El hábito no hace al monje (#4 Serie Refranes)

CAPÍTULO 3

Ema esperó a que llegara la noche para huir de casa. Sabía que de madrugada casi todos estaban durmiendo a excepción de los guardias. Tendría que ser muy astuta para no dejarse atrapar por ellos.

Silenciosamente fue a la cocina y sacó un trozo de carne que había en el refrigerador. La envolvió en una tela doble y se devolvió al segundo piso. Abrió la ventana de una de las recámaras de invitados que daba al jardín interior y buscó la ubicación de los perros. Cuando los tuvo en la mira, sopló el silbato de Galton que tenía y cuando estos enfocaron su vista en ella, les arrojó la carne. Ella sabía por experiencias anteriores, que aquellos perros eran muy malas pulgas cuando la comida se interponía entre ellos. No le hubiera gustado recurrir a ese método, pero era el único disponible para distraer a los guardias.

Cuando los perros comenzaron a ladrarse y a gruñirse, los guardias rápidamente acudieron a su encuentro para ver qué los tenía así. Fue en ese instante que Ema aprovechó de salir sin ser detectada. Nadie se daría cuenta de su ausencia hasta muchas horas después si tenía suerte.

Corrió por la calle con un bolso de mano y su guitarra hasta llegar al taxi que había llamado minutos antes. “Al aeropuerto, por favor”, le dijo, y una vez allí, cogió el primer avión que se disponía a despegar. No escuchó el destino, solo se subió en él y se dejó llevar.

 

Una vez en tierra, tomó otro taxi y se fue al centro de la ciudad. Ya era de madrugada así que supuso que aún permanecía dentro del país. Quizás haya sido un error tomar el primer vuelo que encontró. Quizás debió tomar uno que la llevara más allá de las fronteras, donde les fuera imposible encontrarla. Aunque pensándolo mejor, si su padre y hermano decidían ir tras ella, lo más probable fuera que pensaran que había salido del país. La verdad era que no estaba segura de nada en absoluto. Tal vez ni siquiera la buscarían, no después de la carta que les dejó.

*******************

- Don Cristóbal, la joven Ema dejó esto para usted en su habitación. – Le comentó la sirvienta.

- ¿Y dónde está ella? – Preguntó el Señor.

- No lo sé. Debe haber salido temprano porque cuando entré en su habitación su cama estaba hecha.

 

El Señor De Vigo leyó el frente de la carta y vio que iba dirigida hacia él pero por su nombre, no por su papel de padre. Eso le dio mala espina.

Abrió la carta y su mundo se tambaleó bajo sus pies. La carta decía:

“Estimado Señor Cristóbal De Vigo:

Quiero comunicarle que he decidido dejar la casa y con ello también dejar de ser considerada su hija. Porque ahora sé que en verdad lo soy. Lo fui desde siempre y esa verdad se me ocultó toda la vida. Si hubiera sabido los motivos que tenía usted para proceder a mi adopción créame que jamás lo hubiera consentido, porque no considero humano que me hayan hecho creer que era parte de su familia solo para conseguir que mi hermano no perdiese la vida por medio de la mía. Y no es que no lo hubiese hecho con gusto, es solo que no tolero que se me haya engañado de una manera tan vil.

Como escuché de Rosario, solo me adoptaron “por si acaso”. Es por eso que veo inútil que sigan pretendiendo que significo algo para ustedes cuando claramente no es así.

De todas formas, no estoy hecha para el estilo de vida de los ricos y famosos. No quiero ser parte de los sucios planes de aquellos que juegan a ser Dios solo por el hecho de tener más dinero que los demás. Quiero que quien se acerque a mí sea porque de verdad me ame por lo que soy y no por lo que yo le pueda dar ni por lo que represento para la sociedad.

Ser la hija bastarda del Señor De Vigo solo me ha hecho infeliz y solitaria.

¡Ah! Y no tema por la vida de su hijo, si en algún momento requiere que entregue mi vida en pro de la suya, lo haré sin dudar, porque yo sí los quise y lo seguiré haciendo por siempre.

Ema.

 

Don Cristóbal se llevó al pecho la carta y sintió cómo el corazón se le apretó. No lograba entender cómo Ema había entendido todo tan mal y se lamentaba no haber sido él el que le contara la verdad que hasta ese momento se había encargado de guardar tan herméticamente. Maldijo a Rosario por haber torcido la verdad sin saber cuál era ésta en realidad y se prometió a sí mismo no solo recuperar a su hija, sino también compensar la soledad en que se vio sumida todos esos años.

- ¿Pasó algo papá? – Le preguntó Iñigo al ver lo afligido que estaba. Don Cristóbal le extendió la carta y le dijo a su hijo que se encargara de aquella víbora que había hecho sufrir a su hija.

Una vez que Íñigo la leyó, arrugó la carta y salió de la casa con la ira fluyendo por todo su cuerpo.

 

**************

Luego de tomar desayuno, Ema se había dirigido a comprar ropa. Buscó hasta encontrar una tienda de ropa usada y allí compró ropa desaliñada a propósito. No deseaba que nadie pensara que ella era una niña rica, aunque ahora ya había dejado de serlo. Si bien aún llevaba consigo un poco de efectivo, no quería iniciar su nueva vida haciendo uso a todo lo que su padre había puesto a su nombre. A pesar de que por ley tenía los mismos derechos que un hijo legítimo desde el momento en que fue adoptada, no quería ejercer dicho derecho.




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