Álvaro volvió a aquel rincón que había sido su refugio y su prisión durante tanto tiempo. Las cuatro paredes de su habitación, testigos de incontables noches de incertidumbre y soledad, parecían observarlo ahora con la misma expectación que él sentía por lo que estaba a punto de hacer. Había pasado días reflexionando, enfrentándose a sus pensamientos y a las verdades que había evitado durante años. Ahora, necesitaba poner todo en palabras.
Se sentó en la pequeña mesa junto a la ventana, donde la luz tenue de la lámpara apenas iluminaba las hojas de papel que había preparado. Tomó una pluma entre sus dedos y, con un suspiro profundo, comenzó a escribir.
"El fracaso es real."
Esas palabras abrieron un torrente de emociones. La tinta fluía como si la pluma entendiera todo lo que su corazón necesitaba decir.
"Experimento en carne propia día a día las consecuencias de fracasar constantemente, y es que, al intentar cumplir una expectativa propia o impuesta, he terminado sin cumplirla. Y ahí se formula el fracaso. Si fuera una ecuación matemática, sería resumida en propósito más incumplimiento igual a fracaso: (P + I = F)."
Álvaro se detuvo por un momento, mirando la primera frase escrita. Una lágrima solitaria rodó por su mejilla, pero no se molestó en limpiarla. Continuó escribiendo, dejando que sus pensamientos tomaran forma:
"Quise hacer de mi fracaso una debilidad propia, y auto percibirme como un fracasado lo tomé de manera negativa. No di pie a entender las situaciones y mucho menos quise aprender de los errores que he cometido. Siempre buscaba un culpable para mi estado, permití que mis circunstancias me definieran."
Se detuvo de nuevo, sintiendo cómo esas palabras golpeaban un rincón profundo de su ser. Sabía que había sido cierto. Había pasado años culpando al mundo, a la sociedad, a las personas que lo traicionaron, incluso a su familia, sin detenerse a ver su propia responsabilidad.
"Sentí un deseo enorme de escribir esa vez que conocí a Alice, pero mi enfoque lo llevé a obtener su aprobación y no me permití disfrutar el momento. Y sin que me valga una excusa, me dejé llevar por el ritmo acelerado de la vida misma que conozco. Aquí solo se permite generar economía, porque la sobrevivencia de las personas, y no la vivencia, que es distinto, está destinada a cumplir los elementos básicos: la alimentación, la vestimenta y el descanso."
Mientras escribía, Álvaro recordó todas las veces que se había sentido atrapado en Molino, en Candás, en su propia mente. Una lucha interminable por satisfacer lo básico, pero olvidando lo importante.
"No puedo culpar a una sociedad de perseguir la necesidad humana de sobrevivencia. Inclusive mis padres tuvieron que sacrificar momentos y vivencias personales por empeñarse en conseguir lo básico para mantener viva a esta pequeña familia. Me alimentaron y lo siguen haciendo hasta el día de hoy. No puedo aislarme con la presunción de que hacer lo que me haga feliz va a mantenerme vivo. También es necesario sacrificar momentos y placeres propios por mantenerse vivo, a cambio de entregar ese tiempo a la necesidad de generar dinero para lo básico."
Álvaro dejó caer la pluma y miró hacia el techo. Reflexionaba sobre las palabras que acababa de escribir. Era cierto. Había pasado años molesto con el sistema, con la vida que lo obligaba a trabajar por sobrevivir, pero ahora entendía que todos, de alguna manera, compartían esa lucha.
Volvió a tomar la pluma.
"Y aunque por mucho tiempo, y creo que aún lo sigo, estuve molesto con esta vida que te obliga a hacer cosas para obtener lo básico, todos sacrifican parte de eso en su vida. Pero también encuentro en este momento un pensamiento que me hace sentir que, al poner todo el empeño en lo urgente, olvidé muchas veces lo importante. Debo saber que tengo que seguir buscando esos momentos que me regresen las ganas de seguir vivo, sin descuidar la ocupación diaria de mantenerme. Debo equilibrarlo de tal manera que no descuide uno por el otro."
Las palabras fluían más rápido ahora, como si una parte de él se desahogara después de años de silencio.
"Creo que es mi miedo al fracaso el que me mantiene prisionero de mí mismo. Por querer darle importancia a algo que no soy, por impresionar al mundo que me rodea, desaté más fracasos en mi vida.
¿Tengo que ser bueno en los trabajos que hay aquí? No lo sé. Por una parte, creo que muchos se adaptaron para poder sobrevivir, porque en su mente era eso lo que los motivaba a seguir vivos: una esperanza de algún día disfrutar. Y creo que no me esforcé lo necesario en cada uno de ellos porque, siendo sincero, no me gustaba ningún trabajo. No tenía ganas de trabajar, en realidad no tenía ganas de nada. Y di paso a que ese equilibrio que necesito se perdiera."
Álvaro soltó un suspiro profundo y continuó.
"Pero cuando hice ese cuento, mantuve el único deseo de generar dinero de forma inmediata para resolver mis asuntos de manera apresurada, sin entender que ese también es un trabajo que no estaba preparado para ello. Y volví a perder el equilibrio.
Aún no sé qué voy a hacer, pero creo que, si quiero seguir vivo, tengo que encontrar la forma de mantenerme por mí mismo, como muchos lo han hecho."
Las lágrimas comenzaron a brotar de nuevo, pero esta vez no eran de tristeza, sino de alivio.