Aurora.
Nunca fui fanática de los hospitales, pero en este momento tengo que acompañar a Malena y a su molestoso hermano en todo esto, porque tengo que darle fuerza para que no se derrumben.
Aunque pensándolo bien no estaría nada mal que se derrumbe, para ver si así me libró de él de una buena vez por todas.
Observé a lo lejos al señor Mal, y fue imposible no hacer una mueca al ver un grupo de enfermeras rodearlo.
El golfo de México tenía que ser.
—Aurora.
Aparté mis ojos de él para colocar mis iris en Malena.
—¿Cómo está tu madre?
—Por suerte solo fue un susto. -Malena me brindo una pequeña sonrisa para luego lanzarse a mis brazos. —Tu llegada a la casa ha sido de bendición, porque no solo fortaleciste la relación con mi hermano, sino que también mamá y yo abrimos nuestro corazón. ¿Sería mucho pedirte que te cases con mi hermano?
Los ojos de Malena brillaban de forma intensa. —Por favor, Aurora. Cásate con Mail.
Mi corazón empezó a latir desenfrenadamente luego de esa petición, pero al colocar mi vista en el príncipe de las tinieblas, negué.
—No puedo Malena, no puedo compartir el resto de mi vida con un hombre como tu hermano.
—Podemos hacer que deje de ser el gallo del coral.
—¿Ese dejar de ser el macho pecho peludo? No me hagas reír.
Malena colocó sus ojos en su hermano, e hizo una mueca.
—¿Por qué los hombres solo piensan con la cabeza, pero de allá abajo?
—Esa pregunta deberías responderla tú, porque yo no tengo experiencia con los masculinos.
—Te puedo presentar algunos amigos, para empieces a tener experiencia.
—No querido. Porque tengo la esperanza que volveré al convento en cuatro semanas.
Antes de escuchar una respuesta de parte de Malena, unas risas llamaron nuestra atención.
Se trataba del señor tentación y una de las enfermeras.
¿Tan caliente está como para no respetar que se encuentra en un hospital?
A esta altura de juegos no debería encontrarme nada de lo que él haga grande porque como su nombre lo dice él es el príncipe de lo inmoral.
Mail Salvatierra es el pecado andante.
Por un momento el pecador coloco sus ojos en nosotras, y la sonrisa que mantenía en sus labios se borró, dándole pasó a una expresión de seriedad.
Apreté mis ojos de los de él. Porque no quiero que él piense que me interesa lo que está haciendo. Cuando en realidad me importa un pepino y la mitad del otro lo que él haga o deje de hacer con su vida.
—Me gustaría ver a tu madre.
—Sí, claro. Vamos. -tras esas palabras ambas nos colocamos sobre nuestros pies, y Malena se encargó de guiarme hacia la habitación.
Mientras caminaba sentí una mirada penetrante en mi nuca, y al girar la cabeza me encontré con los ojos inquisitivos del señor Mal.
De que me escapo de aquí me escapo.
Lo siento por Malena, pero por nada del mundo perderé la oportunidad de largarme de una vez por todas, porque no nací para ser recluida como una vil prisionera. Nací para ser libre, una mariposa.
Le di una última mirada al pecador para luego centrarme en pasillo que Malena y yo estamos recorriendo.
—Es aquí.
La joven se apresuró en abrir la puerta de la habitación e ingresó sin más.
—Malena, hija.
—Madre.
Madre e hija se fundieron en un abrazo, y he de decir que esa escena llenó mi corazón, pero también me causo cierta envidia.
¿Cuáles habrán sido las razones de mis padres para dejarme en el convento?
—Aurora… ¿Por qué lloras? -ante esa pregunta me llevé una de mis manos a la cara para secar mis lágrimas.
—Yo… He.
—Malena ve por favor con Mail, pídele que por favor pida mi alta a petición.
—Pero mamá… todavía necesitas estar en el hospital.
La mujer convaleciente negó.
—Quiero estar en casa. Cerca de él.
Los ojos de Malena se cristalizaron, y tras unos segundos asintió.
—Te prometo que no te dejaré sola.
—Ve hija.
Malena asintió para después salir de prisa de la habitación.
Gabriela extendió una de sus manos hacia mí y yo me apresuré en acercarme a ella. Tomé su mano y le brindé una pequeña sonrisa.
—Me alegra verla mucho mejor.
—Después de todo este tiempo sin interesarte en buscar respuestas, ¿Por qué ahora quieres saber todo acerca de tu procedencia?
—Quiero saber el motivo por el cual me dejaron en la puerta del convento. Anhelo saber el porqué de las cosas.
—El motivo por el cual te dejaron en la puerta del convento fue nada más y nada menos que un inmenso odio. -esa confección logró que mi corazón latiera a mil por minutos, que sintiera mis viseras moverse y desencadeno las lágrimas. —La persona que te dejo te odiaba tanto que en más de una ocasión trato de matarte. El odio que sentía por ti era descomunal porque según ella le robaste lo que más deseaba en la vida.
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Editado: 15.01.2025