Álvaro se quedó inmóvil en la entrada del salón, atrapado por la sonrisa de la mujer frente a él. Su mente daba vueltas, buscando algo que decir para no parecer un intruso, y finalmente balbuceó:
—Disculpa... no quería interrumpir.
La sonrisa de la mujer no se desvaneció, y con un tono amable pero seguro respondió:
—No te preocupes. Pasa. Veo en tu cara un interés por lo que dice ese papel. ¿Tú también escribes?
Álvaro negó con la cabeza, sintiendo una punzada de vergüenza.
—No, yo no escribo. Solo me llamó la atención. Entré por curiosidad, pensé que no había nadie.
—Soy Alice —dijo ella, sin perder su calidez—. Y no me sorprende que pensaras que no habría nadie. En esta ciudad, ya nadie quiere escribir. Para muchos es una pérdida de tiempo leer o escribir. La gente está ocupada con lo urgente, atrapada en el día a día. Aquí, las letras son una rareza.
—Es cierto —admitió Álvaro—. Molino parece un lugar donde todo gira en torno a trabajar y sobrevivir.
Alice asintió.
—Por eso digo que soy como una manchita en una obra perfecta. La sociedad tiene sus necesidades, y yo las mías. Pero bueno, acércate. ¿Cómo te llamas?
—Álvaro —respondió con timidez, dando unos pasos hacia ella.
Hacía años que Álvaro no interactuaba con una mujer. Lo aterraba la idea de ser juzgado, de no ser suficiente. En Molino, las mujeres solían buscar hombres con trabajos estables, autos modernos y casas propias. Álvaro nunca encajó en ese molde. Desde su adolescencia, había sido el blanco de rechazos constantes. Su apariencia promedio, sumada a su inseguridad, lo hacía invisible o, peor, un objeto de burla.
Recordaba cómo las chicas de la escuela se reían de él por su ropa gastada o sus intentos torpes de llamar su atención. "Eres un bueno para nada", le dijeron una vez cuando confesó sus sentimientos. Esas palabras lo habían marcado, convirtiéndose en un eco persistente que lo seguía incluso ahora, a sus treinta años.
Alice, sin embargo, no parecía tener esa mirada crítica. Había algo en ella que irradiaba calidez. Tenía unos 26 años, delgada y de estatura promedio. Su cabello marrón lacio caía con precisión sobre sus hombros, como si cada hebra hubiera sido colocada con cuidado. Sus ojos, grandes y expresivos, parecían ser una ventana hacia un mundo lleno de posibilidades, y su sonrisa era tan cautivadora que Álvaro apenas podía sostenerle la mirada.
—¿Y qué escribes? —preguntó Álvaro, intentando ocultar su nerviosismo.
Alice dejó el bolígrafo sobre el pupitre y lo miró con ojos llenos de entusiasmo.
—Estoy escribiendo sobre el amor.
—¿Sobre tu pareja? —preguntó Álvaro, sintiéndose un poco intruso.
Alice soltó una carcajada, despreocupada.
—No, no tengo pareja. De hecho, creo que tengo mala suerte en el amor. Mi último novio me engañó con quien decía ser mi mejor amiga.
Álvaro bajó la mirada, sintiéndose incómodo.
—Lo siento mucho. No esperaba que a las personas bonitas les pasara algo así.
Alice sonrió, inclinando la cabeza con dulzura.
—Gracias por lo de bonita. Pero el amor no distingue entre físico o dinero. Es un sentimiento que nos afecta a todos, para bien o para mal.
Álvaro, intrigado, preguntó:
—Si dices que eres desafortunada en el amor, ¿por qué sigues escribiendo sobre él?
Alice suspiró, como si se preparara para explicar algo profundo.
—Porque el amor es un enigma. Aunque a veces nos haga sufrir, los momentos felices que nos regala son únicos. Nos hace vulnerables, pero también nos da fuerza. Esos momentos valen la pena. Escribir sobre el amor es mi forma de entenderlo y, quizá, de reconciliarme con él.
Álvaro la observó, maravillado. No recordaba la última vez que había tenido una conversación tan honesta y profunda. Se quedó en silencio por un momento, disfrutando del intercambio.
—Es interesante escuchar eso —dijo finalmente—. Nunca lo había pensado de esa manera.
Alice sonrió, animada por su interés.
—Y tú, Álvaro, ¿qué te apasiona?
Álvaro sintió un nudo en la garganta. Esa pregunta lo había golpeado antes, pero ahora, frente a Alice, se sentía aún más vulnerable.
—Nada —admitió después de un momento de silencio—. Hasta ahora no hay nada que me apasione. Creo que soy un fracaso en eso también.
Alice rio suavemente.
—No seas tonto. Que no hayas encontrado tu pasión aún no significa que no la tengas. A veces solo toma tiempo descubrirla.
Álvaro intentó sonreír, pero el peso de sus dudas seguía ahí.
—oye todos aquí están entrenados para responder lo mismo ¿verdad?, hace un momento en el salón de baile, me dijeron lo mismo. Pero responderé igual que a ese chico, a mi edad, no creo que eso sea posible.
Alice negó con la cabeza, sin perder su entusiasmo y riéndose del cuestionamiento.
—Para nada, solo que eso es lo maravilloso de la vida. Nunca sabes qué te espera. Quizá, incluso hoy, encuentres algo que despierte tu pasión.