Después de uno de los días más felices que recordaba haber tenido, Álvaro no podía sacar de su mente la idea que Alice había sembrado casi sin darse cuenta. “Un escritor famoso…” La frase resonaba como una promesa, un objetivo, una meta que parecía alcanzable si tan solo daba el paso correcto. Y él estaba decidido a hacerlo. No sería el cuento que había escrito con dedicación y sentimiento; ese era suyo, como Alice había dicho. Pero podría crear algo nuevo, algo comercial, algo que vendiera.
Se encerró en su habitación durante días, apenas saliendo para lo esencial. Sus padres pensaron que simplemente estaba ocupado escribiendo, y aunque Vania intentó preguntarle qué sucedía, Álvaro solo respondía con evasivas. Lo mismo hacía con Alice, quien lo miraba con curiosidad cada vez que lo veía distraído en clase.
—¿En qué andas pensando, Álvaro? —le preguntó una tarde.
—Nada importante —respondió él con una sonrisa, tratando de desviar el tema.
En el fondo, se repetía que sería una sorpresa, algo que la impresionaría, algo que cambiaría la percepción de todos sobre él.
Después de semanas de trabajo frenético, terminó su cuento. Era una historia sencilla, sobre dos perros que se enamoraban y atravesaban adversidades para estar juntos. Álvaro no estaba seguro de si la historia tenía sentido, pero no le importaba. No escribía con el corazón; escribía con la ambición de que fuera un éxito.
Con su manuscrito en mano, se dirigió a una imprenta local. El dueño, un hombre de mediana edad con gafas gruesas, hojeó las páginas mientras Álvaro esperaba ansioso.
—La historia no está mal, pero no es algo que podamos publicar por nuestra cuenta —dijo el hombre con un tono neutro.
—¿Qué? Pero es una gran historia… tiene todo: drama, amor, superación…
—Tal vez, pero no podemos arriesgarnos. Si quieres imprimirla, tendrás que pagar las copias.
Álvaro sintió cómo algo se quebraba dentro de él. Había imaginado que la imprenta reconocería su talento y se encargaría de todo. Sin embargo, no estaba dispuesto a rendirse. Reunió el poco dinero que tenía ahorrado de sus trabajos anteriores y volvió al lugar.
—Quiero imprimir las copias que pueda con esto.
El hombre calculó rápidamente y respondió:
—Te alcanza para diez copias. Las pondremos en la sección de libros locales, pero tendrás que aceptar solo una comisión por cada venta. Si no se venden, te los devolveremos.
Álvaro aceptó sin dudarlo. Se fue del lugar con una mezcla de emoción y nerviosismo. Durante la semana siguiente, mantuvo todo en secreto. Ni sus padres ni Alice sabían lo que había hecho. En su mente, imaginaba cómo todos reaccionarían cuando su historia empezara a venderse.
Finalmente, llegó el día en que la imprenta le informó que su cuento estaba listo. Con una de las copias en mano, sintió un orgullo que hacía tiempo no experimentaba. Lo primero que hizo fue correr a contárselo a Alice.
En su camino vislumbro a Kynicos sentado, pero lucía un poco decaído, por la emoción que llevaba Álvaro se dijo a si mismo que lo buscaría más tarde y siguió su camino en busca de Alice.
La encontró en el salón, revisando algunos papeles. Al verlo entrar con aquella sonrisa amplia y la copia en sus manos, Alice levantó la vista, sorprendida.
—¡Álvaro! ¿Qué pasó?
—¡Lo logré! —dijo, Álvaro
—¿Qué lograste? —dijo, Alice sorprendida.
—¡Publicar un cuento! —dijo, Álvaro extendiéndole el libro.
Alice tomó la copia y la observó detenidamente.
—¡Felicidades! Cuéntame, ¿qué escribiste?
Álvaro, emocionado, respondió sin pensar mucho.
—Es una historia sobre unos perros que se enamoran.
Alice frunció ligeramente el ceño.
—¿Y realmente sientes esa historia?
Álvaro, desconcertado, trató de reírse.
—¿Qué importa eso ahora? ¡Está publicada! Está a la venta, y pronto ganaré mucho dinero. Así podremos conocer lugares, contar más historias… y no tendremos que trabajar en cosas que no nos gustan.
Alice dejó el libro sobre la mesa y lo miró con seriedad.
—Álvaro, creo que no lo has entendido aún. Escribir no se trata de ganar dinero ni de solucionar problemas económicos.
Él sintió un nudo en el pecho, pero no dijo nada. Alice continuó, su voz firme, pero sin perder la calidez.
—Escribir es un acto de amor, Álvaro. Es algo que haces porque tienes una historia que contar, porque sientes que puedes conectar con alguien a través de tus palabras. Un escritor escribe porque no puede evitar hacerlo, porque tiene algo en el corazón que necesita salir.
Él apretó los labios, su emoción inicial desmoronándose poco a poco. Alice se inclinó hacia él, con los ojos llenos de sinceridad.
—¿Por qué crees que nadie en Molino escribe? Porque aquí nadie lee. Si tu único interés es ganar dinero y no lo logras, ¿qué harás? ¿Te frustrarás otra vez?
Álvaro sintió un calor subirle al rostro. Tomó el libro que había llevado para Alice y se puso de pie.