El gran enredo

Capítulo 10

Valerie

La luz de Vermont, a las siete y media de la mañana, es una cosa engañosa. Parece suave, casi celestial, pero es lo suficientemente brillante como para exponer cada imperfección, cada mentira, cada ojera que he ganado en esta farsa de vacaciones. Es la luz que te recuerda que, aunque lo planees todo, la vida te puede poner en números rojos en un abrir y cerrar de ojos.

Mi cuerpo, que durante años funcionó con la precisión de un catering de lujo, ahora se siente como si me hubieran puesto en una lavadora en el ciclo de centrifugado. Lo peor es la exactitud del síntoma.

El primer ataque de náuseas llega, puntualísimo. Es el aviso de que el evento biológico ha comenzado. Estoy cansada de estos síntomas matutinos, supongo que en algún momento mejorarán. Eso me lo repito cada día.

Me levanto con cuidado. La sensación es la de haber pasado la noche en un ferry en plena tormenta. Me miro en el espejo: mi cabello sigue en el moño bajo de siempre, mi uniforme de mujer que tiene todo bajo control, pero mis ojos... ¡parecen los de un mapache!

Veo como mi compañero corre hasta el baño siguiéndome.

—¿Te sientes bien, Valerie? —pregunta preocupado.

Alzo mi mano y le digo con un gesto que no.

—Tengo náuseas —respondo sintiendo la arcada venir cada vez más fuerte—. Las odio, son horribles.

—Déjame buscar alcohol —dice, buscando con su mirada el cajetín de primeros auxilios que hay en el baño, saca un botecito y me lo pone muy cerca de la nariz. Poco a poco me voy calmando.

Le miro por encima, sus ojos están más oscuros, su frente está arrugada y me mira con bastante angustia. Quizás nunca ha visto a una embarazada. Para mi ya es algo normal sentirme así. Pienso en que no sé tanto de él, pero estar compartiendo estos momentos a su lado, me hace sentir vulnerable, nostálgica, sabiendo que todo es ficción y que no somos una pareja real.

—¿Te sientes mejor?

Asiento.

Una vez que mis náuseas se calman, él dice que irá a buscarme algo para comer y así mi rostro deja de estar tan pálido, le agradezco y me quedo mirando la puerta en el momento en que se va.

Cansada de todo, busco desesperadamente algo que me dé confort, algo que no sea tan Valerie River.

Encuentro una camiseta de Ethan en su maleta. Sé que está mal hurgar en su lona, pero quiero algo distinto. Observo la camiseta, es de lino grueso, gris oscuro, arrugada, y me llega hasta medio muslo. Es suave y huele a lavanda, mezclado con adrenalina y un ligero olor a café fuerte. Inhalar su aroma, el del fugitivo que me está salvando la vida, es extrañamente tranquilizador. Me la pongo.

Lo de anoche en el invernadero no fue romántico. Fue un plan de contingencia para que nadie sospechara. Esquivamos a Tank y esa ridícula búsqueda del Talismán.

La actividad nos obligó a inventar códigos de emergencia tan tontos que funcionaron, algo que definitivamente me sorprendió, porque nos estábamos comunicando.

Mi mente de organizadora lo catalogó como “control de daños exitoso”. Pero cuando dijo que yo era valiente, sentí algo que no era pánico. Se sintió como que estábamos siento sinceros con el otro por un segundo, algo como una conexión inexplicable. Una maldita y real conexión que no estaba en mi lista de imprevistos.

Bajo al salón principal. Mis tres pilares, mis mejores amigas, ya están instaladas junto a la chimenea. Necesito el apoyo de ellas antes de que la presión de la mentira me explote en la cara.

—¡Valerie! —me saluda Hollie que ya tiene el entusiasmo navideño activado—. Pareces muerta. ¿Tu hombre te mantuvo despierta con serias discusiones financieras otra vez?

Me río, intentando que mi voz suene creíble.

—Sí, Hollie. Mucha charla sobre el significado de los números y la fugacidad de la vida.

Olivia me mira por encima de su taza. Su mirada es de “cierre de caso inminente”.

—Tu energía está en el suelo, Val. Tienes la cara de una mujer que acaba de perder un caso difícil, o peor, que está haciendo un inventario de sus malas decisiones.

—Y eso no es bueno para el bebé —añade Jenni tocándome el vientre con su habitual solemnidad. Ella siempre habla del bebé como si fuera su próximo cliente—. Es la energía del bebé adaptándose a tu aura, Val. Es un ser muy organizado que está tratando de aceptar el caos de Rodrigo y el tuyo mismo. Es una guerra interna de energías.

—Es una guerra intestinal, Jenni —corrijo, sintiéndome acabada.

Me siento con ellas. Es el momento incómodo de confesar la verdad a medias.

—Chicas, estoy agotada —digo, bajando la voz—. Estas náuseas no son lindas, es debilitante. Es como si mi estómago estuviera en una reunión a la que no quiere asistir, y esa reunión se llama “mi vida”.

Olivia se pone seria.

—A ver, amiga. Deja la paranoia. Lo que tienes es normal. Te ves pésimo, sí, pero estás embarazada. Eso pasa. No eres una máquina. Ahora, la pregunta crucial: ¿Cómo te hace sentir Rodrigo con todo el embarazo?

El momento se siente real y me duele tener que mentirles sobre la paternidad de mi hijo. Sabiendo que su verdadero padre no le quiere y que prefirió un ascenso a tener un hijo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.