El fracaso de Álvaro

Capítulo 22: El Café y la Conexión

Álvaro abrió los ojos a un cuarto silencioso y desordenado, donde el caos reflejaba lo que sentía por dentro. Era extraño no tener que levantarse para ir al trabajo. El peso de la rutina perdida se mezclaba con una sensación de alivio, pero no tenía fuerzas para analizarlo. Se quedó un rato en la cama, mirando el techo, esperando la hora para lo único que ahora le daba algo de sentido: las clases con Alice.

Desde que empezó a escribir, había encontrado un rincón de calma en esas tardes. Alice tenía la capacidad de transformar cualquier espacio con su energía, y las palabras que compartían siempre lograban mover algo en él. Ya no solo era su profesora; era una amiga, una persona que se había ganado su confianza y a quien esperaba ver con ansias cada día.

Cuando llegó al salón, Alice ya estaba allí, acomodando unos papeles en su escritorio. Ella lo miró al entrar y, con esa sonrisa tan suya, saludó:

—¡Álvaro! ¿Cómo va ese ánimo hoy?

Él intentó devolverle la sonrisa, pero no pudo evitar que se notara su desgano.

—Bien… bueno, más o menos.

Alice se detuvo un momento, apoyándose en el escritorio para observarlo con atención.

—¿Más o menos? Eso no suena como alguien que acaba de terminar un gran cuento —dijo, intentando animarlo.

Álvaro suspiró.

—No es el cuento, es… no sé, siento que todo sigue igual. Trabajo, me despiden, trabajo, me despiden… Parece que no hay salida.

Alice cruzó los brazos, pensando por un momento. Luego, con un destello en los ojos, propuso:

—¿Sabes qué? Vamos a romper la rutina. ¿Qué te parece si salimos a tomar un café? Solo nosotros, para charlar.

Álvaro, sorprendido por la invitación, no pudo evitar sonreír.

—¿De verdad?

—¡Claro! Es más, tú eliges el día.

Él no tardó en responder.

—¿Mañana?

—Mañana está perfecto.

Alice le guiñó un ojo antes de volver a sus papeles. Álvaro, por primera vez en días, sintió una chispa de emoción.

Al día siguiente, llegó al café con algo de anticipación, nervioso como si fuera la primera vez que salía con alguien. Había elegido una mesa junto a la ventana, desde donde se podía ver el bullicio de Molino. Cuando Alice llegó, vestida con una blusa ligera y una sonrisa radiante, Álvaro se levantó rápidamente para saludarla.

—¿Llevas mucho esperando? —preguntó mientras dejaba su bolso sobre la silla.

—No, solo un par de minutos.

Ambos pidieron café, y la conversación fluyó con naturalidad. Alice empezó hablando de las clases y de lo emocionada que estaba con el progreso de algunos de sus estudiantes. Álvaro, sin embargo, no pudo evitar mencionar lo que llevaba días rondando su mente.

—Gracias por invitarme, Alice. De verdad lo necesitaba.

—Para eso están los amigos, ¿no? —respondió ella con una sonrisa cálida.

Esas palabras lo hicieron sentir algo extraño, un pequeño nudo en el estómago. Amigos. Claro, eran amigos, pero él empezaba a desear algo más, aunque sabía que no debía forzar las cosas.

—Y tú, Álvaro, ¿cómo estás? ¿Qué tal va todo después de… bueno, ya sabes? —preguntó, refiriéndose al despido.

Él bebió un sorbo de café antes de contestar.

—Supongo que es otra raya más al tigre. Estoy acostumbrado. Siempre pasa algo que termina mal.

Alice lo miró con curiosidad, ladeando la cabeza.

—¿Siempre? ¿Por qué lo dices?

Álvaro soltó una pequeña risa irónica.

—Desde siempre he sido… no sé, como invisible. En la escuela, las chicas ni me miraban. Y cuando lo hacían, era para burlarse o, peor, para rechazarme.

Alice levantó las cejas, sorprendida.

—¿De verdad? No me lo imagino.

—Créeme, era un experto en acumular rechazos. Una vez, me atreví a invitar a salir a la chica que me gustaba en la secundaria. Me miró como si le hubiera propuesto el peor crimen del mundo y luego se rió en mi cara.

Alice no pudo evitar reír, pero lo hizo con amabilidad.

—¡Qué cruel! ¿Y qué le dijiste?

—Nada. Solo me fui a casa. Me encerré en mi cuarto y juré que nunca más me iba a humillar así.

Alice negó con la cabeza, divertida.

—Bueno, creo que ya es hora de que cambies esa perspectiva. Ya verás, Álvaro, que hay una mujer esperando por alguien como tú. Solo necesitas darte cuenta.

Sus palabras, aunque bienintencionadas, lo dejaron pensando. ¿De verdad había alguien para él? Miró a Alice por un momento, tratando de descifrar si lo decía solo como un cumplido o si realmente lo creía.

El tema cambió, y Álvaro, curioso, decidió preguntar algo que llevaba rato queriendo saber.

—¿Y tú, Alice? ¿Cómo sería tu novio ideal?

Ella se recostó en la silla, pensativa, y luego respondió con una sonrisa.




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