El Hijo Del Renegado

Prólogo

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Raúl cabalgaba a las orillas del arroyo que cruzaba el rancho familiar. Apenas estaba amaneciendo y no había nadie más en ese lugar a esa hora tan temprana. Le gustaba eso... Disfrutaba poder recorrer el campo a solas, para poder pensar a gusto y poner en la perspectiva correcta todas las cosas que rondaban en su mente. 

Tenía un par de años en la universidad, buscando titularse como de Médico Veterinario y le dedicaba todo su tiempo y su esfuerzo a esa meta. Su carga académica era de las más intensas cada semestre y, además, trabajaba turnos de medio tiempo en una clínica veterinaria en la ciudad. Por eso, estos rarísimos fines de semana en los que podía viajar a ver a la familia los valoraba como oro puro. 

Su existencia había sido un caos absoluto desde que era muy pequeño; su madre lo había abandonado cuando era sólo un bebé y luego regresó sólo para causar daño a la familia en sus pretensiones por quedarse con la supuesta herencia que había recibido el papá de Raúl. Eso había provocado que Ricardo, el gemelo de su papá, perdiera un brazo y quedara mal herido y que Roberto, su propio padre, terminara en la cárcel acusado de homicidio imprudencial al intentar defender a su hermano del hombre que esa mujer había enviado a atacarlos. 

Raúl se bajó del caballo y lo ató a la rama baja de un árbol, luego caminó hacia la orilla del arroyo y se inclinó a tocar el agua helada, volviéndose a sumir en sus recuerdos. Esos años habían sido un auténtico infierno, con su papá en la cárcel, su tío en terapias de rehabilitación intentando aprender a hacer todo de nuevo con un sólo brazo y él teniendo que dejar la escuela para hacerse cargo del rancho, había sido una época muy dura en la que los tres estuvieron a punto de rendirse. Sin embargo, todo cambió para bien. Su papá y su tío habían logrado rehacer sus vidas con mujeres fabulosas de las que estaban muy enamorados y eran correspondidos, habían iniciado un negocio familiar de hospedaje en el rancho, con cabañas rústicas que era todo un éxito y él, afortunadamente, se había logrado poner al corriente con los estudios e, incluso, había rebasado a los de su generación para lograr graduarse antes de lo previsto. 

Un leve ruido lo hizo girar en silencio y, para su sorpresa, descubrió que Eugenia, la hermana de su tía Miriam, venía caminando por una vereda, cantando en voz baja. 

Raúl no se movió ni dijo una sola palabra, se dedicó a observarla simplemente. Eugenia y él habían estado juntos un par de semestres en el bachillerato y a él le gustaba mucho, muchísimo, pero había considerado que ella era demasiado joven para involucrarse con alguien como él. Claro que sólo era dos años mayor que Euge, pero sabía que era una niña de casa, de esas rarezas que son serias y formales y que no andan del tingo al tango con los muchachos del pueblo, mientras él era hijo de un asesino, era “el hijo del Renegado”.  

Cuando Miriam, la hermana de ella se casó con su tío Ricardo, a Raúl le dio mucho gusto por su tío, quien tanto había sufrido en el pasado, el que ahora pudiera ser feliz. Ambos se habían llevado a vivir con ellos a doña Amalia y a Eugenia. Pero, el tener a Euge a tiempo completo en el rancho, para él resultaba bastante incómodo porque se seguía sintiendo muy atraído por ella, aunque se empeñara en negarlo incluso a sí mismo. Y peor aún, sospechaba que la joven también sentía algo por él. Así que la evitaba como la peste y trataba de no cruzar palabra con ella si llegaban a coincidir en algún lado.  

Permaneció en silencio observando cómo Eugenia avanzaba hacia la orilla del arroyo, unos metros más adelante de donde él estaba. Vio cómo la joven se quitaba la mochila que llevaba en la espalda y luego se agachaba a observar algo. Raúl miraba todo con curiosidad, preguntándose qué buscaba. Ella, sin dejar de cantar, tomó una piedra y la echó en la mochila, sorprendiéndolo. Estuvo así un par de minutos más, echando piedras en su bolsa, luego se la echó al hombro y empezó a caminar de regreso.  

— Eso debe pesar un montón. — Dijo Raúl, sin poder evitarlo. 

La joven se sobresaltó y soltó una exclamación, llevando su mano al pecho. 

— ¡Qué pinche susto me diste! — Gritó al descubrirlo. 

— No fue la intención. — Negó él poniéndose de pie y acercándose a desatar su caballo. — Lo siento. 

Lo tomó de la rienda y se acercó a la joven, quitándole la mochila del hombro para echarla sobre la silla del animal. 

— ¿Para qué es esto? — Preguntó señalando con un gesto la montura. 

Eugenia se encogió de hombros y empezó a caminar. 

— Es para mi tienda. — Dijo en voz baja. 

— No entiendo... — Negó él. 

Eugenia soltó un bufido de exasperación. 

— La cabaña que me rentan tu papá y tu tío la tengo convertida, además de un spa, en una pequeña tienda de regalos y souvenirs del rancho. — Explicó con impaciencia. — Estas piedras las pinto con motivos alusivos al lugar y las vendo como pisapapeles o como simple recuerdo de aquí. 

— Nunca he estado de acuerdo con que te renten ese lugar. — Negó Raúl mientras caminaba detrás de ella, llevando al caballo por las bridas. 

— Seis contra uno. — Respondió ella volviéndose a encoger de hombros. — Tu abuelastro, tu papá, tu tío y sus respectivas mujeres decidieron que sí se me rentara, y como ellos mandan, te jodes. 




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