El fracaso de Álvaro

Capítulo 21: Nuevas Costuras

Álvaro pasó a saludar a Kynicos aquella tarde, como había dicho. El anciano estaba sentado en su lugar habitual, observando a los transeúntes con su mirada tranquila. Álvaro simplemente le hizo un gesto con la mano y dijo:

—Nos vemos pronto, Kynicos.

El anciano asintió sin pronunciar palabra. No había necesidad de decir más. Álvaro sabía que cualquier conversación con él debía darse en el momento adecuado, y ese no era uno de ellos. El joven se dio la vuelta y emprendió el camino de regreso a casa.

Al llegar, Vania lo recibió con una sonrisa que intentaba disimular la preocupación. Sobre la mesa, un pequeño almuerzo ya estaba preparado para llevar. Álvaro agradeció en silencio y subió a su habitación.

Esa noche, revisó con cuidado la ropa que usaría: una camisa algo gastada, pero limpia, y los mismos pantalones que llevaba a todas partes. Colocó todo en una silla junto a su mochila y se sentó en la cama. Suspiró largo, tratando de convencerse de que todo iría bien.

—Mañana empieza algo nuevo… otra vez. —Sus palabras se sintieron vacías, pero no dejó que eso lo detuviera. Se recostó y dejó que el cansancio lo venciera.

El amanecer llegó rápido. Álvaro se levantó antes de que el despertador sonara y se vistió con cuidado. En la cocina, su madre lo despidió con un abrazo silencioso, y su padre le ofreció una palmada en el hombro antes de salir.

—Nada es fácil al principio, Álvaro. Pero si sigues adelante, algo bueno saldrá de esto.

No respondió. Solo asintió y salió de casa.

Álvaro había conseguido el día anterior un trabajo en una fábrica donde se realizaban pantalones. La fábrica estaba a unas pocas cuadras. Desde lejos, el edificio gris con un letrero apenas visible ya le daba una idea de lo que le esperaba.

El interior de la fábrica era un mar de ruido. Las máquinas rugían en un zumbido interminable, y el aire olía a tela caliente, sudor y algo de grasa. Había trabajadores de todas las edades: mujeres que movían sus manos con velocidad precisa, hombres que cargaban cajas, y hasta niños que apenas podían alcanzar las mesas de trabajo. Álvaro los miraba sin saber qué pensar. ¿Cómo había terminado aquí? ¿Y cuánto tiempo duraría esta vez?

Cerca de la entrada, un hombre robusto y de rostro severo lo recibió con un gesto de la mano.

—¿Álvaro?

—Sí, señor.

—Soy Julián, tu supervisor. Sígueme.

Lo guio al interior, donde el zumbido constante de las máquinas llenaba el aire. Los trabajadores iban de un lado a otro, moviéndose al ritmo de un engranaje invisible. siguió percatándose como al inicio que había personas de todas las edades: hombres, mujeres y hasta niños que apenas parecían salir de la escuela. Álvaro los observaba, intentando no quedarse rezagado mientras Julián le explicaba las reglas.

—Tu tarea es sencilla: revisa los pantalones. Busca costuras mal hechas, hilos sueltos o cualquier defecto. Si algo está mal, lo apartas. Espero te adaptes rápido. Si fallas, todo se retrasa. ¿Entendido?

—Sí, señor —respondió Álvaro, tratando de ocultar su nerviosismo.

El trabajo no era complicado, pero la presión constante y el ruido ensordecedor de las máquinas lo hacían sentir como una pieza más en una enorme máquina. Cada día era igual al anterior: el mismo zumbido, las mismas caras, las mismas pilas de pantalones.

Las tardes eran lo único que rompía esa monotonía. Al terminar su turno, Álvaro caminaba hasta el salón donde Alice impartía sus clases. El ambiente allí era completamente diferente: cálido, lleno de luz suave y con el aroma de papel y tinta fresca. Alice siempre lo recibía con una sonrisa, y sus palabras tenían un efecto tranquilizador.

—Álvaro, ¿cómo va tu historia? —le preguntó una tarde mientras revisaban los avances.

Él se encogió de hombros.

—Creo que voy mejor, pero siento que algo le falta. No sé cómo desarrollar al protagonista… siento que está incompleto.

Alice asintió, pensativa, y hojeó las páginas con cuidado.

—Tu historia tiene fuerza, pero sí, el protagonista necesita más profundidad. Recuerda que un personaje no solo vive en lo que hace, sino en lo que piensa y siente. Dale conflictos internos. Piensa en qué lo mueve, qué lo detiene, qué lo hace ser quien es. A veces, los detalles más pequeños pueden transformar a un personaje en alguien inolvidable.

Álvaro tomó nota mental de cada palabra. Mientras trabajaba en los ajustes, sentía que algo comenzaba a encajar, aunque no estaba seguro de si era suficiente. Al final de la semana, terminó el cuento que había escrito durante esas semanas. Lo guardó en un sobre con cuidado, como si fuera un objeto valioso.

—Alice, terminé mi cuento —le dijo un viernes por la tarde, mientras ella revisaba sus libros.

Ella dejó todo y lo tomó entre sus manos. Leyó en silencio, mientras Álvaro esperaba nervioso. Finalmente, levantó la vista y sonrió.

—Es un gran cuento, Álvaro. Estás mejorando muchísimo. Pero recuerda, esta es solo una de muchas historias que escribirás. Nunca pierdas esa conexión con lo que escribes. Este cuento es solo tuyo, pero también puede ser un puente para otros.




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