El fuego en tus ojos

5

—¿Cómo has conseguido enemistarte con la hija de Ronald Cooper en los primeros minutos de la fiesta? —le reclamó Laverne con voz sibilante de ira a su hija, que tenía la mirada baja, mientras con sus dos manos apretaba el diminuto bolso—. Por Dios, Catherine —gruñó ahora—. Te hice venir con un solo propósito, una sola cosa te pedí, ¿y lo arruinas antes siquiera de empezar? ¿Cómo has podido? ¿Tan poco te importa tu madre?

—Laverne… —intervino Oliver tratando de tranquilizarla, y Laverne lo miró asintiendo como si sólo necesitara que le recordaran recobrar la compostura para hacerlo y respiró hondo. Parecía que, en vez de gritar, quisiera usar sus uñas, pues las tenía como garras en aquel momento.

—Eres decepcionante, como siempre —farfulló Laverne sin mirar a su hija, y Catherine sólo tragó saliva.

—Son cosas de chicas —volvió a hablar Oliver con voz conciliadora—. Tengo fe en que Catherine lo sabrá solucionar luego, sólo necesita una oportunidad para mostrarle a Robin Cooper que es una buena persona.

—¡Pidió que la echaran de la fiesta! ¡Gracias a la intervención de Ronald Cooper no nos echaron a todos!

—Porque hasta él sabe que en asuntos de mujeres… de niñas… es mejor no meterse. No seas tan severa con Catherine, ya verás cómo todo se soluciona.

—Eso espero. Oh, Oliver, cariño. No sabes cuánto agradezco al cielo que estés aquí y te ocupes de ella…

—Estoy aquí sólo para ella y para ti, Laverne.

—Llévala a casa, ¿quieres?

—Necesito volver a Cambridge… —susurró Catherine como si en vez de en una sala junto a su madre y su supuesto prometido, estuviera ante la silla eléctrica.

—¡No puedes exigirme nada! —exclamó Laverne volviendo a su tono agresivo—. No cumpliste con la única condición que te puse. Te irás mañana.

—Mamá… —suplicó Catherine—. Estoy en exámenes. Necesito estudiar, necesito…

—Ya no me hables. ¡Me fastidias! 

—¡Mamá! —la llamó Catherine con voz quebrada, pero Laverne ya había dado la vuelta y se alejaba. 

Catherine quiso ir tras ella, pero por experiencia sabía que aquello no serviría de nada. Ni si le suplicaba de rodillas obtendría lo que quería o necesitaba. ¿Cuándo podría hacer entender a su madre que había cosas que para ella eran importantes?

—Necesito volver —repitió con voz llorosa—. Estoy en exámenes… 

—¿Por qué te empeñas tanto? —dijo la voz sonriente de Oliver, y ella, que casi había olvidado que él seguía allí, se giró a mirarlo.

Qué ganas de abrirle la cabeza para comprobar si allí había un cerebro.

Él la miraba con esa sonrisa que indicaba que la tonta era ella y el inteligente él, como si intentara explicarle cosas básicas de la vida, porque ella, pobrecita, era corta de miras.

Eres más inteligente que él, se recordó. La razón por la que no te gusta, es porque sabes que puedes manipularlo, usarlo a tu antojo. Ya lo has comprobado.

Ella prefería un hombre con carácter, que de vez en cuando se le enfrentara, que le hiciera ver las cosas conservando el equilibrio entre la fuerza de su personalidad y la de ella. No que todo fuera una constante pelea, pero tampoco que le diera siempre la razón. Oliver hacía esas dos últimas cosas dependiendo de su humor, o del de ella.

Ahora necesitaba al bobalicón que siempre le daba la razón.

—Tu familia tiene un Monet —dijo, tratando de usar un razonamiento que él pudiera comprender. Oliver sonrió automáticamente orgulloso sin preguntarse por qué de repente ella traía el tema a colación.

—Así es. Costó unos cuantos millones. 

—Y conseguirlo fue difícil.

—La subasta estaba reñida.

—La universidad es mi Monet —dijo ella simplemente, lo que hizo que él la mirara sorprendido. Catherine tomó aire y empezó a explicarse—. Graduarme sería lo más valioso para mí. Y no graduarme de cualquier manera… Graduarme con un reconocimiento… el que sea.

—¿Por qué? —preguntó—. ¿Por qué es tan importante? Si te casas conmigo, nunca necesitarás trabajar, que es para lo único que te serviría un título —Catherine se mordió los labios pareciendo desamparada, cuando lo que en verdad quería era clavar sus tacones en esa cabeza.

—Porque… —empezó a decir, hablando despacio— quiero que mi marido se sienta orgulloso de mí no sólo por mi belleza, por la manera como manejo los asuntos de la casa, o por cómo crío mis hijos. Quiero que me admire por mi inteligencia, quiero poder hablar de negocios con él antes de quedarnos dormidos. Quiero que cuando me exprese que está preocupado por el precio de las acciones, yo pueda entenderlo… Tal vez no necesite mi consejo, pero al menos sabrá que no está hablando con la pared—. Oliver la miró fijamente. Parecía que, por fin, la entendía.

Claro, ella había usado su título como otro beneficio para el marido, no para ella misma, y por eso se le había hecho fácil empatizar.

¿Ves, idiota?, quiso decir. Soy más inteligente que tú.

—Te ayudaré a conseguir tu Monet —dijo, y Catherine dejó salir el aire de puro alivio—. Convenceré a tu madre de dejarte volver esta noche.




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