El heredero del pecado. [6 De La Saga Heredero]

Capítulo 16: Acercamiento letal.

Aurora.

Tomé una flor del jardín y me la llevé al cabello.

—Cuanta envidia le tengo a esa flor.

Giré sobre mis pies luego de escuchar esas palabras, y me encontré con Dylan.

—Eh, hola…

Dylan me brindo una pequeña sonrisa antes de extender una caja hacia mí.

Con cierta duda tomé la caja entre mis manos.

—Pero que te gusten.

Al observar la letra con mirada exhaustiva me enteré de que se trataba de una caja de chocolates.

—No debiste molestarte.

—Claro que sí porque te mereces lo mejor. -Dylan me guiñó uno de sus ojos y antes de que pudiera decir algo la coz de Mail se hizo presente.

—¿Qué está pasando aquí?

Dos días acontecieron para que él volviera a acercarse a mí.

Dos días en los que ni las sobras de él pude ver, porque el señorito se negaba rotundamente a que yo compareciera ante su presencia, porque consideraba que traía desgracia.

Levemente dolida gire sobre mis pies, y al conectar mis ojos con los de él le brinde una mirada fulminante.

—Que extraño verlo aquí señor Mal, porque si bien recuerdo usted dijo que no deseaba mi presencia, que quería que me marchará de su casa.

—¿Te vas? -pregunto Dylan.

Y antes de que pudiera responder, el Príncipe de las tinieblas lo hizo por mí.

—Ella no se va a ninguna parte.

¡Genial…! Ahora el señorito le ha dado por negarse a dejarme marchar.

¿Quién podrá entenderlo?

—Dylan.

—¿Sí?

—¿Estarías dispuesto a llevarme al convento?

El pecador tomó posesión de uno de mis brazos, y me acercó a su cuerpo. Trate de resistir, pero él hizo más fuerte su agarre así que no me valía de nada revelarme contra el señor tención porque él tiene todas las de ganar.

—En son de paz te digo que te alejes de ella, porque por nada del mundo consentiré que apartes a la novicia del Mal de mi lado.

—Señor tentación, tiene que revisare la cabeza con urgencia porque claramente usted no está en sus cabales.

Dylan coloco sus ojos en el pecador.

—Tanto que decías que no te ibas a enamorar, y velo hay… te enamoraste de la novicia que mantienes recluida en tu casa como una presa. La cereza del pastel sería que Aurora se enamora de ti, por padecer de síndrome de Estocolmo.

¿Síndrome de qué?

Los ojos de ambos hombres se colocaron en los míos, y ante la inminente presión que sentí mis mejillas se calentaron.

—Yo no estoy enamorado de nadie.

—Claro, Mail. Amigo es ratón del queso y bien que se lo come.

—En defensa del ratón, ese queso se ve apetecible, pero no porque se lo coma tiene que sentir algo por él.

¿Soy yo o esas palabras tienen doble sentido?

—Ese ratoncito se enamoró a primera vista de ese queso, y como no podía llegar hasta el movió sus fichas para cerrarle los caminos y que no pudiera resistirse a él.

—Ese queso el ratón lo quiere probar, pero no es que sienta algo por él.

—¿Pueden dejar de hablar del ratón y el queso?

—¿De qué quieres que hablemos? ¿De coños, putas, penes, eyaculaciones?

Hice una mueca de desagrado, la cual no pasó desapercibida por Dylan.

—Mail, Salvatierra. Tú nunca vas a cambiar.

—¿Para qué quiero cambiar?

—Será bastante divertido ver al ratón ahogado en su miseria cuando el queso se marché de su lado.

El agarre de Mail se volvió más fuerte.

—Ese queso no se irá del lado del ratón.

—¿Eso sirve para admitir que el ratón quiere al queso en su vida?

Mi corazón empezó a latir desenfrenadamente tras esa pregunta.

—Vete a la misma mierda Dylan.

Tras esas palabras el pecador deshizo el agarre que mantenía en mí, para alejarse a paso rápido.

Lo observé escapar el lugar con bastante rapidez, y esa acción me llevo al pensamiento de que él está huyendo de admitir la verdad.

—Aurora.

—¿Qué le pasó?

—No soy quién para contestarte esa pregunta. Porque eso lo tiene que decir él.

¿Qué habrá pasado para que Mail Salvatierra sea lo que es ahora?

—Dylan, ¡Ven aquí…!

—Nos vemos después Aurora. Porque si me quedo aquí un minuto más el gruñón de Mail se atreve a lanzarme del segundo piso hacia el vacío, por intentar robarle según él a su novicia del mal.

—Dylan…

—Claramente sufres del síndrome de Estocolmo.

—¿Qué es eso?




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