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Catita se dirigió a la cocina, seguida por Eugenia y Raúl llevó las cosas de la joven a su habitación, luego regresó con ellas.
— Si está de acuerdo, Catita. — Le dijo a la señora. — Euge va a dormir en mi cama y yo en el sofá.
— Me parece perfecto. — Asintió la mujer, sirviendo los platos.
— No quiero...
— Molestar. — La interrumpió Raúl, poniendo los ojos en blanco. — ¿Podrías dejar de decir cosas como esa?
La joven negó, sonrojándose mientras Catita soltaba una alegre carcajada.
— Dejen de pelear y vamos a comer. — Dijo señalando la mesa, luego cambió de tema. — Así que las calles son un caos. ¡Pobre gente! ¿Se imaginan los que trabajan al otro extremo de la ciudad en donde viven?
— A muchos les va a tocar caminar un montón. — Asintió Eugenia con pesar. — ¿Cuánto creen que dure la huelga?
— Ojalá sólo sea hoy. — Respondió Raúl. — Yo tengo auto, así que no batallo, pero la mayoría de la gente usa el transporte público para ir a la escuela o el trabajo. Va a estar muy complicado mañana, si sigue esto.
— ¿Y cuál es el plan para mañana? — Preguntó la señora.
— Tengo que estar en la facultad a las ocho de la mañana. — Le explicó él. — Si les parece, se van conmigo, me esperan más o menos una hora en la cafetería de la escuela y en cuanto termine el examen salimos a la carretera. Así que tendríamos que irnos de aquí de la casa poco antes de las siete de la mañana, ya con todo y maletas.
— ¿Y el resto de tus clases? — Preguntó Eugenia frunciendo el ceño. — ¿No vas a perder toda la semana?
Raúl negó con una sonrisa de satisfacción.
— Exenté la mayoría de los exámenes. — Respondió. — Sólo presento este y tengo libre hasta el próximo lunes.
— ¡Ah qué bien! — Asintió ella. — ¡Felicidades! Entonces ya no me siento tan mal de que tengas que llevarme al rancho, si vas a aprovechar para tomarte tus vacaciones.
Todos se rieron, de pronto el celular de Raúl empezó a sonar y el miró la pantalla frunciendo el ceño.
— Carajo... — Musitó con exasperación.
— ¿Quién es? — Preguntó Catita con curiosidad, mientras Eugenia sólo lo miraba frunciendo levemente el ceño.
— Es la loca de Evelia. — Dijo Raúl, activando el altavoz.
— ¡Raúl! — Se escuchó una voz de mujer. — ¿Ya viste el caos que hay en las calles? Me quedé atorada en el centro comercial. ¡Ven por mí!
— No. Estoy ocupado. — Contestó él escuetamente y tomó un bocado de su plato.
— ¡Raúl! — Exclamó la mujer con quien hablaba. — ¿Cómo me voy a ir a mi casa? ¡Ven por mí!
— Dile a tu papá o a tus hermanos que vayan a buscarte. Para eso tienen tantos carros de lujo. ¿No? — Respondió él encogiéndose de hombros. — Estoy comiendo. Nos vemos luego.
Sin añadir más, cortó la llamada.
— ¿Siempre es así de exigente esa muchacha? — Preguntó Catita, con desaprobación.
— Si se lo permites, es peor. — Respondió Raúl asintiendo. — Yo por eso simplemente la ignoro.
— ¿Es tu novia? — Se atrevió a preguntar Eugenia, totalmente desconcertada.
— No, nunca lo ha sido ni lo será. — Negó Raúl tajantemente. — Es tan vacía y cabeza hueca como Maru, la ex de mi tío. O como mi mamá...
Se encogió de hombros y siguió comiendo como si nada.
— Es una compañera de la facultad que le echó el ojo a Raulito. — Le explicó Catita con una sonrisa divertida. — Pero es demasiado frívola y caprichosa, demasiado superficial.
— Pero se comporta como si fueran pareja. — Dijo Eugenia, meditando. — Por la forma en que le exige las cosas, pareciera como si tuviera derecho de hacerlo.
— Pero no lo tiene, créeme. — Negó Raúl. — Luego de la experiencia que vivimos con mi mamá y con la ex novia de mi tío... ¿En realidad crees que yo me involucraría con una mujer así? ¡Nunca! Deja te cuento algo que ella no sabe.
Se acomodó en la silla y dejó su tenedor a un lado, mirando a Eugenia fijamente.
— Un día la escuché por accidente decirle a otra compañera que yo le gustaba, que le parecía muy guapo, y que estaba bien para pasarse un rato, pero que era muy “agropecuario”. — Hizo una pausa para reírse mientras Eugenia lo miraba con los ojos muy abiertos. — Que quizá con un buen baño y la ropa adecuada, entonces sí me presentaría a su familia y amigos.
— ¿Agropecuario? — Preguntó Eugenia totalmente sofocada. — ¡Pero si eres un ranchero! Naciste y te criaste en un rancho, vas a ser médico veterinario, vas a seguir entre el ganado. ¿Qué diablos pensaba esa mujer? ¿No está estudiando ella lo mismo? ¿Cómo quiere que te vistas en un rancho si no es con botas y sombrero?
Catita y Raúl se carcajearon, mientras Eugenia los miraba asombrada.
— Ella dice que se va a dedicar a especies exóticas y que va a tener puros clientes ricos y famosos. — Dijo Raúl bastante divertido. — Y por mi parte, le deseo todo el éxito del mundo. Pero nadie me quitará lo agropecuario. Soy un Cárdenas, a mucho orgullo, y tú más que nadie sabe que el rancho corre en mis venas.