El hijo secreto del alfa

Capítulo 35: Propuesta

Contengo el aliento y lo veo sacar del interior de su saco una cajita de terciopelo negro.

Mi alrededor se enmudece en cuanto saca de ella un bello anillo con una esmeralda cuadrada, no tan pequeña. Alrededor de ella hay diamantes minúsculos, así como en el resto de la alianza.

Mi mano tiembla cuando la sostiene y desliza el anillo en el dedo anular.

Sé que el protocolo dicta que primero debe preguntarme si daré el sí, pero ambos lo mandamos al carajo cuando nos miramos a los ojos. Los suyos están un poco más enrojecidos que los míos.

—Respetaré la tradición humana, Eira, porque sé que muy dentro de tu corazón es lo que quieres. —Los labios se le tornan trémulos y carraspea—. Te quiero como mi esposa, la mujer que, ante cualquier dios, me acompañará hasta el final de mis días y más allá. Desde que volvimos a encontrarnos, para mí ya te habías vuelto mi afín, y esta idea se reforzó con el pasar de los meses. Y ahora te pido que me veas como tu futuro esposo, el hombro dónde apoyarte en tus momentos negativos y las manos dónde dejarte caer en tus alegrías. —Esboza una sonrisa temblorosa y me besa el dorso—. Sé mi esposa, Eira, y con esto sellarás la unión completa de nuestras almas.

No me suelta la mano en cuanto se incorpora y se encorva para apoyar su frente en la mía.

Suelto las lágrimas y asiento una y otra vez.

—Seré tu esposa, Kieran —le contesto con el corazón a mil—. Me soportarás incluso más allá de nuestros días de vida.

La multitud ríe, y es ahí cuando regreso al presente, cuando mis oídos vuelven a captar sus oídos.

Apoyo la otra mano en su mejilla y busco sus labios.

—Te amo, Kieran. Te amaré con todo y lo poco que tengas.

Ríe.

—Te amo, Eira —mordisquea mi labio inferior, y me trago el gemido—, y jamás me apartaré de tu lado.

Me lanzo a su pecho y me dejo refugiar por sus brazos.

Siento a Ophelia acercarse porque nuestro hijo se carcajea y balbucea.

Kieran se las arregla para cargarlo y mantenerlo unido entre nuestros brazos.

Me apresuro a besarle la frente, que se mancha con algunas lágrimas, y Zane se silencia para sonreírme, mostrándome sus encías desprovistas de dientes aún.

—¡Vivan los futuros esposos! —exclama Ophelia, y es seguida por la manada.

—¡Que la dicha y la riqueza los cubra!

—¡Y que el sexo nunca falte! —chilla Amara.

Todos nos reímos.

Ophelia le da un pellizco en la mejilla y yo busco su mirada para reprenderla en broma.

Amara sube los hombros, abrazada por Aquiles, y, ante nuestros ojos atónicos, lo obliga a doblarse para besarlo en los labios. Sorprendido, Aquiles se queda quieto por los primeros segundos para después devolverle el beso con el mismo fervor.

Zane se queja con un gritito, y Kieran se apresura a amonestarlo.

—Debes saber compartir a tu tía —le dice en voz baja.

Los miro con cariño, a ellos, a Amara y a Aquiles, a la manada, a Ophelia…

Siento que ese pedacito de familia que se me escapó del alma acaba de regresar.

Lloro porque las lágrimas deben ser deslizadas y me abrazo a nuestro hijo en cuanto Kieran me lo tiende para abrazarme por detrás y apoyar el mentón en mi hombro.

—Te amo —me susurro al oído.

Mis sollozos incrementan.

—También te amo —le contesto.

Zane nos observa atento y ríe:

—¡Mamá!

Me muerdo el labio inferior con orgullo.

—Te gané otra vez, Kieran.

—Encantado de que me ganes siempre.

Contemplamos a nuestro bebé.

Todavía seguirá sorprendiéndome que se desarrolle tan rápido debido a sus genes de lobo, pero al mismo tiempo lo agradezco porque sé que esto lo ayudará a ser inteligente.

Le reparto besos por toda la carita antes de elevar la mirada y fijarla en la manada.

Con permiso de Aquiles, que ha sido liberado de su mantis religiosa, y sus hombres, algunos integrantes se acercan para rodearnos.

Cuidadosamente, me aparto de Kieran y me pongo de rodillas con Zane bien aferrado a mí para que los niños puedan verlo de cerca. Al principio se resiste a la atención, escondiéndose en el hueco entre mi cuello y hombro, pero a lo último la curiosidad le gana y se deja mirar de pies a cabeza, hasta que se ríe por las muecas y las sonrisas.

—Se llama Zane —les digo.

Entonces los niños comienzan a presentarse.

Miro sobre mi hombro a Kieran, que me observa con todo el amor que le cabe en el cuerpo.

Ophelia me asiente satisfecha, al lado de su hijo, y se limpia los párpados con pañuelo.

Amara, que casi tumba a ciertos niños para ponerse a mi lado, se sienta en posición india y me da su apoyo con su presencia.

Zane lucha contra mis brazos para que ella lo cargue, y me resisto solo un poquito para verlo fruncir los labios. Amara lo acomoda entre sus piernas con una sonrisa y agarra sus manitas para que los otros niños puedan sostenerlas.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.