Aurora.
En el momento en que coloque mis pies afuera de la habitación, los ojos de ambos ancianos se colocaron en los míos.
Amado me miraba con cierta diversión, mientras que María me miraba con cierto recelo.
—¿El señor?
—Él se encuentra luchando por librarse del mal que representa la constipación. Pero no se preocupan porque él está en tratamiento.
Ambos ancianos se miraron entre sí, para después asentir.
Poco después la puerta del dormitorio se abrió, dejándome ver al pecador con cara de pocos amigos.
—Gracias por su hospitalidad, pero nos marchamos.
—Señor, espero volver a verlo pronto.
—Tengan por seguro que volveremos a visitarlos, y más aún después de la agradable noche y mañana que pasamos aquí.
María y Amado sonrieron para después desviar sus ojos al señor de las tinieblas, quién mantenía en su rostro una expresión de pocos amigos.
Me atreví a carcajearme y él como es de esperar me brindo una mirada fulminante.
—Te espero afuera. -inquirió para luego empezar a caminar con rapidez hacia la puerta.
—Señor antes de marcharse me gustaría darle unos presentes.
Amado lo siguió, y yo me quede a solas con María.
—Aurora.
—Trataré de hacerme la idea de que ese hombre es mi futuro, pero no prometo nada.
—Aurora…
—Sí, sí. Pero que quede claro que no le dejaré el camino fácil a ese hombre. Porque me niego a convertirme en una de las mujeres que él logra tomar con facilidad. Ese pecador para obtener de mí lo que quiere tendrá que luchar, porque no dejaré que lo tome con facilidad para que después me descarté con la misma facilidad.
María hizo una mueca.
—¿Podrás resistir a las insinuaciones de él? -ante esa pregunta traje a recuerdo lo que sucedió en el baño. —Porque déjame decirte que cuando se prueba el pecado carnal es difícil de controlar las ganas de seguir pecando y más si tienes un semental de paso doble a tu lado.
—Resistiré. Lo haré porque no permitiré que él me pasé por encima y se quede riéndose a carcajadas de mí. Ese Mal tendrá que luchar incansablemente si quiere obtener mi cuerpo.
—Aurora, ¡Ven aquí…!
—Pobre hombre, debió de sentir un fuerte dolor para quedar con un humor de perros, pobre del que se le cruce en el camino porque sin duda alguna descargará toda su frustración en él.
—Que Dios me perdone por lo que hice, y también lo que haré, pero de que saco a ese hombre de casillas lo saco. Porque él nunca debió de encapricharse conmigo. Debió de hacerse de visita gorda y dejarme en la tranquilidad de mi hogar.
María enarcó una ceja.
—Pobre de él. Porque no sabe la clase de cosas que le esperan.
Me acerqué a María y por primera vez me atreví a compartir un abrazo con otra persona que no fuera la hermana Selenia, o Sor Caridad. Le di un fuerte abrazo y este fue correspondiendo por María.
—Te prometo que en cuanto pueda vendré a visitarte.
—Sin duda alguna serás una reina excepcional.
—¿De qué hablas?
—Si en tu destino no hubiera estado escrito que serias la mujer del pecador. Hubieras sido la mejor reina que ese país hubiera podido tener.
Ante de que pudiera preguntarle a qué se refería, el señor Mal ingreso a la casa.
—¿A qué esperas mujer? ¿Que Dios baje del cielo?
Rodé mis ojos ante esas palabras.
—Nos vemos después María.
—Nos vemos.
Me separé de ella, y tras asentir le brindé una mirada fulminante al señor de las tinieblas. Y empecé a caminar hacia la puerta.
—Si tanto te molesta, deberías irte y no volver nunca más. Porque perfectamente me puedo quedar aquí con María y Amado.
—Brincos dieras porque te dejará aquí, pero no lo haré porque tienes que pagar lo que me hiciste, novicia del mismo satanás.
—No me provoques porque fácilmente te puedo dar otro golpe corta calentura.
—Te haré la vida imposible.
—Mi vida ya es imposible desde que apareciste en ella para molestar, señor pecado.
Me coloqué a la par de él y sel señor Mal atrajo mi cuerpo hacia el de él. Y solo me queda tranquila porque el señor Amado nos observaba con una gran sonrisa en sus labios.
—Debiste dejarme en el convento, junto a mis flores y con mi gata Nieves. Pero, no… te empeñaste en tenerme a toda costa. Te empeñaste en pervertirme, pero eso te saldrá muy caro.
—Un simple golpe en las bolas no va a lograr que desistas de no comerte ese maldito coño.
—¿Simple golpe? No me pareció un simple golpe cuando duraste en la bañera más de veinte minutos recomponiéndote.
—Eres una maldita. -susurró mientras hacía más fuerte el agarre en mi cintura. —Una maldita a la que estaré encantado de bajarle los aires.
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Editado: 15.01.2025