Aurora.
Busque y busque hasta que encontré la cueva del león.
—Yo misma ingresé a la cueva del león.
Me lamente mientras observaba al señor de las tinieblas sonreír.
Padre, sé que tengo que amar a mi prójimo como a mí mismo, pero este prójimo logra sacar lo peor de mí. Y eso que soy una persona bastante tolerante y que no se encrespa por nada.
—¿Estás pensando en lo que te dije de entrar en calor?
—Estoy cuestionando si vale la pena cometer un pecado.
—Si quieres podemos cometer dos o tres pecados.
¿Cometer pecado?
Nunca cometería algún pecado con él.
—Ya quisieras.
—Como eres una puta de garras bien afiladas dejaré que seas tú la que me pidas calor. Veremos lo que aguantas. -acoto para alejarse de mí.
—Eres…
—Te recomiendo que guardes tu energía para cuando estés hiperventilando de frío.
¡Será…!
Señor dame paciencia porque este prójimo me está agotando la paciencia que me diste.
El señor de las tinieblas se acercó a unos de los sofás que llenaban la habitación y se dejó caer en el.
—Todo lo que está pasando es culpa tuya.
—Deja de culparme porque tú también tienes parte de la culpa porque te negaste a darme lo que quiero.
—No te daré nada, ni ahora ni nunca.
—Ese bizcocho me lo como porque me lo como. Y quien se atraviese en mi camino pagara muy cara las consecuencias.
—¿Quién te crees que eres para decir esas palabras?
—No me creo novicia, soy. -hice una mueca ante esas palabras. Porque esas palabras dichas por ese petulante me dejaron con un mal sabor en la boca. —Soy tu futuro maestro.
Opte por no seguirle el juego y mantenerme en silencio en mi esquina.
Cerré mis ojos e imaginé lo hermosas que deben de estar mis rosas.
Solo por ellas soportaré, porque al final de esta noche volveré a mi lugar feliz, junto con mis flores. Junto con todo lo que amo.
—¿En qué piensas?
Mantuve silencio.
—Desde este momento todos tus pensamientos deben de estar dirigidos únicamente hacia mí. No puedes pensar en algo más que no sea en mí,
Este es el verdadero colmo.
—No eres quien para pedir que mis pensamientos solo sean para ti.
—Quizás todavía no te haya quedado claro, pero más adelante tendré todo el poder de estar día y noche en tus pensamientos. Seré el dueño absoluto de tu mente.
—Espero que después de esta noche no volver a verlo nunca más en mi vida.
—Después de esta noche nos veremos más pronto de lo que piensas. -él me brindó una gran sonrisa. —Porque nunca es bueno decir nunca.
—Haga silencio. -pedí, para después frotar mis manos entre sí.
—Si quieres te puedo dar calor.
—No lo necesito.
—Tú te lo pierdes.
Después de esas palabras ninguno de los dos volvió a decir palabra alguna.
Yo por mi parte me centré en tratar de no pensar en el frío que estaba calando mis huesos.
Y él por lo visto no le estaba molestando el clima porque seguía sentado en el sofá como si nada, mirando hacia la ventana.
—¿Cuánto tiempo tienes con las monjas?
—Llevo toda mi vida con ellas.
—Así que abandonaron a la pequeña novicia.
—No lo veo como un abandono, más bien lo veo como un favor.
—¿No te interesa saber de dónde vienes?
—No, no me interesa saber de dónde vengo.
—¿Te interesa conocer a tus padres?
Tragué en seco luego de escuchar esas palabras.
Mis padres.
¿Cómo serán ellos?
Solté un gran suspiro de tristeza y desvié mis ojos hacia un lugar recóndito de la habitación.
Me encantaría saber cuáles fueron sus razones para dejarme. Y lo más importante, me gustaría saber si alguna vez se arrepintieron aunque sea por un segundo de dejarme.
—¿Novicia?
—Sí. -posterior a ese monosílabo coloqué mis ojos sobre él.
—¿Sí qué?
—Quiero conocer a mis padres.
Tras esas palabras él se mantuvo silencio por un minuto.
—Pero no para culparlos. Los quiero conocer para que me cuenten cuál fue el motivo por el cual decidieron dejarme en la puerta del convento en plena aurora.
—¿Por qué?
—Por qué, ¿Qué?
—¿Por qué no lo culpas?
—Porque ellos hubieron de tener una o varias razones para dejarme.
Me removí incómoda luego de decir esas palabras, porque el frío estaba calando mis huesos.
—¿Por qué en esta parte de la casa hace tanto frío?
—No sé, pero en cuanto salgamos de aquí le preguntaré al encargado de mantenimiento.
—¡Por el amor de Dios señor de las tinieblas…! Usted debe de estar informado acerca de lo que paso o no pasa en su casa. ¿En qué mundo es en el que vive?
—Vivo en el mundo de los coños, fluidos, gemidos, curvas y pelo largo.
Hice una mueca de asco para luego negar.
—Usted no tiene remedio.
—Tengo remedio, pero con lo inocente que eres estoy seguro de que te causará bastante ruido saber la clase de remedios que utilizo.
—Es mejor que haga silencio.
—¿Por qué quieres ser monja?
—¿Por qué eres el príncipe del pecado?
—Es de mala educación responder con otra pregunta novicia.
Me encogí de brazos.
—De vez en cuando es bueno dejar la educación de lado, señor.
—Cuando seas mía te daré una lección que no podrás olvidar acerca de la educación.
—Se quedará con las ganas porque nunca seré suya.
—Nunca digas nunca, Reina de mis putas.
Hice oídos sordos a esas palabras para centrarme en frotar mis manos.
—Si quieres puedes venir al sofá.
—No quiero.
—Deja de ser tan necia y obedece.
—No eres quien para yo obedecer.
—Lo sé, pero eso cambiará muy pronto.
Los dos volvimos a sumirnos en un tormento silencio, el cual ningunos de los dos quiso romper.
El frío todavía era soportable para mí, pero al colocar mis ojos en él, estos se abrieron desmesuradamente al ver que el señor de las tinieblas tenía los labios de una tonalidad azul clara.
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Editado: 15.01.2025