Álvaro se despertaba cada mañana a las cinco en punto, el sonido de su despertador marcando el inicio de otro día en su semana de prueba. Con la misma rutina del primer día, se levantaba con la determinación de mostrar su valía. Caminaba hacia el baño, donde tomaba una ducha rápida pero refrescante. A pesar del cansancio acumulado, intentaba mantener el ánimo, incluso canturreando en ocasiones mientras el agua caía sobre él.
Después de la ducha, se vestía con la ropa más presentable que tenía. Su madre, Vania, siempre asegurándose de que su hijo se viera lo mejor posible, le planchaba las camisas la noche anterior. Aunque las prendas eran humildes, representaban el mejor esfuerzo de la familia. Desayunaba rápidamente, un café y un par de tostados, antes de salir hacia el restaurante.
El camino hasta el trabajo era una oportunidad para despejar su mente y prepararse para las largas horas que le esperaban. A pesar de las dificultades, Álvaro sentía una chispa de esperanza en su pecho.
Llegaba al restaurante y era recibido por Joaquín con una sonrisa que parecía amable, le decía como cada mañana.
—Bienvenido, Álvaro. Vamos a ver si también aguantas el ritmo hoy —le decía Joaquín, palmeándole la espalda.
Álvaro se dirigía a la barra, donde Emilio, el joven encargado, ya lo esperaba. Emilio, con sus aires de superioridad, le recordaba cada día que estaba ahí para trabajar y aprender rápido. Álvaro seguía sus instrucciones, intentando no cometer errores, aunque las cortaduras en sus manos demostraban lo difícil que podía ser cortar frutas correctamente si no se tiene experiencia.
Cada día pasaba de manera similar. Álvaro preparaba jugos, cafés, y recibía órdenes de Emilio, quien no perdía oportunidad para demostrar su autoridad y hablar de sus propias grandezas. Los clientes venían y se iban, y los meseros, aunque al principio distantes, empezaban a hablarle a Álvaro y a ofrecerle consejos.
—Álvaro, todo eso que haces, también lo hacíamos y era muy pesado la verdad no quisiéramos volver ahí de nuevo. Solo aguanta y veras en unos seis meses podrás ser mesero, la ganancia aquí está en las propinas—le decía uno de los meseros durante un momento de calma.
Esa pequeña esperanza se convertía en su motivación diaria. Si lograba llegar a ser mesero, podría ayudar más en casa y empezar a construir su propio camino. Cada día era una batalla contra el cansancio, las dudas y las palabras duras de Emilio, pero Álvaro no se rendía.
La semana continuaba de la misma manera. Álvaro se levantaba temprano, seguía su rutina matutina, trabajaba arduamente durante el día y regresaba a casa agotado. Las cortaduras indicaban que iba por buen camino y sus manos eran un testimonio de su esfuerzo y su determinación. Al final de cada jornada, apenas tenía fuerzas para cenar antes de caer rendido en su cama, preparándose para otro día de lucha.
El último día de la semana de prueba llegó, y Álvaro se levantó con una mezcla de emoción y agotamiento. Había logrado llegar hasta ahí, y ahora solo quedaba un día más para demostrar que merecía el puesto. Se vistió con la misma ropa planchada y salió de casa con determinación a obtener el empleo permanente.
Al llegar al restaurante, Joaquín lo esperaba con su acostumbrada sonrisa.
—Álvaro, buen trabajo esta semana. Vamos a ver cómo va hoy —dijo Joaquín, mientras Álvaro se dirigía a la barra.
Emilio estaba allí, como siempre, listo para dar órdenes. Álvaro se dio cuenta durante la semana que Joaquín casi nunca estaba presente en el restaurante. Todo el trabajo lo dejaba en manos de Emilio, quien se encargaba de mantener todo en orden. Aunque Joaquín era saludado por todos y considerado una excelente persona, Álvaro notaba que, como jefe, solo veía el éxito del restaurante en términos de ganancias. Si el negocio dejaba dinero, entonces estaba haciendo bien su trabajo. Los empleados que se renunciaban por lo agotador del trabajo y poca remuneración, decía que eran flojos, gente que no quiere trabajar. Y no estaba dispuesto a cambiar su forma de manejar el negocio mientras siguiera siendo rentable.
Álvaro se preguntaba si era una forma correcta de ver la vida, ¿si deja ganancias no importa el costo? ¿los empleados son los esclavos modernos o solo estoy exagerando? ¿Un empleado debe trabajar muchas horas por poco sueldo? ¿si no lo hace es porque es un flojo? "Tal vez ambas partes tienen algo de razón", se dijo Álvaro así mismo y continuo con sus actividades.
Durante la semana, Joaquín había preguntado a Emilio cómo veía a Álvaro. Emilio, con su arrogancia habitual, le respondió que Álvaro era torpe y lento, pero que mientras él estuviera ahí, lo ayudaría a mejorar.
Finalmente, llegó el momento que Álvaro había estado esperando. Al final del último día de su semana de prueba, Joaquín lo llamó a su oficina.
—Álvaro, has trabajado duro esta semana. Emilio me ha dicho que, aunque eres un poco torpe, estás aprendiendo. Te daré el trabajo. La paga es de 30 pesetas diarias —dijo Joaquín con una sonrisa.
Álvaro se sintió aliviado y emocionado. Aunque la paga era baja, había logrado conseguir el empleo y eso era lo que más le importaba.
—Gracias, Joaquín. No te decepcionaré —respondió Álvaro con determinación.
Esa noche, Álvaro regresó a casa sintiéndose más ligero. Mientras camina su cara expresaba el cansancio, pero también la satisfacción de haber conseguido su primer meta en años, no dejo caer una lagrima para que la gente no lo juzgara, pero eran muchas emociones dentro de él. Al llegar a casa les contó a sus padres sobre el trabajo y, aunque Romel y Vania estaban felices por él, también estaban preocupados por las duras condiciones laborales.
A medida que pasaban los días, Álvaro mejoraba en su trabajo. Ya sabía preparar capuchinos correctamente y había ganado la confianza de los meseros y cocineras, quienes a veces le regalaban comida a escondidas. Aunque el trabajo era agotador, empezaba a encontrar su ritmo y a sentirse parte del equipo.