El Hijo Del Renegado

Capítulo 4

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Raúl condujo en silencio por un rato, Eugenia miraba a través de la ventanilla el mar de gente caminar por las calles tratando de llegar a su destino. 

— Me siento como si estuviéramos en medio de un apocalipsis zombie o algo así. — Dijo en un murmullo, haciendo reír al joven. 

— Fue una suerte que estuviera yo en el centro comprando unos insumos cuando me llamó mi tío. — Dijo luego de reír. — Por eso llegué rápido a donde estabas. 

— Lo lamento... — Volvió a musitar la joven. 

Raúl orilló el auto hacia la acera y detuvo el motor girándose a mirarla. 

— Por favor, Eugenia. — Dijo con seriedad. — Deja de disculparte de todo y por todo conmigo. En serio que me haces sentir el más miserable de los hombres. 

Estiró la mano y tomó la de ella, sorprendiéndola. 

— Sé que durante mucho tiempo he sido un verdadero hijo de puta contigo, pero créeme, tenía mis razones. Ahora, te pido una oportunidad para poder cambiar las cosas y lograr que tú y yo nos llevemos bien. 

La joven permaneció en silencio, con la vista baja, sin saber qué responder. 

— ¿Euge? — Preguntó él en voz baja, mirándola con preocupación. 

— No tienes por qué hacer esto. — Respondió ella en un susurro. — Sé que, desde que te dije esa burrada cuando fuiste a buscar a mi hermana, te enojaste mucho conmigo, y tenías razón en hacerlo. Entiendo que me odies desde entonces... 

— ¡Jamás te he odiado! — Exclamó él, totalmente consternado. — Nunca, Euge, nunca te he odiado. Créeme. 

— ¿Entonces? — Preguntó ella sin poder evitar las lágrimas. — ¿Por qué me tratabas con tanta dureza y me evitabas como la peste? ¿Por qué me hacías sentir como si yo fuera una maldita garrapata a la que había que aplastar sin ningún miramiento? 

— ¡Ay Euge de mi vida! — Exclamó él arrepentido, abrazándola. — Ojalá algún día puedas perdonarme el haberte hecho sentir tan mal. No sabía que te estaba haciendo tanto daño. Perdóname, por favor. Lo siento muchísimo. 

La joven no respondió nada, las lágrimas se lo impidieron. Se quedó recargada en el pecho de Raúl, llorando sin poderse contener. 

— Lo siento... — Dijo él besándola en la frente. — De verdad lo siento mucho. 

— No entiendo... — Dijo ella entre sollozos. — En serio que no te entiendo. 

Raúl volvió a besarla en la frente y soltó el abrazo para encender de nuevo el auto. 

— Vamos a casa. — Dijo mientras arrancaba. — Vamos a estar más tranquilos y seguros ahí para poder conversar a gusto. ¿Te parece? No quiero que nos arriesguemos a que los zombies se salgan de control y nos quieran quitar el auto. 

Eugenia, sin poder evitarlo, soltó una carcajada. Se limpió las lágrimas y se acomodó en el asiento. 

— Más vale... — Asintió. — Porque no traigo ni un hacha para defendernos. 

Ambos se rieron y él empezó a conducir. 

— Cuando pasó eso tan feo donde mi tío perdió el brazo, hubo varias cosas que me marcaron. — Empezó a decir Raúl, luego de un momento, sin apartar la vista del camino. — Una de las cosas que se me quedó mucho en la mente, fue lo que le dijo esa mujer con la que él andaba. 

— ¿Maru? — Preguntó Eugenia, con curiosidad. 

— Sí, esa. — Asintió Raúl. — Entre otras cosas horribles, le dijo a mi tío que le iba a dar mucha vergüenza salir con el hermano de un asesino que estaba en la cárcel. 

— Maru es una imbécil. — Negó Eugenia. — Todos sabemos que tu papá no es un asesino, que eso en realidad fue un accidente y que sólo estaba defendiendo a tu tío. 

Raúl sonrió y estiró la mano para tomar la de ella. 

— Gracias. — Dijo soltándola para volver a tomar el volante. — Pero sí me afectó en su momento. Sobre todo, porque en la escuela también escuché muchas burlas y comentarios mal intencionados de algunos compañeros, como te podrás imaginar. 

— Algunos compañeros eran unos verdaderos imbéciles. — Dijo la joven, encogiéndose de hombros. — No eres el único que recibió burlas por su papá. 

— Me imagino. — Asintió él. — Pero tú tenías a tu mamá y a tu hermana para compensar todo. Yo no, yo sólo tuve a mi tío y él no estaba en condiciones de animarme, al contrario... 

— Lo siento mucho. — Negó ella con tristeza. — Debió ser una época demasiado difícil para ti. 

— Lo fue. — Asintió él mientras estacionaba el auto. — Me volví retraído y desconfiado, como te podrás imaginar. Hubo un momento en que odié a todos y a todo. Y, la verdad, me sentía muy poca cosa, no me sentía digno de nada. 

Eugenia se giró a mirarlo con los ojos muy abiertos. 

— ¿Por qué dices eso? — Exclamó angustiada. — Tú me dijiste hace tiempo, que nosotros no tenemos la culpa de los papás que nos tocaron. Que no tenía por qué sentirme avergonzada por el mío, que lo que él hiciera no me definía como persona. ¡Y no tienes por qué avergonzarte de tu papá! Ese hombre es un tipazo, igual que tu tío. 




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