Álvaro salió de casa con la mochila al hombro, llevando consigo todo lo que tenía: unas pocas pertenencias, sus escritos, y un corazón lleno de emociones encontradas. Había despedido a sus padres con abrazos y palabras que aún resonaban en su mente, especialmente aquellas que marcaron su alma: “Eres nuestro orgullo.”
El aire frío de Molino lo recibió mientras comenzaba a caminar por las calles del pueblo. Aquel lugar que había sido su refugio y su prisión, su escuela y su verdugo, ahora quedaba atrás. Sus pasos resonaban en las aceras, y cada esquina parecía contarle una historia, un fragmento de lo que había vivido.
Pasó frente a la cafetería donde había trabajado con Joaquín. Desde la ventana, vio cómo el hombre regañaba a un nuevo empleado, gesticulando con la misma intensidad que había mostrado con él. Álvaro sonrió para sí, recordando las veces que había deseado que Joaquín se tragara sus propias palabras. Pero ahora, esa sonrisa era distinta. Era una sonrisa que aceptaba lo que había sido, entendiendo que incluso las experiencias más incómodas eran parte de su historia.
Continuó caminando, y sus pasos lo llevaron cada uno de los lugares donde había trabajado, como repartidor, ayudante de cocina, en la maquila, entre otros, cada uno de esos trabajos que hicieron que Álvaro se sintiera un fracasado, y en su mente revivió los días de calor y cansancio, las miradas de los clientes, y el peso de los errores que cometió y que nunca logró manejar del todo. Aunque había odiado esos trabajos, ahora lo veía con otra perspectiva. Había sido un intento, uno más en una serie de fracasos que, de alguna manera, lo habían moldeado. También reflexiono que cada uno de esos lugares seguían funcionado de la misma manera, nada cambiaba todo seguía igual, recordándose nuevamente que la vida después de uno, para el mundo, continua normal.
Más adelante, llegó al centro cultural. Se detuvo al otro lado de la calle, observando cómo pocas personas entraban y salían del edificio. Entre ellas, reconoció a Alice. Estaba abrazada de su pareja, su rostro iluminado por una sonrisa que parecía llenar el mundo de luz. Álvaro sintió una punzada de tristeza al verla, un recordatorio de lo que había perdido, de las decisiones apresuradas que lo alejaron de alguien que había significado tanto para él. Pero esta vez, no se quedó atrapado en ese sentimiento. Levantó la cabeza, respiró hondo y siguió caminando.
Finalmente, llegó al banco donde había conocido a Kynicos. Ese lugar, tan sencillo y tan lleno de significado, parecía esperarlo. Álvaro se sentó, dejando caer la mochila a su lado. Sacó un papel y una pluma, y comenzó a escribir, sin preocuparse por el tiempo. Escribió algo que parecía muy importante, y con determinación escribía y escribía. Cuando terminó, guardó el papel en su bolsillo y permaneció allí unos minutos más, en silencio, dejando que la brisa acariciara su rostro.
Cuando sintió que era el momento, se levantó y retomó su camino hacia la salida de Molino.
A medida que avanzaba, las calles se hacían más angostas y menos transitadas. Las casas, con sus fachadas desgastadas y tejados inclinados, parecían despedirlo en silencio. Las colinas que rodeaban el pueblo se alzaban en la distancia, cubiertas por una ligera neblina que le daba al paisaje un aire melancólico.
Mientras caminaba, Álvaro comenzó a reflexionar.
"Soy un fracasado," pensó, con una honestidad que no dolía tanto como antes. Pero luego añadió: "Tengo la suerte de tener a unos maravillosos padres." Pensó en todo lo que ellos habían hecho por él, en el amor incondicional que le habían dado, y sintió una gratitud inmensa.
"Hay personas que tienen que salir adelante sin sus padres," continuó reflexionando. "Ya sea porque no están presentes o porque nunca quisieron estarlo. Y, aun así, esas personas deben continuar."
Miró el cielo y pensó en su propia soledad.
"Soy un hombre sin amigos," se dijo, pero luego añadió: "Hay gente que, aun teniendo amigos, se sienten solos. Y deben seguir viviendo de esa manera."
Los ricos de Molino pasaron también por su mente. "Soy pobre," pensó. "Pero no me imagino la frustración de una persona con mucho dinero que no puede resolver sus problemas, aun con todo el dinero del mundo."
Su mente viajó a los trabajadores incansables que había conocido, aquellos que parecían encontrar propósito en sus labores diarias.
"Yo soy un flojo," admitió. "Pero incluso los que trabajan día y noche se agotan, y muchos no encuentran salida a la monotonía. Todos estamos en el mismo viaje, de una forma u otra."
Mientras pensaba en todas estas cosas, una verdad comenzó a formarse en su mente. "Todos somos propensos a fracasar," se dijo. "Aunque hay personas que tienen ventajas sobre nosotros, ya sea dinero, talento, amigos o belleza, todos probamos el fracaso en algún momento. Es parte de la vida y del aprendizaje. Es ególatra de mi parte haber pensado que solo yo era el fracasado."
Llegó a la estación de autobuses cuando el sol ya estaba alto en el cielo. Compró su boleto y se sentó a esperar. El aire estaba lleno del bullicio de los pasajeros, pero Álvaro se sentía extrañamente tranquilo.
Sabía que ese autobús lo llevaría a Polinar, una ciudad desconocida que tendría que descubrir paso a paso. No sabía exactamente qué le esperaba allí, pero algo dentro de él le decía que estaba listo para enfrentarlo.