Valerie
La noche cae sobre Vermont como una manta de terciopelo, ya llevamos cinco días en el retiro, el tiempo pasa rápido cuando tienes tantas actividades por hacer con tus amigos. La cena ha sido un desfile de sonrisas forzadas y vino tinto, que yo, por supuesto, evito con la profesionalidad de quien rechaza una mala inversión.
Después del caos del mercado de Hollybrooke y esa descarga eléctrica con Ethan, necesito una sesión de control de daños con mis amigas. La tensión entre él y yo es ahora un material inflamable que podría explotar en cualquier momento. Tengo que reenfocar toda la energía de la noche en ellas. Luego de que Olivia nos encontrara, Jenni nos tomó otra polaroid, no sé cuántas lleva en todo el viaje, dijo que nos las dará al final del retiro.
Nos reunimos en la habitación de Hollie y Mike, que, previsiblemente, es la más grande y mejor decorada del hotel. Es una habitación con chimenea y unas vistas épicas al bosque nevado. La atmósfera es perfecta: luz tenue, mantas de cachemir y una botella de vino abierta. Como quisiera una copa para aliviar mis pesares y todas las mentiras que digo a diario.
Ethan y los otros maridos están abajo, jugando al billar y bebiendo cervezas. Es la excusa perfecta. Necesito hacer una revisión de la estabilidad emocional de mi equipo de apoyo.
Nos sentamos en un semicírculo. Hollie lleva una pijama de seda estampada. Jenni viste una túnica y enciende un palo de salvia. Olivia está impecable en ropa deportiva gris. En cambio, yo estoy envuelta en una manta, sintiendo el peso del amuleto de cuarzo de Jenni en mi muñeca, mi única conexión física con la verdad que estoy ocultando.
—Oficialmente damos inicio a la reunión de amigas —declaro en un intento de aligerar el ambiente.
Olivia toma un sorbo de vino y me mira con una intensidad que dice “ve al grano”.
—Valerie, estamos aquí porque necesitamos ser honestas —dice Olivia—. Estamos en un ambiente seguro. Necesitamos hablar de nuestras miserias. Estás embarazada y debo confesar que estoy preocupada por ti.
—Mi caso está bajo control —respondo automáticamente—. No te preocupes, lo hemos hablado. Estoy llevando todo esto como puedo. —Hago una pausa mirándola—. Olivia, ¿por qué pareces que perdiste un juicio hoy? Desde la cena te he visto nostálgica.
Ella se ríe, pero su risa es seca, como el sonido de unos papeles cayendo al suelo.
—El problema es que mi vida no es un juicio, Valerie. Es un contrato de treinta años que firmé con Tom.
Veo como deja la copa a un lado. Se arregla el cabello con un gesto neurótico que me resulta muy familiar. Supongo que habla del matrimonio como un contrato de por vida.
—Mi vida con Tom es perfecta. No perfecta en el sentido cursi de Hollie, sino en el sentido de cumplimiento de metas. Nos conocimos en la escuela de leyes, nos casamos dos años después de graduarnos, y nuestro calendario de bebé está programado para el tercer trimestre del próximo año. Nuestros ingresos se alinean con nuestra hipoteca. Su ascenso a vicepresidente, mi ascenso a socia... Es una estrategia brillante.
Hollie y Jenni asienten. Tom y Olivia siempre fueron la pareja inalcanzable. El modelo a seguir.
—Y ese es el problema —dice Oli, bajando la voz—. Siento que nuestro matrimonio no es una sociedad, sino un tablero de ajedrez donde cada movimiento debe llevar a una victoria. Si yo fracaso... si yo no consigo la asociación a finales de año, ¿qué pasa?
Ella se mira las manos. Sus dedos, normalmente ocupados, están quietos.
—Tengo miedo de que Tom me juzgue. No temo que me deje, sino que me mire con decepción. Que vea un error en nuestro plan maestro. Nuestro amor está tan atado a la proyección de éxito que si yo me convierto en un riesgo, todo se derrumba. Y el bebé... el bebé no es un acto de amor, Val. Es el siguiente punto de control en nuestra lista de logros. Estoy aterrada de la imperfección que implica la maternidad. No puedo programar el sueño, ni el llanto, ni los mocos.
Me siento identificada con su neurosis, con el miedo a la imperfección. Olivia y yo somos muy parecidas. Ella teme el fracaso profesional. Yo temo el fracaso personal, condensado en la paternidad de mi hijo.
—Olivia —digo, mi voz es firme. La miro con cariño—. Tom te ama a ti, no a tu cuenta bancaria. Necesitas una prueba de imperfección. Necesitas fallar en algo pequeño para ver que la relación aguanta. Él necesita ver que no eres una máquina.
—Podrías intentar llegar tarde a una cena familiar —sugiere Hollie.
—¡O podrías dejar los calcetines sucios en la sala! —dice Jenni.
Nuestra amiga sacude la cabeza, pero se ríe un poco más fuerte esta vez.
—Lo intentaré. Gracias, Val. Es difícil, pero ya veré qué hago con mi matrimonio. Ahora, Hollie. Tú eres la alegría personificada. ¿Cuál es tu secreto?
Mi amiga la romántica empedernida suspira, el sonido es tan dramático que parece sacado de una película.
—Mi secreto es que mi vida es una película romántica —dice Hollie, arrojándose sobre una almohada de terciopelo—. Y estoy aburrida de mi coprotagonista.
Nos quedamos en silencio. Hollie y Mike son la pareja que se casa por amor en el instituto. Su relación es la envidia de todos. No puedo creer lo que está diciendo.