Aurora.
Tenía que ser Mail Salvatierra.
—Te dije que no permitiría que esa estúpido colocará sus sucias manos sobre ti, Aurora.
—¿Estás loco?
—Sí, pero por ti.
El pecador empezó a caminar hacia mí. Y yo empecé a retroceder. Porque todavía no quiero ningún roce con él.
—Aléjate de mí.
—Eres mía, Aurora entiéndelo de una buena vez por todas.
—Estas demente.
—Sí, pero solo por ti.
Al llegar al frente de mí, Mail extendió una de sus manos.
—Hora estas en mi casa y en mi cama. Ya nadie podrá alejarte de mí.
—No quiero estar aquí.
—Pues te jodes porque no permitiré que te marches de nuevo. Aquí es donde debes estar, mi amor.
El pecador coloco una de sus rodillas en la cama, mientras me miraba fijamente.
—Mail…
—¿Dime? -pregunto con voz ronca.
Oh, no. Cariño mío. Para ganarte el chiquito tendrás que luchar por él, no es como que se lo daré sin poner alguna resistencia.
Para tener mi cueva del disfrute tendrá que arrastrarse por el suelo.
—¿Qué quieres de mí?
—Quiero todo de ti, Aurora. Tu cuerpo, tus besos, tu vagina. Todo, lo quiero todo.
—¿Ha sí?
—Sí.
El pecador siguió avanzado hacia mí, y cuando estuvo a unos pocos centímetros de mí, se atrevió a extender una de sus manos para tocar mi rostro.
Lo deje que tomar confianza, pero lo que él no se esperaba era que tomará su mueca entre mis manos y la retorciera con fuerza.
Un fuerte grito de dolor salió de la boca del pecador, pero eso no calmo mi sed de hacer que pague por traerme aquí a la fuerza, y por pensar que cedería con facilidad.
—Aurora…
—Eso te pasa por traerme aquí a la fuerza, señor de las tinieblas.
Ejercí un poco más de presión sobre el agarre, y el muy pervertido volvió a gritar, está vez con más fuerza.
—¡Ah…! ¡Aurora…! Detente.
—¿Cómo te da la cara para pedir que me detenga cuando sabes que tienes innumerables cuentas por saldar?
Ante ese recordatorio ejercí más fuerza sobre mi agarre.
Esto es poco para lo que él se merece.
—¡Ya…! Duele…
—Cállate y aguanta, pecador.
—¿Me quieres matar, mujer?
—Sí, eso es lo que busco. -inquirí con una pequeña sonrisa en mis labios.
—A-Aurora, por f-favor. -pidió entre lágrimas.
Hice mi agarre un poco más fuerte y ante eso Mail volvió a gritar.
¿No qué muy machote?
Ahora veo que los hombres aparentan ser machos pecho peludo, pero se doblan cuando están en situaciones que representan peligro para su integridad física.
—¿Me dejaras en paz?
—¡Sí…!
Después de escuchar ese monosílabo deshice mi agarre.
—Ahora regrésame con Román.
Los iris de Mail se colocaron en mí.
—Nunca. -susurró con voz firme. —Para salir de esta habitación tendrás que arrancarme la vida, porque no te dejaré ir.
Por culpa del pecador tengo el síndrome de Estocolmo. Pero no es tiempo de revelarle este descubrimiento a Mail.
Más bien seguiré en el plan de querer largarme de esta casa. Para hacerlo rabiar.
—Si es necesario te encerraré bajo siete llaves, pero de que no sales, no sales.
-—No me provoques…
Porque me puedo lanzar hacía ti y arrancarte la ropa.
—Te provocare todo lo que me dé la gana, Aurora.
Tras esas palabras Mail se alejó de la cama.
En este momento me gustaría torturarlo con unos buenos guantazos, pero es mejor evitar, porque si lo golpeó estoy segura de que le arranco la ropa y terminamos haciendo cochinadas.
—Aurora.
—¿Qué?
—¿Te excita verme sufrir?
—No hay placer más grande que verte sufrir, pecador.
—Entonces es un verdadero gusto causarte ese placer.
Mail Salvatierra no podía ser más… ahh, en fin.
—Quiero hablar con Román.
—No. -dijo tajante.
—Mail…
—Por más que me encante escuchar mi nombre de tus labios no caeré en la tentación de dejarte hablar con ese… príncipe de cuarta. Primero muerto.
—¡Deja de ser un maldito celopata por una vez en tu vida, y déjame hablar con Román…!
—¡QUÉ NO…! -grito con fuerza. —Tú con ese príncipe de cuarta no volverás hablar nunca más en la vida. ¡Entiéndelo de una buena vez por todas…!
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Editado: 27.03.2025