Valerie
Todo el tiempo que estuve con mis amigas deseaba que la tierra me tragara y me escupiera en Saturno. Sus rostros en el momento en que me vieron fue todo un poema. Sus ojos vagaban de mi cara hasta mi abdomen abultado.
Olivia era la que me escudriñaba más, ella siempre ha sido metódica, tanto como yo. Cree en la perfección del universo, en que todos tenemos el control de nuestras vidas. Y, ¡por todo lo Santo!, eso suponía que yo también lo estaba haciendo. Pero ese estúpido preservativo se rompió y heme aquí con un bebé creciendo dentro de mí.
Después estaban Jenni y Hollie, que cada una estaba en un éxtasis planetario y romántico, la morena no dejaba de decir que esto era una señal cósmica del universo y que mis chakras comenzarían a alinearse por completo con este nuevo ser de luz. Ella siempre es parlanchina, pero hoy me estaba sacando de quicio, la quiero, realmente lo hago, pero estaba diciendo cosas muy extrañas que solo ella entendía.
Y Hollie veía corazones por todos lados, ella y Edward prácticamente querían ser desde ya los padrinos del bebé, se les notaba muchísimo. Pero todo se tornó turbio cuando llegaron a hacer una actividad de bienvenida y el loco del Mamut, con quién estoy creando esta farsa, me besó sin mi permiso.
El sonido del pestillo al cerrarse fue el sonido de la sentencia, de que la farsa ha comenzado. Dejamos el concurso de jengibre hecho un desastre cubierto de glaseado, dejamos el juicio de mis amigas en suspenso y, lo más importante, pusimos un muro de pino entre nosotros y la civilización.
Tiro mi abrigo sobre la cama matrimonial y me giro hacia Ethan. Él está junto a la ventana, observando el estacionamiento trasero como si esperara que un helicóptero de rescate aterrizara sobre el coche de la lavandería. Su perfil, iluminado por la luz tenue de la luna, es tenso, como si estuviera preocupado por algo.
Lo sé, es un fugitivo. Y yo soy la decoradora que lo contrató para crear todo este plan. Es un acuerdo de negocios, nada más, no puedo encontrarlo atractivo. Lo repito en mi cabeza como un mantra.
—Reglas —digo secamente, rompiendo el silencio denso de la suite. El olor a canela sigue persiguiéndonos incluso hasta aquí en la habitación 212.
Ethan se gira, sin dejar de escanear el lugar, pero voltea a verme.
—¿Te refieres a las que ya rompimos en el lobby? El glaseado no fue profesional, Valerie, pero una buena táctica.
—Las nuevas reglas, Ethan. Las de convivencia, porque necesitamos saber cómo comportarnos en estas dos semanas. Yo no comparto espacios. Literalmente nunca —camino hacia la chimenea eléctrica, encendiéndola solo por el sonido—. Mira, esta no es una suite de luna de miel. Es una zona de contención de crisis, si lo quieres ver de esa forma. Yo dormiré aquí —señalo la enorme cama con la colcha—. Es la única superficie que me garantiza un buen descanso, además, este bebé cada día pesa más.
Toco mi abdomen, a veces se me olvida que hay alguien allí dentro.
Ethan me mira, sus cejas se levantan en un gesto de escepticismo mordaz.
—No te preocupes, el sofá será mi nuevo mejor amigo.
—No seas dramático. El sofá es grande y esquinero, estará bien para ti —señalo el sofá de terciopelo verde oscuro que está junto a la ventana. Es mullido y se ve cómodo, pero no es una cama. Ni de lejos, pero me niego a dormir a lado de un desconocido—. Tienes mantas extras en el armario por si las necesitas.
Hago silencio hasta que recuerdo algo importante.
—Y sí, si tengo que tocarte, solo será en modo “alerta de amiga”, pero no está permitido que me beses sin mi permiso.
—Lo entiendo. Proximidad física cero a menos que haya una abogada cerca, porque ¡diablos! Tu amiga es un poco pesada. —Ethan se acerca al sofá, toca el terciopelo y se encoge de hombros con resignación—. ¿Y el dinero que habías acordado?
—Están a buen recaudo. Los tendrás a final de la primera semana. Necesito que cumplas al menos con un 50% de las expectativas de Hollie y Jenni para que me crean. Especialmente a Olivia. Su aprobación es mi capital social aquí. Ya sabes cómo es.
—¿Y qué pasa si Tank aparece? —me pregunta, su tono ahora es serio, profesional, sin sarcasmo. Es la primera vez que me cuenta más del hombre detrás del fugitivo, y me doy cuenta de que este no es un juego para él. Es su vida.
—Si Tank aparece, tú usas esos diez mil dólares y corres. Mi coartada es que tú me abandonaste por el pánico de ser padre. Es fea, pero te protege. Y me protege de ser cómplice.
Ethan se sienta en el sofá, probando su nueva “cama”.
—Bien. Es un trato. Pero una última regla, Guerrera. Si las cosas se ponen raras con tus amigas, yo actúo. Si mis alarmas de peligro se activan, yo me beso contigo. Es mi forma de control de daños, así no tenga tu permiso. Hay prioridades.
Asiento resignada, también tiene razón. Mi garganta se siente seca.
—¿Estamos claros con la historia de fondo?
—Nos conocimos en un evento de la empresa, eres Rodrigo Cortés, un financiero del Wall Street, que está tomándose unas vacaciones conmigo y este retiro, no tenemos planes de casamiento aún y el bebé se llamará Sebastián o Aurora. No hay más detalles, menos, es más.