EL GANADOR
Capítulo 1
El PRESIDENTE
La reunión estaba pautada para las tres de la tarde. No muy temprano para que no interrumpiera labores ni muy tarde cuando nadie prestaría atención y solo estarían mirando el reloj para irse a la casa. Los términos medios casi siempre funcionan.
El señor Ingvar apenas levantó la mirada de los papeles que tenía enfrente cuando la puerta se abrió.
—Buenas tardes, tío —saludó Gerard quien fue el primero en llegar.
—Hummm…siéntate, esperemos a que llegué tu primo y comenzaremos.
—Claro, por supuesto…espero que no tarde…ya sabes cómo es…—respondió Gerard.
Al señor Ingvar le molestaba que le señalaran lo obvio.
—No te afanes en recordarme como es tu primo. Lo conozco bien…debo decir…los conozco bien a los dos y sé de lo que son y no son capaces…siéntate y esperemos.
Gerard tomó aquella respuesta como lo que era: un tapabocas. Optó por hacerle caso a su tío y se sentó a esperar en silencio. El asunto de hoy era demasiado importante como para poner a su tío de malas sin siquiera haber comenzado la reunión. El destino de la empresa estaba a punto de decidirse y era todo que importaba.
El señor Reuben Ingvar había levantado Ingvar Woods desde cero, luchando con una astucia y un tesón que no veía en ninguno de sus dos sobrinos. Era un trabajador incansable y con visión de grandeza. Comenzó con una pequeña mueblería en un local rentado en una de las secciones más pobres de la ciudad. Con gran esfuerzo logró hacer un número de ventas razonables y luego tan sorprendentes que pudo expandir el negocio. Más adelante pudo comprar el edificio entero. Años después, abrió sucursales por todo país. Ahora, luego de más de cuarenta años en el negocio, sus muebles se venden por todo el mundo y sus acciones crecen en valor cada día. Una empresa sólida y muy lucrativa que en ese momento, a punto del retiro, no encontraba como dejar en manos de unos sobrinos que demostraban más interés en gastar dinero que en producirlo. Aunque estuvo casado, enviudó sin tener hijos. Tuvo dos hermanos que ya habían fallecido -Lucas y Emil - y cada cual le dio un sobrino. Era toda la familia que poseía. Amaba sus sobrinos como se pueden amar a los hijos, cuidaba de ellos como si fueran propios, pero reconocía sus ligerezas de carácter. No tenían el liderazgo que se requiere para llevar adelante una empresa.
Gerard esperaba incómodo en el asiento. No diría ni una palabra más aunque ser paciente no estaba entre sus virtudes. Joven, alto y apuesto, de ojos zarcos y poblados de pestañas que serían la envidia de cualquier mujer. Se había graduado de una de las mejores universidades del país con bastante esfuerzo. Algunos alegaban que el apellido le compró el diploma pero quienes conocían de cerca al señor Ingvar sabían que eso jamás pudo ser así. Su lema era esfuerzo o nada. Así que Gerard, diploma en mano comenzó a trabajar en las empresas de su tío sin demasiado ahínco, al menos eso parecía y las apariencias lo son todo. Por eso el Porsche descapotado, las mujeres bellas y la ropa elegante, los mejores restaurantes y un pase VIP a los encuentros de futbol del equipo del país. Hasta ahora, el apellido le había servido de bastante pero no lo suficiente para que su tío le confiara llevar las riendas del negocio. Él creía merecerlo, solo que el señor Ingvar no estaba tan convencido…
Iker llegó al filo de las tres. Un minuto más y su tío le hubiera cerrado la puerta en la cara.
—Así de importante era para ti esta reunión que llegas en el último minuto… ¿sudado y despeinado? —recibió Iker como bienvenida.
—Discúlpeme, tío…es que tuve que…
El señor Ingvar no lo dejó terminar.
—No necesito excusas…siéntate y comencemos con esto. Cada día me siento más defraudado por ustedes dos. Quiero retirarme y vivir tranquilo los años que me queden pero… ¡vaya que me lo ponen difícil!
Iker y Gerard se miraron sin decirse nada. A pesar de ser únicos sobrinos y de edad contemporánea, no eran tan apegados como se esperaría. Cada cual en lo suyo, sin llevarse mal pero tampoco los mejores amigos. Quizás muy distintos aunque al tío le parecía que eran iguales, cortados por la misma tijera. Dos dolores de cabeza, distintos pero iguales. En fin…
El señor Ingvar soltó los papeles que habían ocupado su atención hasta ese momento y dirigió la mirada a sus dos sobrinos. No pudo evitar pensar en la falta tan inmensa que le hizo tener hijos. La muerte se llevó demasiado temprano a su esposa y el negocio absorbía todo su tiempo. Nunca consideró volver a casarse. Ahora tenía de frente la suma de todo eso. Dos herederos, dos sobrinos, dos desastres.
—Como les había dicho antes, voy a retirarme…—comenzó diciendo—ya saben que no me encuentro bien de salud y quiero descansar. He trabajado demasiado y ya es hora de pasar el mando.
Los primos asintieron. Esto ya se los había notificado un par de meses antes y advertían que lo próximo sería nombrar el sucesor. Designar al nuevo presidente de la compañía y por ende, el otro tendría otro puesto de importancia en la empresa. Por supuesto, ambos ansiaban la presidencia.
—Para serles franco, no veo en ninguno de los dos lo que se requiere para tomar el mando. Ustedes dos…que de no ser mis sobrinos no los tendría ni de porteros…pero bueno…
Iker carraspeó incómodo y Gerard se mantuvo imperturbable e intentó ignorar la crítica. El futuro estaba en juego y no pensaba tirarlo por la borda lanzando un comentario inoportuno. Saber cuándo callar es sabiduría.
—Hoy ustedes decidirán quién se quedará con la presidencia —expresó mirándolos a ambos.
Los jóvenes hombres no parecieron comprender.