Aurora.
Coloqué una manta sobre el cuerpo del pecador y me acerqué a él.
—Eres un loco, Mail. Un loco que me llevará al borde de la locura.
Me atreví a dejar un beso en los labios de Mail, y un segundo después escuché su voz.
—Aurora.
Sonreí y coloqué mi cabeza en su pecho.
—Por tu culpa me volví está mujer. Una mujer llena de pasiones, deseos y pensamientos pecaminosos. Una hembra que te desea de noche y de día. Por tu culpa dejé atrás el deber y me convertí en lo que soy ahora.
—Ese es tu destino Aurora. Desde que naciste tu destino fue escrito.
Alce mi cabeza y mis ojos se colocaron en Gabriela.
—Gabriela, Mail…
—Se lo que hizo el loco de mi hijo, Aurora. Y déjame decirte que bien merecido lo tiene por negarse a confesar que sentía algo por ti.
—Le quiero.
—Lo sé.
La madre del pecador se acercó a la cama.
—Él también lo hace, hija. Nunca dudes de ello.
—Quiero darle una lección para que nunca se le ocurra querer alejarse de mí.
—Estas en tu derecho de hacer todo lo que quieras.
—Estoy seguro de que Mail se volverá loco al saber que me voy a casar con Román.
—Te aseguro que perderá el poco juicio que le queda.
Gabriela me brindo una gran sonrisa tras esas palabras.
—Iré a buscar el termómetro, para tomarle la temperatura.
—Ve hija.
Antes de levantarme de la cama deje un beso en la mejilla de Mail.
—La profecía del amor, lo ha hecho excelente.
—¿De qué hablas?
—No es nada hija, yo sola me entiendo.
Totalmente dudosa me levanté de la cama y empecé a caminar hacia la puerta de la habitación.
¿Qué será eso de la profecía del amor?
Una vez en el corredor me dediqué a caminar hacia la habitación donde se encontraba el botiquín de primeros auxilios.
Cuando me encontré al frente de la puerta, tomé el pomo entre mis manos y justo antes de girar el pomo escuché la voz alterada de Román.
—MATARE A TODOS ESOS MALDITOS. ¿¡CÓMO SE LES OCURRIÓ DEJAR QUE ESA LOCA DEL DEMONIO SE ESCAPARA!?
—El inepto del trabajador sexual, se confió de que esa loca estaba media muerta. Y la muy maldita solo estaba fingiendo para hacerle creer que el sedante le había hecho efecto.
—¡ME LLEVA LA MISMA MIERDA…!
—Cálmate, Román.
—¿Cómo diablos quieres que me calme cuando esa loca del diablo está libre?
—Hare que mis hombres busquen a esa mujer.
—No, no haré yo mismo. Y si la encuentro vaciare mi arma en su cuerpo. Quiero ver a esa perra con innumerables círculos en el cuerpo, la quiero dejar irreconocible.
¿Qué está pasando? ¿Por qué Román habla de matar como si se tratará de un simple juego?
—Ángel de la muerte, calma tu deseo de ver correr sangre y céntrate en proteger a Aurora.
—Quiero más seguridad para ella.
—Así se hará.
—Hablare con mi padre para que me otorgue el permiso de operar en este país de forma clandestina.
—¿Qué vas a hacer?
—Pondré el mundo a arder.
Tras esas palabras escuché pasos hacia la puerta y antes de que el abriera la puerta gire el pomo de la puerta e ingresé a la habitación.
Román oculta algo bastante turbio.
Él es mucho más de lo que aparenta ser.
Sacudí mi cabeza cuando me empezaron a llegar todo tipo de pensamientos.
—Es mejor mantenerme al margen de todo. Por mi paz mental lo digo.
Me dirigí hacia el cuarto de baño, al ingresar me dirigí hacia una de las gavetas y al abrirla mis ojos se colocaron en el botiquín.
—Aurora.
Solté el botiquín ante el inminente susto y este cayó al suelo.
—¿Por qué estas tan nerviosa?
—Román…
El futuro rey extendí una de sus manos hacia mi rostro. Y al tocarlo sentí como mi piel se erizará.
—Sé que escuchaste todo lo que dije.
—Yo… he…
—Tengo una doble vida, Aurora.
—No me importa…
—Debe de importarte porque soy lo que soy por ti.
—¿Qué dices?
—Me convertí en el ángel de la muerte por mi hermana, soy un maldito criminal por ti.
Genial, ahora resulta que soy la responsable de que él sea un asesino.
—No me interesa, Román. Por favor no me obligues a escuchar lo que no quiero.
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Editado: 27.03.2025