Valerie
Caminamos hacia el bosque bajo la luz implacable del mediodía, y mi cabeza es un tornado de conflictos. No dejo de pensar y pensar. Jenni va adelante, con su poncho de aura protectora ondeando al viento, hablando de la conexión telúrica. Hollie discute con Ed sobre el tono exacto de verde para las luces que pondremos en el árbol. Y Olivia, por supuesto, camina con su marido, citando los posibles riesgos legales de la tala.
Y luego estoy yo. La planificadora de eventos que ha perdido todo el control sobre su propia vida. Mi vientre crece. Mi cuerpo está cambiando. Pero mi problema no es la gestación; mi problema ahora mismo es el hombre que camina a mi lado.
Ethan Harrison.
El Mamut financiero de alto riesgo que inventé para sobrevivir al interrogatorio de Olivia.
Él está en silencio. Está demasiado cerca, su hombro roza el mío con cada paso. El calor de su cuerpo me resulta extrañamente reconfortante, pero también me irrita. Ayer, fingimos un amor de película para mis amigas. Hoy seguimos fingiendo y apenas llevamos solo dos días, no puedo esperar a que esta farsa termine y él se vaya para decir que me abandonó y hacerme la dolida por unos días y olvidarlo.
Pienso en que esto no es un retiro navideño, es una crisis de seguridad personal.
A veces detesto este lugar. Es demasiado empalagoso para mi gusto. Amo el cemento, el ruido de los cláxones, los rascacielos y el diseñar eventos. Aquí, todo es blando, rústico, y huele demasiado a pino.
Ya no sé qué es mío y qué no. Mi respiración no es mía, es la del bebé. Mi tiempo no es mío, está secuestrado por las actividades y el aparentar tener una nueva familia. Siento que cada rincón de mi ser, diseñado para la eficiencia, se está desmantelando. Y lo peor es que me estoy acostumbrando al caos, un síntoma que considero el más peligroso de todos.
Miro a mis amigas, ellas son mi ancla, mi familia, pero también mis jueces. Oli, es la que tiene la necesidad de que mi vida sea un plan de pensiones infalible. Jennifer, con su necesidad de que yo encuentre el destino en el fondo de una taza de té. Hollie, que espera que este fugitivo sea mi príncipe de cine. Su amor es una camisa de fuerza de buenas intenciones. Lo siento, lo agradezco, pero ahora mismo, lo gestionaría mejor con un equipo de crisis empresarial.
Y luego está el fugitivo que es mi compañero en esta farsa, no se puede negar que el hombre es hermoso, tanto que duele mirarlo. En estos momentos veo que agarra un hacha, pero luce tan inútil con la herramienta que me dan ganas de abofetearlo.
Observo sus manos, esas manos que se atrevieron a tocarme el rostro para el “beso de sellado” de anoche, éstas son suaves, diseñadas para teclear en un teclado, no para empuñar un hacha. Siento una punzada de protección y burla al mismo tiempo. Es mi responsabilidad mantenerlo vivo, pero ¿por qué tiene que ser tan evidentemente neoyorquino?
Estamos en un claro circular. Un montón de hachas, sierras y cuerdas yacen sobre una lona. El aire huele a madera húmeda.
Olivia se pone inmediatamente al frente del grupo.
—Bien, equipo. Antes de iniciar la actividad de tala de árboles, debemos revisar las normativas de seguridad. —Saca de su bolsillo un folleto doblado, que supongo que leyó meticulosamente en el desayuno—. Punto 1: El área de corte debe estar despejada en un radio de dos metros para evitar el impacto de la caída de residuos. Punto 2: El ángulo del corte de entalle debe ser de 45 grados para asegurar la dirección controlada de la caída, minimizando el riesgo de rebote. Punto 3: El uso de guantes es obligatorio. No estamos aquí para una demanda por negligencia.
Jenni exhala ruidosamente.
—¡Olivia, estás matando el espíritu del pino! ¡El árbol quiere ser un árbol de Navidad! ¡No un objeto de litigio!
—Jenni, las regulaciones de seguridad salvan vidas. Es un acto de amor a largo plazo —replica nuestra amiga con su tono de superioridad legal.
Mientras la castaña continúa con la lectura, siento que la atención de Ethan se desvía. Está escaneando el perímetro. Sus músculos están tensos bajo el suéter que lleva puesto. Me rozo discretamente contra él.
—¿Qué pasa? —susurro.
—Hay un hombre nuevo. En el límite del bosque. —Su voz es apenas un suspiro, como el clic de un arma—. Es demasiado grande para ser un duende. Creo que me encontraron.
Miro hacia donde señala. En el límite de los árboles, junto a una camioneta roja cargada de leña, hay un hombre. Es enorme, con una altura que desafía la gravedad. Viste un traje de terciopelo verde y rojo, de Ayudante de Santa, pero el uniforme parece estar a punto de estallar debido a la masa muscular que contiene. La barba postiza y el gorro son tan ridículos que casi parecen una broma. Excepto por sus ojos. Oscuros, vacíos y fijos en nosotros.
Ese es el famoso Tank del que Ethan tanto habla.
Siento un escalofrío que me recorre la espalda, un miedo que no es el mío, sino el de Ethan. Él está genuinamente paralizado.
—Bien, parejas. Es hora de elegir su árbol —declara Olivia, guardando el folleto.
Ethan me arrastra hacia el interior, lejos del límite del bosque.