Narrador omnisciente.
El príncipe Román descendió del avión, y lo primero que hizo al estar en tierra firme fue lanzarse a los brazos de su mejor amigo.
—Dichosos los ojos que lo ven, Román Reith Da Sousa.
—No estoy para juegos. -inquirió el futuro rey dejando entre ver su molestia.
—¿El viaje no fue lo suficientemente satisfactorio para usted?
—¡¿ASÍ QUE FUISTE TÚ QUIÉN ENVÍO A ESA AEROMOZA A SEDUCIRME?! -Román espeto con cierta molestia en su voz.
Y ante eso el hombre quien se decía ser el mejor amigo de él, asintió, mientras sonreía.
—Alguien tenía que encargarse de que llegará la suficientemente relajado a tierra firme.
El futuro rey hizo una mueca de fastidio antes de alzar una de sus manos contra él. Pero para la buena suerte del amigo, David Rissi hizo acto de aparición.
—¿Qué diablos quieren conmigo?
Los ojos de Román se colocaron en el hombre, y por un minuto se le olvidó el enojo que tenía contra el tonto al que llamaba amigo.
—Señor Rissi.
—Cuál es el asunto tan importante que necesita tratar conmigo, príncipe.
—Tú tienes algo que le pertenece a la corona. Su joya más preciosa y yo he venido por ella.
David enarcó una de sus cejas.
—Cuando me marché de ese lugar deje la joya que me interesaba de la corona, así que no tengo nada que le pertenezca. -Rissi verbalizo esas palabras mientras apartaba los ojos del joven príncipe.
—¿Dónde tienes a Reina? No niegues que tienes a la joya perdida de la corona porque eso solo podría significar que todos nuestros guardias se enlisten hacia aquí para matarte, así que habla de una buena vez por todas. Porque mi paciencia está al máximo. Y no tengo tiempo para perder el tiempo.
David Rissi, le brindo una sonrisa burlesca.
—Me importa una mierda que tus soldados de juguete se enlisten hacia aquí para matarme. Así que guárdate tus amenazas para otro día, principito.
La degradación que David hizo con la palabra príncipe le causó cierta molestia a Román, y lo dio a demostrar a dar un paso hacia adelante. Quedando frente a frente de David.
—Román, deja de ser tan flemático. ¡Es que no vez que él es el único que nos puede llevar con ella…!
Esas palabras lograron hacer a Román recapacitar.
—¿A quién buscan?
—A Reina.
—¿Quién es Reina? -se atrevió a preguntar David.
—Mi Reina, nuestra Reina. -David, ladeó su cabeza sin entender nada. —Mi hermana, la niña que la maldita de Rosa se robó.
David abrió sus ojos como platos.
—¿Qué Rosa, ¿qué?
—Esa mujer se robó a mi hermana de su cuna, solo para hacer a mis padres sufrir. -las facciones de Román se endurecieron al confesar esas palabras. —Después de una investigación bastante larga mis hombres encontraron que tú fuiste el último en estar con ella. Así que dime dónde diablos la dejaste.
Esa confesión había afectado en gran manera a David porque se había quedado totalmente mudo.
—Rissi.
—¡Dime dónde dejaste a mi hermana…!
David coloco sus ojos en el futuro rey, y tomó el valor para confesar el paradero de Reina.
—Salve a Reina de las garras afiladas de Rosa. La joya perdida de la corona se encuentra recluida en mi casa.
Tanto Román como el detective abrieron sus ojos como platos.
—¿Qué?
—Sí, Román. Reina ha estado bajo mi protección todo este tiempo. Y lleva recluida en mi casa un mes.
Los ojos del futuro rey se cristalizaron.
—Llévame con ella. Quiero verla. Necesito verla. -David asintió. —Te prometo que todo lo que quieras te será concedido, tu pide lo que quieras y yo me encargaré personalmente de dártelo. Eso es lo mínimo que puedo hacer por ti, después de que salvarás a mi hermana de las garras de esa mujer.
—Lo que yo deseo tú no puedes dármelo. Nadie puede dármelo.
Román hizo una mueca porque sabía muy bien a que se refería David.
A la otra joya pérdida de la corona. Azucena Da Sousa.
—Eso no puedo dártelo.
—Ya bien lo dije, nadie puede dármelo.
Una expresión triste de colocó en el rostro de David.
—Haré que mi padre extienda su beneplácito hacia ti. que te conceda un título en la corte, tierras y riquezas.
Los ojos de David brillaron como dos diamantes, pero eso duro solo un par de segundos porque la expresión de tristeza volvió a sucumbir en su cuerpo.
—Sí me hubieras dicho eso hace treinta años atrás hubiera sido el hombre más feliz de esta tierra, porque me hubieran considera digno de desposar a Azucena. Pero ahora ya no quiero nada, no necesito nada de eso porque ella no está a mi lado. La perdí por esa perra. La perdí por las malas lenguas.
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Editado: 27.03.2025