El fracaso de Álvaro

Capítulo 24: La Última Nota de Alice

Desde el día en que Álvaro salió molesto del salón, Alice no volvió a saber de él. La puerta que siempre esperaba abrirse con un saludo tímido y una sonrisa nerviosa permaneció cerrada, y su ausencia dejó un eco que se extendía por cada rincón del pequeño salón de clases. Durante días, intentó convencerse de que tal vez Álvaro necesitaba espacio, tiempo para reflexionar, pero a medida que pasaban las semanas, la esperanza se desvanecía.

Aquella tarde, mientras organizaba los papeles de la clase, Alice miró el rincón donde Álvaro solía sentarse. Había una melancolía silenciosa en ese lugar vacío. Se sentó en su escritorio y dejó escapar un suspiro profundo.

—Fallé como maestra —murmuró, pero la voz en su mente la corrigió—. No solo como maestra… fallé como amiga.

Las palabras eran como espinas que se clavaban en su pecho. Había puesto tanto empeño en guiar a Álvaro, en mostrarle el camino hacia su propia voz, y ahora se preguntaba si en lugar de ayudarlo lo había empujado más hacia el abismo.

El profesor de música, Carlos, notó su tristeza. Durante meses había intentado conquistarla sin éxito, pero aquel día, al verla con los ojos perdidos y la mirada apagada, se acercó con una taza de té y una sonrisa cálida.

—No puedes salvarlos a todos, Alice —le dijo, dejando la taza sobre el escritorio—. Pero eso no significa que no lo hayas intentado con todo tu corazón.

Ella levantó la vista, sorprendida por la comprensión en sus palabras.

—No lo sé, Carlos. Siento que no hice lo suficiente.

Él se sentó frente a ella, inclinándose ligeramente hacia adelante.

—A veces, las personas necesitan perderse antes de encontrarse. Tú plantaste una semilla, Alice. Puede que no lo veas ahora, pero estoy seguro de que algo de lo que le enseñaste se quedará con él.

Alice sonrió débilmente, agradecida por el gesto. Durante semanas, Carlos continuó acercándose, ofreciéndole compañía en los días más oscuros. No era un hombre particularmente brillante o apasionado, pero su presencia era constante y reconfortante.

Cuando finalmente aceptó ser su novia, lo hizo con una mezcla de gratitud y resignación. No estaba segura de que Carlos fuera el amor de su vida, pero en ese momento de vulnerabilidad, parecía lo correcto. Ya no quería equivocarse y sintió un refugio en él, dado su constante presencia durante esos días difíciles. Alice era una persona de gran corazón y amante de las letras, que necesitaba también algo de felicidad en su vida.

Alice había amado las letras desde que tenía memoria, pero no por un deseo de erudición ni por la búsqueda de prestigio intelectual. Su amor por la escritura era profundamente personal, una forma de conectar con su propia alma y con aquellos que nunca había podido alcanzar en vida.

De niña, Alice perdió a sus padres en un accidente que nunca entendió del todo. Tenía apenas un año, y aunque el evento borró sus voces y sus abrazos de su vida, el dolor permaneció como una sombra constante. Sus tías la criaron con amor, pero la ausencia de sus padres era un vacío que no podía llenarse.

Cuando era pequeña, Alice casi no hablaba. Era una niña callada que observaba el mundo con ojos curiosos pero tristes. Sus tías a menudo comentaban que era como si estuviera esperando que alguien viniera a buscarla, alguien que nunca llegaría.

Un día, mientras caminaba por las calles de Molino, vio a un hombre mayor colocando tablones de madera en lo que más tarde sería el centro cultural. La construcción del lugar le fascinó; pasaba horas mirando cómo las paredes crecían y los espacios tomaban forma. Cuando finalmente abrieron las puertas, Alice fue una de las primeras en entrar.

En un rincón del salón principal, escuchó a un hombre hablar sobre la escritura. No entendió todo lo que dijo, pero hubo una frase que quedó grabada en su mente:

"Escribir es conectar el alma con el corazón. Es una forma de hablar con quienes no podemos ver."

Para Alice, esas palabras fueron como un faro. Aunque no entendía del todo lo que significaban, creyó que la escritura sería la única forma en que sus padres podrían escucharla. Esa noche, con un lápiz y una hoja de papel, escribió su primera carta:

"Queridos mamá y papá, hoy saqué un 10 en la escuela. Espero que estén orgullosos de mí."

A partir de ese día, escribir se convirtió en su refugio. Cada noche, llenaba páginas con relatos de su vida diaria, sus miedos, sus alegrías y su tristeza. Las guardaba en una caja que mantenía bajo su cama, como si algún día alguien las encontrara y las hiciera llegar a sus padres.

Cuando terminó sus estudios, vio un anuncio en el ayuntamiento sobre una vacante para maestros en el centro cultural. No lo dudó. Enseñar escritura era su forma de devolver algo al mundo que tanto le había dado. Quería que otros descubrieran el poder de las palabras, cómo podían sanar, inspirar y conectar.

Sin embargo, las clases rara vez se llenaban. En un lugar como Molino, donde pocos valoraban la literatura, su trabajo se sentía como una lucha constante contra la indiferencia. Aun así, se aferraba a su propósito, encontrando consuelo en los pocos alumnos que se acercaban con curiosidad.

Cuando Álvaro llegó por primera vez, Alice vio en él algo especial. No era solo su disposición para aprender, sino la forma en que sus ojos se iluminaban cuando hablaban de historias. Creía que Álvaro podía encontrar en la escritura lo que ella había encontrado: un puente hacia su propia alma.




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