El heredero del pecado. [6 De La Saga Heredero]

Capítulo 2: Tenías que ser tú.

Aurora.

Estoy atada de pies y manos, pero lo único bueno es que no he vuelto a ver al pervertido de la piscina.

Me paseé por el hermoso jardín y me fue imposible no amarlo a primera vista, porque este lugar transmite una paz descomunal.

La paz del lugar fue interrumpida por los gritos de una mujer.

—No vuelvas a acercarte a mí nunca más. Y si intentás hacerlo te juro que le diré a mi hermano todo lo que me has hecho.

Estoy consciente de que no debería meterme en la vida privada de nadie, pero el gato murió pero sabiendo. Así que camine hacia donde se escucharon los gritos.

Al llegar abrí mis ojos como platos al ver a una mujer luchando por salir del agarre de un hombre, el cual la estaba ahorcando.

—Si no eres mía no serás de nadie más.

Esas palabras encendieron la alarmas en mí, así que empecé a buscar a mi alrededor un objeto para golpear al hombre.

A lo lejos divise un jarrón mediano y no dude en ir por él.

Camine lo más rápido que mis pies me lo permitieron y sin dudar tomé el jarrón en mis manos.

—¡Ayuda…! Mamá… ¡Mail…!

Esos gritos desesperados de ella me llenaron de temor.

No puedo permitir que él la mate.

—Tengo que ayudarla. -dije con decisión. Para después caminar con dedición hacia donde se encontraba la pareja forcejeando..

Sin pensarlo alce el jarrón hacia el hombre y golpeé con todas mis fuerzas su cabeza.

El hombre emitió un fuerte grito de dolor. —¡Ah…! -el mastodonte colocó sus ojos en mí y en ese momento sentí los vellos de mi cuerpo erizarse.

Estoy perdida.

El hombre empezó a caminar hacia mí, mientras me miraba con fuego en sus ojos.

Tragué saliva para después empezar a retroceder.

—Nunca debiste meterte donde no te llamaron.

—N-no. -inquirió la mujer con voz entrecortada. —Déjala, déjala Santos.

—Primero acabaré con ella, pero después vas tu pequeña. -tras esas palabras el hombre sonrió y eso fue suficiente para que mi sangre se helara.

—Señor, líbrame de todo mal. -pedí mientras retrocedía.

El hombre llamado Santos sonrió con burla.

—Mejor pídele a tu Dios que no te duela tanto la muerte tortuosa que tendrás.

Volví a tragar saliva y para mi mala suerte tropecé contra algún objeto el cual no puedo describir en este momento. Mi cuerpo se precipitó hacia el suelo, pero justo antes de caer sentí las manos ásperas del hombre alrededor de unos de mis brazos.

—Veo que te quieres morir por tu propia cuenta, novicia.

—Suéltame.

—¿Soltarte después de lo que me hiciste? -coloque mis ojos en él, después de escuchar esa interrogante. Y he de decir que sus iris estaban brillantes y dilatados. —No.

El santo no tan santo se atrevió a soltar una molestosa carcajada para después retirar su agarre de mi brazo. Y empujarme con fuerza contra el suelo.

Trate de evitar la caída, pero la fuerza ejercida por él gano.

En cuanto mi cuerpo golpeó contra el suelo sentí como las piedras atravesaban mi delicada piel.

De mí labios salió un pequeño gemido de dolor. Y él no dudó en soltar otra escandalosa carcajada.

—Te metiste con el hombre equivocado, novicia.

Cerré mis ojos con fuerza y una plegaria de ayuda salió de mis labios.

—Señor, ayúdame a librar esta batalla. Dame la fuerza que le diste a David para vencer a Goliat. Ayúdame a vencer a este gigante.

—Por más que le pidas a tu Dios ayuda nadie te librara de lo que tengo planeado hacer contigo.

—¡Déjala…! -la joven inquirió esas palabras mientras se lanzaba contra él con una piedra en sus manos

—Lárgate de una vez por todas, Santos.

—Me estás colmando la paciencia, Malena. Y como tengo poca paciencia acabaré con ustedes ahora mismo.

La chica alzó su cabeza en forma de desafío. Y sin pensarlo se lanzó contra el mastodonte.

La chica trató de golpear al hombre, pero este al tener más agilidad que ella le lanzó un fuerte golpe en la cara, el cual logró desestabilizar a la pobre muchacha, quién calló al suelo en cuestión de segundos.

—No.

Intente colocarme sobre mis pies, pero el hombre lo impidió al acercarse a mí con bastante rapidez.

—Ahora es tu turno, perrita.

Negué y como pude me reincorpore sobre mis pies.

—Te dejaré peor de lo que ha de estar la putita de Malena.

Tras escuchar esas palabras me preparé para empezar a huir de él, pero tras darme una mirada fulminante Santos descubrió las intensiones que tenía de marcharme.

Pero aun así lleve a cabo mi plan de huida.

Obligué a mi cuerpo a correr, pero este no quería dar el máximo de sí.

No puedo fallar ahora.

Tengo que buscar ayuda porque puedo dejar a esa pobre chica tendida en el suelo, medio muerta.

Obligué a mi cuerpo a dar todo, pero en cuanto estaban a punto de dirigirme a la entrada del hogar sentí las manos ásperas de Santos alrededor de mi cuello.

—Firmaste tu muerte, hija del diablo.

En ese momento por mi cabeza pasaron un sin número de escenas desgarradoras que lograron sembrar pavor en mí. Así que solo me quedó cerrar mis ojos y elevar una plegaria al cielo.

—Ayúdame señor, no me dejes perecer.

Permanecí con los ojos cerrados por un momento, pero fui obligada abrirlos cuando escuché un disparo y después un gran grito de dolor.

Le habían disparado a Santos, y este cayó de rodillas contra el suelo.

La sangre empezó a brotar de la herida, y eso fue suficiente para qué apartará mis ojos de él. Porque nunca me ha gustado la sangre.

Puse mis ojos en mi salvador y no está de más decir que me quede muda al ver quién hizo el acto heroico de salvarme.

—Tú…

Mis ojos no podían apartarse de quién me ha salvado de las garras de la muerte.

Antes de poder escuchar la respuesta de él, mis piernas empezaron a temblar y solo paso un minuto para que callera al suelo.

Las piedras se incrustaron en mi piel. Y no está de más decir que el dólar que antes sentía se multiplicó por diez.




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