mirada el rastro que le marcaban sus oídos.

Quince días atrás, incluso hace solo siete, hubiera sabido en seguida lo que significaba pero justo en ese momento, con la calma que reinó toda la semana, le costó un momento procesar lo que veía. La muralla brillaba como todas las noches pero del otro lado la obscuridad era cerrada.

—¡El campamento! —Exclamó horrorizado. La línea de luz que rodeaba la ciudad ya no estaba. Había sido barrida y lo único que quedaba era el estruendo de metal y gritos que hasta la torre de la unión solo llegaban como un rumor tenue.

Volvió a girar para ir a organizar la defensa de Hat y se encontró con algo que no esperaba.




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