El hábito no hace al monje (#4 Serie Refranes)

CAPÍTULO 6

Cristóbal De Vigo llegó a la ciudad junto a su hijo Íñigo y todo un plantel de seguridad. Averiguó la dirección de Alonso gracias al director del colegio Richmond y se dispuso a hacerle una visita. Si había un lugar en donde encontrar a su hija, ese era el indicado.

Estaba nervioso, quizás como nunca antes. Sabía que aquel encuentro definiría para siempre la relación con su hija y tenía miedo, miedo a perderla por tercera vez. Se prometió ser honesto con ella y responder todas y cada una de sus preguntas aunque eso removiera el pasado. No quería que ella sufriera, pero las circunstancias lo obligarían a dañarle una vez más, pese a que él no fue el responsable de lo que pasó hace tantos años ya.

 

Cristóbal tocó la puerta del departamento. Su hijo lo acompañaba y se notaba tan nervioso como él.

Tan solo unos segundos después Alonso abrió, los saludó y los dejó pasar. Dentro, los esperaba Ema, sentada incómoda en el comedor.

- ¡Hija! Me alegro tanto de haberte encontrado. – Le dijo Cristóbal a Ema. No se atrevía a correr a su lado y abrazarla. No aún. - ¿Cómo has estado? – La preocupación se evidenciaba en el rostro del hombre.

- He estado bien, pero no ha sido fácil para mí estos últimos meses. – Ema turnaba su mirada entre su padre y su hermano tratando de no alterarse.

 - Lo sé, hija. Te fuiste tan de repente que no tuve la oportunidad de explicarte las razones del por qué decidí ocultarte el hecho de que eras sangre de mi sangre. – De Vigo estaba realmente abatido. Incluso parecía haber envejecido unos cuantos años por el dolor de haber perdido a su amada hija.

- Aquí me tienes. Soy toda oídos. – Le dijo Ema cruzando sus brazos enfrente de su pecho.

- Lo mejor es que parta por el principio. – Comentó. - Tan solo tenía 23 años cuando mis padres arreglaron mi matrimonio con Emiliana, la madre de Iker e Íñigo. Yo apenas la había visto un par de veces cuando coincidimos en alguna fiesta de la Socialité de ese momento. A mi padre le entusiasmaba la idea de forjar una alianza comercial con el padre de Emiliana. El hombre estuvo de acuerdo pero la condición era que dicha alianza se llevara a cabo por medio del matrimonio. Yo no amaba a Emiliana, pero al parecer ella se había obsesionado conmigo desde la primera vez que me vio e hizo lo imposible para tenerme a su lado y lo consiguió. Con el tiempo, ella dio a luz a Iker, un niño que desde que nació fue muy enfermizo. Unos años más tarde, nació Íñigo. Como Iker solía enfermarse, Emiliana se dedicó en cuerpo y alma a cuidarlo. El muchacho pasaba más tiempo internado que en casa y Emiliana prácticamente vivía con él en el hospital. A raíz de eso, ella comenzó a ponerse paranoica. Aseguraba que yo aprovechaba su ausencia para rodearme de amantes y no era poco usual que me hiciera escándalos delante de otros empresarios en medio de las reuniones de negocios. No mucho tiempo después Iker terminó enfermando de leucemia y murió en menos de un año. Cuando Emiliana volvió a casa, pensé que su obsesión se calmaría, pero fue cada vez peor. Me tenía tan aburrido y ofuscado sus constantes celos injustificados, que comencé a ausentarme de verdad con tal de no verla ni escucharle sus ataques de histeria. Comencé a frecuentar un bar al otro lado de la ciudad, en donde nadie me conocía y allí conocí a Laura. Nos hicimos amigos. Con ella era todo tan simple, tan puro, que no pude evitar enamorarme perdidamente. Y aunque en ese momento estaba atado a Emiliana, estaba decidido a poner punto final a mi matrimonio con ella para poder estar con Laura. Quería que ella fuera mi mujer y mi compañera por el resto de mi vida. Lamentablemente, Emiliana se enteró y amenazó a Laura para que se alejara de mi lado. En ese entonces yo no sabía que Laura estaba embarazada de ti. Tan solo un día desapareció y no supe más de ella hasta casi dos años después cuando la tragedia tocó a nuestra puerta.

Ema escuchaba a su padre relatar lo ocurrido casi sin pestañear. Alonso la tenía tomada de su mano y trataba de darle la fuerza que estaba seguro necesitaba con fervor ante tal revelación.

“Laura”. Así se llamaba su madre. Finalmente comenzaba a tener detalles de ella y de su vida.

- Cierto día Laura apareció en nuestra casa. Fue a encarar a Emiliana y a exigirle que te devolviera. Lo cierto era que cuando Emiliana se enteró de que Laura te había dado a luz, quiso tomar cartas en el asunto e impedir que un día tú le arrebataras el lugar que por derecho, según ella, le pertenecía solo a Íñigo. Se las ingenió para contratar a alguien para que te secuestrara y te abandonara en un orfanato. Obviamente Emiliana se hizo la desentendida y decidió dar por terminado el encuentro con Laura subiendo por las escaleras en dirección a su habitación, sin embargo no alcanzó a llegar arriba porque Laura la alcanzó a mitad de las escaleras. Ambas forcejearon. Emiliana se volvió loca de la ira ante las acusaciones de Laura y terminó por empujarla por las escaleras. Mi pobre Laura murió instantáneamente ante la mirada indiferente de Emiliana. Cuando me llamaron a la empresa para contarme lo que había sucedido, perdí la razón. Mi amada Laura había muerto y yo no pude hacer nada para protegerla de la locura de Emiliana. Con el fin de evitarle la cárcel, su padre no solo la internó en una clínica siquiátrica alegando locura temporal sino que también ocultó tu existencia de mí.

Ema estaba impactada y le costaba asimilar la información que su padre le estaba contando con tanto dolor.

- Emiliana estuvo allí 10 años, hasta que un día enfermó. Leucemia. Rogó pasar sus últimos días en compañía de Íñigo. Sentía que por haberle dedicado tanto su vida a Iker, lo había descuidado y quería resarcirse, al menos en el poco tiempo de vida que le quedaba. Como sabía que pronto moriría, le pidió a su mejor amiga que una vez que eso sucediera, me contara la verdad acerca de todo lo que había hecho con Laura y contigo. Quería que te trajera a casa pero no porque estuviera arrepentida de sus acciones, sino porque quería asegurarse de que si Íñigo llegaba a enfermar de Leucemia como ella e Iker, tú pudieras salvarle la vida. Ella no sabía que yo había estado llevando a Íñigo a controles regulares para saber si la enfermedad se hacía patente en él y en todos ellos el resultado era el mismo. Íñigo estaba sano. Luego de que Emiliana murió, su amiga honró sus deseos y me contó la verdad. Yo no podía creer que había tenido una hija con mi adorada Laura. Enterarme fue una de las mejores cosas que me pasó en la vida junto con el nacimiento de Iker e Íñigo. Íñigo también estaba feliz. Debido a la enfermedad, él no pudo disfrutar de su hermano y anhelaba compensar esa pérdida contigo. Apenas nos enteramos fuimos a buscarte. Te queríamos tener ese mismo día con nosotros, pero no fue posible. Tuvimos que esperar un par de semanas para recién poder tenerte junto a nosotros en casa. Solo había un problema. La verdad. No sabíamos si debíamos decírtela o no. Hacerlo era tener que contarte la terrible desgracia que había ocurrido con tu madre, con mi Laura. ¿Y si no eras capaz de soportarla? ¿Y si te ocasionábamos un daño mayor al que ya habías tenido que sufrir? Acordamos entonces no decirte nada y evitarte así un dolor que podría ser irreparable. – Cristóbal De Vigo lloraba en silencio su dolor.




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