El heredero del pecado. [6 De La Saga Heredero]

Capítulo 0: Desgracia.

Narrador omnisciente.

Veinticinco años atrás.

La gran esposa real acarició su vientre el cual se encuentra lleno del fruto del amor.

—Estoy segura de que serás una niña. Una reina. -murmuro la gran esposa mientras observaba su vientre. —Serás la reina, de este lugar y de nuestros corazones.

Ante tal palabra el bebé pateo con fuerza, logrando con esto que la sonrisa de la mujer se hiciera más grande.

—Te amo mi amor. Te amo.

El rey observó a su amada desde la ventana de su inmenso despacho y le fue inevitable no sonreír.

—Mi amor. -susurró y tras hacerlo una nueva visión inundó su cabeza.

En ella vio a su esposa llorando gruesas lágrimas mientras su ropa se manchaba de sangre.

No. No. ¡No…!

A esta imagen se le sumó la risa de una mujer enmascarada, la cual cada vez que veía se le erizaba la piel. A esto se le sumó que el llanto de un bebé.

El rey entendió en ese momento que se trataba de su hijo. Su bebé. Su heredero.

Él sacudió la cabeza, y ante el grado de dolor de la visión el hombre tomó asiento en su silla.

—¡Guardias…! -grito con fuerza. Y tan solo un segundo después la estancia se llenó de hombres.

Los hombres del rey se colocaron todos en alerta.

—Desde este momento quiero que todos ustedes cuiden a la reina.

El jefe de seguridad del castillo se abrió paso entre los hombres. —Su señoría, no podemos dejarlo desprotegido.

El sabio rey negó. —¡Me importa un comino mi seguridad…!

Los hombres temblaron tras escuchar las potentes palabras de su rey.

—Protejan a la esposa real con su vida si es posible, y por nada del mundo permitan que el dolor llené el corazón de mi esposa.

Todos los presentes asintieron con cierto temor.

El rey giró su cabeza y sus ojos buscaron con desesperación a su esposa.

Al verla regar las plantas con una gran sonrisa en sus labios no dudo en sonreír.

—Si ella pierde su sonrisa, yo echare por el suelo la promesa de hacerla feliz para siempre.

Varios minutos después la gran sonrisa que la esposa real mantenía en sus labios fue opacada por un fuerte dolor en la espalda baja, el cual la obligó a soltar un fuerte grito.

Tanto el rey como los subalternos de él corrieron al rescate de la reina.

En total había más de cuarenta hombres alrededor de ella, pero ninguno de ellos estaban más nervioso que el rey.

—Mi reina, ¿Qué sucede?

—Es hora mi amor, nuestra verdadera reina llegará a nuestra vida.

El corazón del poderoso hombre empezó a latir con bastante fuerza. A tal grado de casi perder toda la fuerza de su cuerpo.

El jefe de seguridad se encargó de acercarse a la reina. —Señora vamos a la sala de partos.

La mujer colocó los ojos en su amado esposo y al verlo más blanco que la leche se atrevió a tomar su mano.

El hombre al sentir la calidez de la mano de la reina volvió en sí. —Nuestro bebé…

—Sí, amor. Nuestra hija nacerá el día de hoy.

Esas palabras se repitieron en la cabeza del poderoso hombre por un minuto, y cuándo entendió él pasó de esas palabras se acercó a su mujer para tomarla en brazos. En ese momento dejo de ser el rey de ese país para convertirse en un hombre, en el hombre que estaba a nada de convertirse en padre.

En ese momento olvido todo el trabajo que tenía por delante, sus viajes, los conflictos y la recua de habladurías que decían sobre él y su gran familia real.

Él en ese instante ya no era el soberano de ese país, él en ese momento es un simple hombre como todos los otros.

Una vez con su amor entre sus brazos el soberano empezó a caminar a toda prisa hacia la entrada de la gran casa real.

La reina por su parte pese al inmenso dolor que sentía, sonrió.

—Te amo.

—Te amo, mi amor. -respondió el hombre con una gran sonrisa en sus labios y cierto destello de felicidad en sus ojos.

En ese momento la reina anheló verlo siempre alegre.

En cuanto entraron en la mansión todo fue un verdadero revuelo, porque todos los empleados estaban desbordantes de alegría al saber que el nuevo integrante de la familia real llenaría los confines de su tierra de alegría por la llegada del príncipe o princesa al palacio.

Todos estaban felices, menos una mujer.

La hermana mayor de la reina. Quién debía ser la reina, la única que debió tener el amor del rey.

—Así como tú me arrancaste de las manos su amor, de la misma forma te arrancaré la felicidad. Te haré trizas.

La rencorosa mujer le brindó una mirada fulminante a su hermana y cuando todos desaparecieron de su campo de visión sacó el teléfono de su bolsillo, buscó entre sus contactos macabros, cuando encontró el número sonrió y al mismo tiempo inicio una llamada.

El teléfono sonó por varios segundos, hasta que fue atendido.

—¿Qué sucede?

—Él engendró esta a punto de nacer. -la otra persona a través del teléfono hizo silencio por un segundo. U eso logró preocupar a la mujer. —¿Estas hay?

—Hija…

Por el tono de voz que utilizo su madre ella supo que de ahora en adelante estaba sola, porque la muy cobarde de su madre se había echado hacia atrás.

—¿Esa mosca muerta logró entrar en tu duro corazón de madrastra mamá? Me prometiste que la odiarías por quitarte el amor de mi padre, ¡me lo prometiste…! -inquirió la mujer casi al borde de las lágrimas. —Ella me arrebató su amor mamá, me quitó lo único bueno que tenía en la vida.

—Él no te amaba, nunca lo hizo. -esa confesión logró que el corazón de la joven se destrozará en muchos fragmentos. —Deja a tu hermana en paz, Rosa. Olvídate de ese amor enfermizo que tienes por tu cuñado.

La rabia empezó a consumir a la joven a tal punto de faltarle el respeto a su propia madre, la única persona que la ama.

—¡Cállate vieja zorra…! Eres la peor madre que he conocido, una arpía. Te odio, te odio con todas mis fuerzas.

La mujer a través del teléfono abrió sus ojos como platos. Y con apenas voz audible habló. —solo te diré que si atentas contra la vida de Jazmín yo misma me presento en el palacio y te echo por delante.




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