El heredero del pecado. [6 De La Saga Heredero]

Capítulo 5: Iniquidad

Aurora.

Tres días después.

Tres días desde esa noche. Tres días en vela. Tres días en los que no he dejado de pensar en él.

—Te metiste en mi mente, príncipe de las tinieblas. -dije mientras acariciaba a mi mascota, la cual encontré en mi habitación el mismo día que regresamos al convento. —Me estas haciendo sacar a relucir mi naturaleza pecaminosa.

La gato soltó un pequeño maullido, para después acurrucarse en mis piernas.

—Estoy perdida Nieve.

—¿Aurora?

Deje de mirar a Nieves para colocar mis iris en mi amigo Kurgan.

—¿Por qué estás aquí y no celebrando tu cumpleaños?

—Queria tener un momento a solas.

Kurgan negó. —Dime lo que te aflige.

—¿Cómo sabes que algo me aflige?

—¿Será porque te conozco?

—Si te cuento lo que me pasa pondrás el grito en el cielo.

—Muy bien sabes que existe algo que se llama secreto de confesión. Así que cuéntame lo que quieras.

Me removí incomoda en la banca.

—Yo… Kurgan…

Él tomó asiento a mi lado y me brindo una calida sonrisa.

—Si tu miedo es que divulgue lo que me cuentes a pesar del secreto de confesión, yo te confesaré algo de mi pasado para que los dos estemos a mano.

—Pense que tú habías nacido en una familia de sacerdotes..

—No. Yo no nací en una familia de sacerdotes, yo nací en el seno de una familia real. -mis ojos se abrieron como platos luego de escuchar esas palabras. —Sí, Aurora. Soy el príncipe indomable Kurgan Azair.

—¿Por qué te marchaste lejos de casa?

—Nunca me planteé la idea de ser el soberano de un país. Pero no había opción de negarme cuándo soy el único hombre nacido en mi familia. El día que me negué aceptar la corona me sentí libre, libre par hacer lo que yo quiera. Pero también ese día perdí a mis padres, perdí la oportunidad de estar a su lado y ver a mi hermana convertirse en una princesa.

Los ojos de Kurgan se cristalizaron. Pero aún con esa sombra de tristeza en sus ojos sonrió.

—Kurgan…

—Estoy bien, Aurora. Estoy bien.

Por más que él tratara de sonreír puedo ver como esa parte de su historia le sigue doliendo.

—Ahora es tú turno.

—Kurgan, ya no soy digna para el señor. -él abrió su boca para hablar pero yo antepuse mis palabras. —Antes de que de tus pensamientos vayan más lejos tengo que aclarar que no peque de la manera en que pensaste. Lo hice de pensamiento y obra al besar a un hombre.

—Aurora.

—Sé que no está bien, pero no puedo evitarlo. No cuando cada vez que cierro los ojos lo veo a él con una sonrisa malvada en sus labios. -baje mi mirada hacia mi regazo, por la inmensa vergüenza que estoy sintiendo al confesar eso.

—Aurora, mírame.

Hice lo que Kurgan pidió. Y tras colocar mis ojos nuevamente en él me encontré con una pequeña sonrisa en sus labios.

—El señor te trajó a este lugar, porque en tu destino estaba que estuvieras aquí, pero no porque pertenezcas aquí.

Tragué saliva después de escuchar esas palabras.

—No Kurgan, él me trajo aquí porque debo servirle. Debo convertirme en monja.

—No Aurora. Tu destino no es convertirte en monja, Dios me lo está diciendo.

Sentí una especie de corriente eléctrica recorrer todo mi cuerpo.

—Kurgan.

—No temas porque él nunca te dejara sola. Siempre estará para tí en todo momento.

—Mi destino es estar aquí, adorarle y ser instrumento para ayudar a los demás. No estar allá afuera haciendo cuanta cosa me pasé por la mente.

Volví a desviar mis ojos hacia mi regazo.

Mi destino es ser monja. Porque por eso me dejaron en las puertas de este lugar a plena aurora.

—Me quedaré aquí, Kurgan. Me quedaré en este convento a servirles a mi Dios.

—Los planes de Dios para con nosotros son perfectos Aurora.

Sé que los planes de Dios son perfectos, pero yo no quiero terminar siendo usada como un trapo viejo por el príncipe de las tinieblas.

No quiero ser una de las tantas mujeres que adornan su lista y a las que llama putas.

Me niego a ser la reina de las putas.

—Allá afuera te esperan muchas personas Aurora.

—¿Quién?

—Lo sabrás en su momento.

—Tengo miedo. Miedo de apartarme del camino de Dios.

—No tengas miedo porque Dios siempre estará contigo. Y no se apartará de tu lado nunca.

Antes de emitir una respuesta a sus palabras, escuché la voz de Selenia.

—Aurora, ¡Ven abrir los regalos!

—Es hora, Aurora. -inquirió para después colocarse sobre sus pies. —No te preocupes porque nada de lo que me dijiste saldrá de mis labios.

—Tú por igual no tienes que preocuparte porque mantendré en secreto tu secreto. -Kurgan asintío. Para después extender una de sus manos hacia mí. —Gracias por escucharme.

—Siempre que quieras puedes acudir a mí.

—Lo haré.

Coloque a Nieve en el suelo y ella se marchó corriendo.

Kurgan y yo caminamos a la par, hasta llevar a donde Selenia se encontraba.

—Hermana Selenia.

La mujer alternó sus ojos entre Kurgan y yo. Para después negar.

—Es hora de abrir tus regalos.

—¿Es necesario hacerlo?

—¡Que dices muchacha…! Sabes que es una tradición abrir los regalos y dar gracias por ellos.

—Lo se pero no me siento muy bien que digamos.

—En ese caso, ve a tu habitación a descansar.

Entrecerré mis ojos mirándola, porque no es muy propio de ella aceptar mis peticiones sin darme una buen sermón.

—¿Está hablando en serio hermana?

—¿Cuándo no he hablado en serio?

Entrecerré mis ojos y ante eso ella negó.

—Por esta ocasión se romperá al tradición de abrir los regalos, solo por esta Aurora.

—Es muy considerada hermana.

—Aurora, por el amor de Dios. Por lo menos en este día no me lleves la contraria.

Me carcajee y ella negó.

—Espero que cambies.

—Cambiare a un versión más quisquillosa hermana, pero le prometo que usted no será mi víctima.




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