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Eugenia terminó de guardar sus utensilios en la maleta mientras conversaba con sus compañeras y su instructora.
— Sácame de dudas. — Le dijo una de las chicas. — ¿Por qué siempre usas botas vaqueras? Tu vestido es precioso, siempre te vistes muy bien, pero tooodo el tiempo usas botas. ¿Por qué?
Eugenia no pudo evitar soltar una carcajada mientras se miraba a sí misma.
— Soy vaquera. — Respondió luego de reír. — Vivo y trabajo en un rancho ganadero. O sea... Hay vacas.
Se encogió de hombros y siguió guardando sus cosas.
— ¿En serio? — Preguntó otra, totalmente asombrada. — ¿Trabajas en un rancho? ¿Y por qué estudias esto?
— Es un rancho turístico. Ahí tenemos un salón de fiestas, nos lo rentan para bodas, quince años y todo tipo de fiestas, ahí mismo tengo un pequeño spa y entre los paquetes que ofrecemos se incluye el maquillaje y el peinado para la festejada. — Explicó la joven. — También se rentan cabañas, hay huéspedes todo el tiempo, yo me encargo de esa parte de los hospedajes así que raramente ando entre el ganado, pero igual las botas sirven de protección, no es por moda, todos las usamos allá para no pisar sin querer alguna alimaña y que esta te pique, o para no embarrarte de estiércol o qué se yo.
— ¡Oye qué genial! — Comentó otra más. — ¡Nunca se me hubiera ocurrido que en un rancho ganadero se ocuparan nuestros servicios de estilista!
— No en todos los ranchos. — Negó Eugenia. — El nuestro es especializado en turismo. Y, además, estoy a cinco minutos del pueblo más cercano, así que también tengo clientas de ese lugar, afortunadamente.
— ¿Por eso nunca te quedas a convivir con nosotras? — Preguntó otra. — ¿Por eso siempre sales corriendo cuando acaba el taller?
— Pues sí, lo siento. — Asintió Euge. — Siempre salgo corriendo de aquí para tomar el autobús de regreso.
— Uuuuuy ahora no se va a poder. — Dijo la instructora mirando su teléfono con preocupación. — ¿Ya vieron las noticias?
— ¿Qué pasó? — Preguntaron todas.
— Acaba de estallar una huelga de transportistas, al parecer es paro nacional.
— ¿Qué? — Preguntó Eugenia asustada. — ¿Y ahora cómo me voy a ir?
— No hay autobuses. — Negó la mujer. — ¡Santo Dios! Parece que tampoco hay transporte urbano...
Todas corrieron a asomarse a las ventanas y vieron que afuera empezaba a reinar el caos. Eugenia soltó un suspiro y sacó su teléfono para llamar a su hermana.
— Miriam, no sé qué hacer. — Dijo cuando le respondió esta. — Hay huelga de transporte y no tengo manera de regresarme ni de moverme aquí. Lo peor es que ya había entregado la habitación del hotel. Así que, creo que me voy a ir caminando otra vez para allá, al cabo que está a un par de cuadras, a esperar a que acabe la huelga para poder regresarme al rancho.
— ¡Ni se te ocurra! — Exclamó su hermana. — ¿Cómo crees que te vas a quedar ahí a merced de quién sabe qué y durante quién sabe cuánto tiempo? ¡Vete a la casa de Catita!
— Hermana... Ni siquiera hay camiones urbanos. ¡No tienes idea los pleitos que hay en la calle para conseguir un taxi! No me puedo ir con Catita porque queda al otro lado de la ciudad, me tomaría toda la noche caminar hasta allá y más llevando mis maletas.
— Quédate ahí donde estás, no te muevas, por favor, en seguida te devuelvo la llamada, voy a ver si vamos por ti mi marido y yo.
— ¿Cómo crees? — Exclamó la joven al vacío, porque ya Miriam había cortado la llamada.
Soltó un bufido de frustración y miró a sus compañeras.
— ¿Y ahora? — Dijo con incertidumbre.
— Los pocos taxis que hay van a cobrar una barbaridad. — Dijo una de ellas. Nosotras nos estamos organizando para que algún pariente nos recoja y nos lleve, incluso a las que no tienen quién les eche la mano, las vamos a acercar a donde vayan. ¿Tú qué rumbo llevas?
— No tengo la menor idea. — Negó Eugenia con un suspiro. — Tengo que esperar aquí, supongo, a ver qué me dice mi hermana. ¿A qué horas cierran este lugar?
— En una hora. — Le dijo la instructora, mirándola con preocupación. — ¿No tienes dónde quedarte?
— Aún no lo sé. — Negó Eugenia. — Estoy esperando que me llame mi hermana a ver qué hago.
La mayoría de sus compañeras ya habían salido a tratar de conseguir transporte. Eugenia se acercó de nuevo a la ventana a mirar el caos exterior con algo de preocupación. Al parecer, iba a ser bastante difícil moverse por su cuenta, pero no quería ir a la casa de Catita, porque Raúl vivía ahí con ella y el convivir con él le era bastante difícil y doloroso. ¡Ojalá que su hermana pudiera ir a buscarla a la ciudad! Aunque también odiaba molestarla de esa manera, pero esto era una verdadera emergencia. Por lo que veía a través de la ventana, le iba a ser endemoniadamente difícil moverse por su cuenta.
Su teléfono empezó a sonar y, para su asombro y desconcierto, vio el nombre de Raúl en la pantalla. Ahogando un gemido, respondió a la llamada.