El fracaso de Álvaro

Capítulo 13: El segundo intento

El primer día en la ferretería llegó con una mezcla de ansiedad y determinación. Álvaro llegó temprano, como si eso fuera suficiente para demostrar que estaba dispuesto a aprender. El lugar era pequeño pero organizado, con estanterías llenas de herramientas y materiales de construcción que le parecían desconocidos. Desde martillos hasta taladros eléctricos, todo parecía tener un propósito claro, pero Álvaro no podía identificar ninguno.

El dueño de la ferretería, un hombre mayor de cabello canoso y gafas gruesas, lo saludó con un leve movimiento de cabeza.

—Llegas puntual. Eso es bueno. Ven, te enseñaré algunas cosas.

Sin presentaciones formales, el hombre lo llevó detrás del mostrador y le mostró dónde estaba el inventario, cómo funcionaba la caja registradora y cómo debía acomodar los productos. Álvaro intentaba absorber todo, pero la cantidad de información era abrumadora.

—¿Tienes alguna pregunta? —preguntó el hombre con tono directo.

—No… creo que entendí —respondió Álvaro, aunque la verdad era que estaba más perdido de lo que quería admitir.

El primer cliente llegó poco después. Era un hombre robusto, con un overol manchado de pintura, que pidió una llave de tubo específica. Álvaro revisó las estanterías, pero no logró encontrarla.

—¿Qué, no sabes dónde están? —preguntó el cliente, impaciente.

Álvaro intentó mantener la calma mientras seguía buscando, pero los segundos parecían alargarse como horas. Finalmente, el dueño intervino.

—Aquí está —dijo, sacando la herramienta de un cajón bajo el mostrador. Luego se dirigió a Álvaro con una mezcla de paciencia y firmeza—. Tienes que aprender a mirar bien. No siempre las cosas estarán donde crees que deberían estar.

El comentario, aunque simple, golpeó a Álvaro. "¿Será que ese es mi problema en todo? ¿Que no sé dónde mirar?" pensó mientras el cliente pagaba y se iba.

Ese día estuvo lleno de momentos similares. Cada error, cada confusión, era un recordatorio de que estaba lejos de ser competente en su nuevo empleo. Sin embargo, al final de la jornada, mientras caminaba de regreso a casa, algo dentro de él se sentía diferente.

"No fui perfecto, pero al menos no me fui corriendo," pensó. Y esa noche, cuando tomó su cuaderno para escribir, plasmó sus pensamientos con una sinceridad que nunca antes había tenido. "Hoy sentí que no estaba tan perdido, aunque sigo fallando. Tal vez se trata de intentarlo hasta que las cosas encajen."

Los días siguientes transcurrieron con una rutina que, aunque agotadora, comenzaba a darle cierta estructura a su vida. Por las tardes, seguía asistiendo a las clases de Alice en el centro de cultura. Aunque sus interacciones con ella eran breves, esas horas seguían siendo un refugio para su mente y aprendía cada día del maravilloso mundo de la escritura.

Una tarde, mientras regresaba del centro, pasó por el parque donde había visto al anciano Kynicos semanas atrás. Para su sorpresa, allí estaba de nuevo, sentado en la misma banca, con la misma expresión serena y el bastón apoyado a un lado. Álvaro sintió un impulso inexplicable de acercarse.

—Buenas tardes —dijo, intentando sonar casual.

Kynicos levantó la mirada y esbozó una leve sonrisa.

—Joven Álvaro. Te ves menos perdido esta vez.

El comentario, aunque sencillo, hizo que Álvaro se sentara junto a él. No sabía cómo empezar, pero algo en la presencia de Kynicos lo hacía sentirse más abierto.

—La última vez que hablamos, me dijo que la vida es un lienzo en blanco —comenzó Álvaro—. He pensado mucho en eso desde entonces.

—¿Y qué has pintado? —preguntó el anciano, mirando a Álvaro con ojos llenos de curiosidad.

Álvaro bajó la mirada, sintiéndose un poco avergonzado.

—No lo sé. Creo que apenas estoy encontrando los colores. He pasado por muchas cosas desde entonces. Perdí un trabajo, conocí a personas nuevas, incluso empecé a escribir. Pero aun no entiendo lo que quiso decir exactamente.

Kynicos lo observó en silencio durante un momento antes de responder.

—El lienzo no es para entenderlo. Es para vivirlo. Cada pincelada que das, cada error que corriges, forma parte de lo que eres. No te preocupes tanto por el resultado final. Solo asegúrate de que lo que pintes sea tuyo.

Álvaro se quedó pensativo. Había algo en las palabras de Kynicos que lo tranquilizaba, aunque no las entendiera del todo.

—Entonces, ¿cree que estoy pintando algo bueno? —preguntó, casi como un niño buscando aprobación.

—Eso no me corresponde a mí decirlo —respondió Kynicos con una sonrisa—. Pero si estás buscando, significa que aún tienes pintura en tus manos.

La conversación continuó por un rato. Álvaro le contó sobre Alice, sobre sus intentos en la ferretería y cómo, a pesar de seguir sintiéndose perdido, algo dentro de él estaba cambiando. Kynicos lo escuchó con atención, ofreciendo solo comentarios breves pero significativos.

Cuando Álvaro finalmente se levantó para irse, Kynicos lo detuvo con una última reflexión.

—Recuerda esto, joven Álvaro: el mundo no se detendrá para esperarte, pero siempre tendrás tiempo para empezar de nuevo, si tienes el valor de hacerlo.




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