El Hijo Del Renegado

Capítulo 6

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Eugenia estaba acostada en la cama de Raúl, abrazada a la almohada. No podía dormir por estar pensando en todo lo que el joven le había dicho esa tarde. ¿En realidad se sentía atraído por ella? ¿Era cierto que se había alejado por no considerarse digno de su amor? 

— Tonto. — Musitó al tiempo que soltaba un profundo suspiro. — Si supieras lo mucho que yo te he adorado siempre. 

Olió la almohada y sonrió. Tenía el aroma de Raúl impregnado totalmente. Volvió a suspirar y se acomodó en la cama. 

— No te hagas ilusiones, tontita. — Se regañó a sí misma. — Si es verdad que te quiere, entonces que lo demuestre. Mientras tanto, tú sólo observa y no te aloques. Después de tantos años pateándome el trasero, tiene que hacer muuuuuuuchos méritos el condenado para que yo lo perdone. 

Satisfecha con su decisión, se acomodó de nuevo y se dispuso a dormir, mientras en la sala, a oscuras, Raúl permanecía despierto en el sofá. 

— No me creyó nada de lo que le dije. Y es lógico, la he tratado muy mal todo este tiempo. — Pensó el joven con algo de decepción. — Tiene razón Catita, tengo que trabajar mucho en convencer a Euge de que de verdad me importa y quiero estar con ella. Espero poder lograrlo... 

Siguió meditando en cómo lograr conquistar el corazón de ella, hasta que el sueño lo venció. 

 

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Raúl detuvo el auto en el estacionamiento de la facultad de Veterinaria y bajó para abrirle la puerta a Catita. Eugenia no esperó a que le abrieran a ella y bajó, mirando todo con curiosidad. 

— Esto es enormeeee. — Dijo asombrada. — Aunque veo muy poquita gente. 

— Es por la huelga, supongo. — Dijo Catita con algo de preocupación. — Ya ven que en las calles no se veían autobuses urbanos, sólo autos particulares y gente caminando. 

Raúl asintió y les señaló un edificio cercano. 

— Esa es la cafetería, pueden esperarme ahí. — Les indicó. — Yo sólo presento el examen y vengo enseguida. Mi aula es aquella de allá. 

— Sí, no te preocupes, yo cuido a Catita. — Le respondió Eugenia, tomando del brazo a la señora. — Véngase. Yo no sé usted, pero a mí sí me urge una buena ración de cafeína. 

La mujer soltó una alegre carcajada. 

— A mí también, anda vamos. — Asintió. — Mucha suerte en tu examen, Raulito. 

— Gracias Catita. — Luego se giró a la joven. — ¿Tú  no me deseas suerte? 

— No la necesitas. — Negó ella. — Estoy segura de que estudiaste un montón y que el examen es mera formalidad. Con eso que exentaste todas las otras materias pues... 

Se encogió de hombros y empezó a caminar mientras Raúl, sin poder evitarlo, soltaba una buena carcajada. 

Eugenia y Catita llegaron a la cafetería y se sentaron en una mesa junto a la ventana. Una mesera se acercó y les tomó su orden, cuando quedaron solas, la señora sonrió. 

— Raúl es un excelente muchacho. — Dijo como al descuido. — Tiene los pies bien puestos sobre la tierra y metas bien definidas. Estoy segura de que llegará muy lejos. 

— Lo sé. — Asintió Eugenia. — A pesar de tenerlo todo en contra hace unos años, ha salido adelante y se ha logrado sobreponer a todas esas tragedias. 

— Y es un Cárdenas... — Dijo la mujer encogiéndose de hombros, antes de dar un sorbo a su café. 

Eugenia la miró con curiosidad. 

— ¿Eso qué significa? — Le preguntó. 

Catita sonrió. 

— Significa que, como todos ellos, sólo se enamoran una vez en la vida, son super fieles y dedicados a su mujer, y es para siempre. ¿No lo has notado? 

Eugenia negó con el ceño fruncido. 

— Roberto, antes de Aracely, estuvo con la mamá de Raúl. — Meditó en voz alta. — Y mi cuñado Ricardo, antes de estar con mi hermana, estuvo con la tal Maru esa. 

— Pero no estaban enamorados. — Le respondió la mujer, señalándola con el dedo. — Nunca se habían enamorado. Estuvieron con otras mujeres, es cierto. Pero no había sentimientos de por medio. ¿Me explico? Sólo cuando les llegó la elegida fue que entregaron su corazón totalmente en forma incondicional. ¡Y míralos ahora! Tan felices, tan enamorados, tan plenos... 

Eugenia asintió sonriendo. 

— Sí, la verdad es que ambos están que se beben los vientos por sus respectivas mujeres. — Dijo con un suspiro. — Ricardo, siempre que está junto a Miriam, la mira babeando totalmente y no puede evitar estar besándola o tocándola de alguna manera. Es como... Como si quisiera comprobar a cada rato que ella está ahí, que es real. 

— Me lo puedo imaginar. — Asintió Catita. — Ese hombre fue dañado muchísimo antes de que tu hermana llegara a su vida. No sólo físicamente. 

— Lo sé... — Asintió Euge. — ¿Por qué me está diciendo todo esto? 




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