El hábito no hace al monje (#4 Serie Refranes)

CAPÍTULO 4

Ema ganó bastante dinero para ser su primera vez como artista callejera. En realidad, si no hubiese sido por aquel hombre que le dio los 50 dólares, tan solo hubiera ganado la mitad. Fue una pena que no haya podido hablar más con él, y es que cuando le dijo todas esas cosas acerca de ella, quedó tan perpleja que no supo cómo reaccionar y simplemente quedó muda. Ni siquiera un simple “gracias” salió de sus labios. El hombre entonces, solo le sonrió y se fue.

Durante aquella primera semana acudió todos los días al mismo lugar a tocar, según ella porque aquel lugar le había dado éxito, pero en el fondo, albergaba la idea de ver a ese hombre una vez más.  Se topó con él cada vez y en todas ellas él la escuchó con mucha atención, sin embargo, no se volvió a acercar a ella.

Ema estaba intrigada por él. Era apuesto sin duda. Su cabello largo hasta los hombros, de un hermoso color dorado así como su incipiente barba, le daban un aire escocés sumamente seductor. A veces echaba a volar su imaginación y lo soñaba vistiendo el típico kilt y un sporran a juego. Su altura también le llamaba la atención porque sobrepasaba 1.85 mts. Su espalda se apreciaba ancha y musculosa y a menudo trataba de suponer qué clase de profesión tendría. ¿Sería nadador profesional? ¿O tal vez era halterista? Quizás practicaba lanzamiento de bala. Estaba segura de que ejercitaba algún deporte. Todo su cuerpo lo gritaba.

Cada vez que lo veía su intriga se disparaba. Necesitaba saber más acerca de ese hombre. Sentía que estaba desnuda ante él, que intuía todo de ella. Era absurdo, lo sabía, pero no podía evitar pensar que las letras de las canciones que interpretaba hablaban de ella y exponían sus sentimientos más profundos, sentimientos como la decepción, el dolor, la soledad y el temor a enamorarse. ¿Sería él capaz de ver que a través de esas canciones podía llegar a conocerla? Quizá solo estaba pensándoselo mucho y él ni de chiste meditaba en aquellas cosas. Probablemente no era más que un cabecita de músculo que la observaba solo porque era bonita.

Su ronda de pensamientos hubiera seguido en esa dirección si no hubiese sido interrumpida precisamente por aquel que los provocaba.

- Hola, otra vez. – La saludó afectuosamente.

- Oh, hola. Gracias por quedarte una vez más a escucharme. – Le dijo Ema mientras terminaba de recoger el dinero ganado y guardaba su guitarra en el estuche.

- Y cómo no hacerlo, si para mí es todo un privilegio escucharte. – Le respondía Alonso sin apartar sus ojos de todo lo que ella hacía.

- Si quieres seguir escuchándome podrías invitarme a tomar un café en aquel lugar. – Apuntó con su dedo una cafetería que se encontraba a unos cuantos metros de donde ellos estaban.

- Me encantaría. Por cierto, soy Alonso Santamaría. – Le tendió su mano.

- Y yo soy Ema. Simplemente Ema. – Le contestó estrechando la mano de Alonso.

Llegaron a la cafetería y se sentaron al lado de un gran ventanal que daba hacia la calle. Ema se había aventurado a pedirle un café a Alonso porque deseaba saber qué lo había motivado a acercarse a ella después de varias veces sin hacerlo.

-  Lamento haberte “casi” obligado a invitarme un café, pero es que realmente tenía curiosidad por saber más acerca de ti. Primero te acercaste a mí, me diste una muy buena propina por mi actuación y luego alabaste mi voz como nunca nadie lo había hecho antes. Luego evitaste toda la semana acercarte y de pronto hoy te animas a hacerlo una vez más. ¿Debo preocuparme? Digo …… para saber si te dejo hacerlo o para salir huyendo y no volver a verte nunca más.

Sin duda la franqueza de Ema lo dejó sin palabras. No podía dejar de mirarla. Esa mirada tan honesta, tan cristalina, tan directa, le hacía palpitar el corazón.

- No tienes de qué preocuparte. Soy yo el que lamenta no haberme acercado a ti cada día, pero es que sentí que te incomodó la forma en que me expresé de tu voz y de lo que me hacías sentir con ella. Pensé que era mejor guardar las distancias y admirarte desde lejos. ¿Por qué me volví a acercar? No tengo idea, solo sentí el impulso de hacerlo y estoy más que fascinado de haberlo hecho. Tenía muchas ganas de conocerte y saber qué se esconde detrás de esa maravillosa voz.

- Me dejas sin palabras, Alonso. Quizás tenemos más cosas en común de lo que creía. No solo nos gusta la buena música sino que también tenemos la misma curiosidad. Yo también me moría de ganas de conocerte y de saber lo que se esconde detrás de esa apariencia de Highlander. – Alonso se rió a carcajadas por la ocurrencia de Ema.

- Bueno, no hay mucho que conocer. Como ya te dije, mi nombre es Alonso Santamaría, tengo 24 años y llegué solito a esta ciudad hace un par de semanas ya que comienzo mi primer trabajo como profesor.

- ¿Qué? ¿Es en serio?

- ¿Por qué? – Le preguntó con ceño fruncido. - ¿Acaso es tan difícil de creer que sea profesor?

- Lo ……siento. – Le dijo Ema avergonzada. – Es que con tu cuerpo pensé que eras un deportista de alta gama o incluso se me pasó por la mente que podrías ser una especie de guardaespaldas. Jamás imaginé que eras profesor. – De a poco la voz de Ema se fue apagando.

- Querida Ema, “El HABITO NO HACE AL MONJE”. No todo es lo que parece. La gente suele basarse en las apariencias a la hora de juzgar y no siempre tiene la razón. Ya lo ves en mi caso. Mi apariencia te dio una imagen completamente equivocada de mi persona. Y si luzco así, es simplemente gracias a la genética. Todos los varones de mi familia lucen así, pero ninguno es deportista o guardaespaldas. Todos somos profesores. – Ema lo miraba sorprendida. Nunca se hubiera imaginado a Alonso como un profesor, pero él tenía razón, la gente suele dar demasiada importancia a la apariencia y a juzgar en base a ella.




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