El sol comenzaba a caer sobre Molino cuando Álvaro regresó a casa. Los tonos dorados y naranjas del atardecer bañaban las paredes desgastadas y los techos de tejas. Caminaba con paso tranquilo, pero su corazón latía con fuerza. Sabía que estaba a punto de tomar una decisión que cambiaría su vida, una decisión que lo llenaba de miedo y esperanza al mismo tiempo.
Al cruzar la puerta, saludó a sus padres con una sonrisa cálida. Vania estaba en la cocina, preparando la cena, mientras Romel acomodaba algunas herramientas en el pequeño armario.
—Buenas tardes —dijo Álvaro, mientras dejaba el cincel sobre la mesa—. Aquí está, papá. Gracias por prestármelo.
Romel lo miró con curiosidad, pero no preguntó más. Algo en la mirada de Álvaro le dijo que ese cincel había sido utilizado para algo significativo.
La cena fue sencilla, como todas las noches en Molino, pero esta vez tenía un aire diferente. Álvaro se encargó de ayudar a poner la mesa, sirvió el agua y cortó el pan. Durante la comida, hablaron como pocas veces lo habían hecho antes. Álvaro incluso hizo algunos chistes, arrancando risas sinceras de sus padres. La pequeña casa se llenó de una calidez que hacía mucho no sentían, y por un momento, parecía que todo estaba bien en el mundo.
Al terminar, Álvaro se levantó de la mesa y, sin previo aviso, abrazó a su madre.
—Gracias, mamá. Gracias por todo.
Vania, sorprendida, le devolvió el abrazo con ternura.
—Hijo, no tienes nada que agradecer.
Luego, Álvaro se acercó a su padre y lo abrazó también.
—Te amo, papá.
Romel, que no solía expresar sus emociones de forma abierta, lo abrazó con fuerza, sintiendo que las palabras de su hijo eran más valiosas que cualquier cosa que pudiera haberle dicho antes.
—Nosotros también te amamos, Álvaro —respondió Romel, con una voz que parecía contener lágrimas.
Álvaro deseó buenas noches y se retiró a su cuarto. Cerró la puerta detrás de él y sacó los periódicos que había recogido en el lugar de Kynicos. Uno de ellos captó nuevamente su atención.
"Visita Polinar, el lugar del conocimiento."
Leyó la nota completa, cada palabra encendiendo una chispa de curiosidad y decisión dentro de él. Polinar, una ciudad desconocida, parecía ofrecerle una oportunidad para empezar de nuevo. Tomó una hoja y anotó la ubicación. Luego, sacó su mochila vieja y comenzó a empacar.
Guardó su ropa, sus escritos, y algunas pocas pertenencias. Todo lo que poseía cabía en esa mochila. Cuando terminó, se recostó en la cama. Miró al techo de su habitación por un largo rato, con una mezcla de tristeza y determinación en el rostro. Finalmente, el sueño lo venció.
Al amanecer, Álvaro se despertó antes que el sol. Se vistió con ropa sencilla, tomó la mochila y salió de su cuarto. En la cocina, Vania estaba preparando café, y Romel hojeaba un viejo periódico. Al ver a su hijo entrar con la mochila al hombro, ambos se levantaron de inmediato.
—¿Qué pasa, Álvaro? —preguntó Vania, con una mezcla de preocupación y confusión—. ¿Te pasó algo?
Álvaro dejó la mochila en el suelo y miró a sus padres. Por un momento, no pudo hablar. Sus palabras parecían atorarse en su garganta, pero finalmente tomó aire y dijo:
—Padres, tengo que hablar con ustedes. Por favor, siéntense.
Vania y Romel se miraron entre sí antes de sentarse en las sillas alrededor de la mesa. Álvaro se sentó frente a ellos, acomodando la mochila a un lado, y comenzó a hablar con la voz temblorosa.
—Desde ese día que me fueron a buscar y me encontraron derrotado en Candás, ustedes me brindaron todo. Me dieron comida, un techo donde dormir, y jamás me pidieron nada a cambio. Creo sin duda que, sin ustedes, yo no estaría aquí.
Hizo una pausa, mirando sus manos entrelazadas sobre la mesa.
—Nunca he recibido un reproche por su parte, y creo que soy afortunado en tenerlos como padres. Siempre han estado presentes en mi vida, y aunque tengamos muchas carencias, estoy agradecido por su amor incondicional.
Vania ya tenía lágrimas en los ojos, mientras Romel escuchaba con atención, tratando de contener sus emociones.
—Sé que no la he pasado bien —continuó Álvaro—. Ustedes lo han visto. Estos días he llorado como nunca antes. Pero también sé que, aunque ustedes estarían dispuestos a cuidarme el resto de sus vidas, no quiero eso para ustedes ni para mí.
Álvaro levantó la mirada, sus ojos brillando con lágrimas que aún no caían.
—Si no puedo ser un hijo que les ayude, tampoco quiero ser una carga, aunque sé que ustedes nunca lo ven así.
El silencio llenó la habitación por un momento antes de que Álvaro tomara aire y dijera:
—Por eso he tomado la decisión de irme.
Las lágrimas comenzaron a correr por el rostro de Vania, mientras Romel miraba a su hijo con una mezcla de tristeza y orgullo.
—¿A dónde irás? —preguntó su padre, con la voz quebrada.
—A Polinar. Leí sobre esa ciudad, y aunque no sé qué encontraré allí, creo que un aire nuevo puede ser lo que necesito. Quiero intentarlo de nuevo. Y si tengo que volver a fracasar, estoy dispuesto a hacerlo.