El hombre con alas (4º edición)

El hombre con alas - Relato corto

En estos últimos años, a pesar del cansancio del trabajo y el sin fin de contratiempos que tuvimos, me sentí la niña más realizada del mundo. Estoy casi segura que ninguna otra chica de ninguna parte del mundo era tan feliz. Pero lamentablemente no puedo decir lo mismo en este momento de mi vida.

Me presento, mi nombre es Stephanie Wonderer. Una mecánica de catorce años que se encuentra en un pequeño pueblo de los Estados Unidos, en el estado de Ohio.

En mi pueblo me conocen  como “la ayudante con alas”, puesto que era la asistente del joven Corwin Freeman, a quien habían apodado “el hombre con alas”. Aunque para mí era un sobrenombre maravilloso, todos en aquél lugar lo usaban con la única intención de burlarse de él.

Para ustedes que no lo conocen, el hombre con alas en realidad es un joven de 24 años, dueño de su propio taller mecánico de motores y coches. Era conocido en todo el pueblo por su extraña obsesión por querer ser uno de los primeros hombres en la tierra en poder volar.

Él me transmitió a través de sus enérgicas palabras y su trabajo, el entusiasmo por los estudios sobre la aeronáutica. Aunque sonaba como un total disparate, me gustaba imaginar o pensar que podría llegar a existir un aparato o máquina que le ayudaría al hombre volar por los cielos. De tal manera, le pedí prestados algunos libros y comencé a estudiarlos por aparte además de la escuela. Y como Corwin se dio cuenta que yo entendía todo lo que él decía o quería hacer, me tomó como su asistente personal para sus proyectos. Sin duda éramos un equipo infalible.

A pesar de que nuestros experimentos sobre aeronáutica eran a puro pulmón y sin ningún tipo de ganancia para ninguno, las investigaciones y las pruebas de vuelo me llenaban el corazón de felicidad. Esa era la única compensación que yo necesitaba y que desearía a cualquier persona que trabaje de lo que sea.

En aquél entonces, a medida que el tiempo corría, el entusiasmo y el apuro del hombre con alas y el mío eran cada vez más intensos. Y eso fue debido a que corrían rumores de que otros dos hombres, a quienes llamaban “los hermanos Wright”, estaban inventando también su propio prototipo de máquina voladora. Y mientras los Wright conseguían sus materiales con las ganancias de su taller de bicicletas, Corwin tenía ganancias muy buenas debido a su trabajo con los motores de los coches, sumado al hecho de que él me enseñaba cómo terminar ciertos trabajos y así podíamos completar más  encargos.

Claramente, la idea de poder dedicarme a la mecánica en un futuro y también ser protagonista de un hecho histórico como volar, era algo muy emocionante para mí. Esto era así porque, como quizás estés adivinando, la idea de que las niñas participaran de oficios “de hombres” no era bien visto. ¡Y ni hablar de participar en hechos históricos! La verdad es que hasta ahora nunca entendí bien el porqué de esa costumbre, o tradición, o como sea que se llame. Realmente nunca nadie supo explicármelo cuando se lo preguntaba.

Pero a Corwin eso no le importaba. De hecho, él tampoco entendía esa manía extraña de las personas.Es más, debido a la cantidad de críticas que recibía por enseñarle mecánica a una chica, tomó la decisión irrevocable de que yo debía construir la máquina voladora con él; si conseguíamos realizar el primer vuelo de la historia, pensaba él, yo lograría romper con ese tonto estigma sin sentido.

Sin embargo, a pesar de que teníamos todo a favor para lograr una hazaña histórica en el mundo, también teníamos todo en contra dentro de este desgraciado pueblo.

La familia de Corwin fue el primer problema. Su padre esperaba que sus hijos fueran abogados exitosos al igual que él. Y aunque el resto de los hermanos habían seguido abogacía u otras profesiones consideradas “serias”, Corwin se negó a ir por ese camino. Cuando cumplió la mayoría de edad, pidió la parte de su herencia y formó su propio taller mecánico. Yo también le comenté que tenía un problema similar, pues mi padre a toda costa quería que me dedicara a un oficio más “femenino”.

Supongo que por eso Corwin y yo nos entendíamos tan bien. Ambos funcionábamos como un pilar que sostenía al otro: mientras él me dejaba trabajar y me formaba para mejorar en lo que me gustaba, yo de cierta forma le ayudaba a mantener vivo su sueño. Algo que fue difícil mantener ante el hostigamiento que recibimos luego de nuestras primeras pruebas exitosas en el año 1900, con un prototipo de planeador que duró alrededor de 10 segundos en el aire, recorriendo una distancia de aproximadamente 22 metros.

Ahí comenzaron los verdaderos problemas.

Todo el pueblo empezó a posar sus miradas en nosotros. Más que nada en Corwin, quien era el que dirigía el proyecto y las pruebas. La gente comenzó a insultarlo en público, ya que los hijos de los mismos se interesaban fuertemente por nuestra actividad y nuestros inventos. Les enfurecía la idea de que sus hijos desviaran su atención hacia algo que ellos consideraban una fantasía. Decían que nosotros estábamos dañando a los niños y creando “jóvenes sin futuro”.

Por esa misma razón las dificultades se trasladaron adentro del taller. Como los niños y jóvenes no paraban de interesarse por nosotros, muchos de sus padres comenzaron a robarnos piezas y herramientas, con la amenaza de que solo las devolverían si nos deteníamos. Eso no solo nos hacía perder tiempo buscando elementos que ya no estaban en el taller, sino que también costaba dinero. Pues había que reponer los materiales que faltaban y, claro está, también los trabajos se interrumpían con más frecuencia.

Eso se acumulaba con los altibajos económicos que sufría el hombre con alas. Él empleaba tanto tiempo estudiando la aerodinámica y sus propios planos, que eso lo obligaba muchas veces a descuidar los trabajos pendientes del taller. Y por más que yo trataba de cubrirlo, la realidad era que no siempre sabía cómo resolver ciertos encargos y casi la mayoría de las veces preferían desistir de darme el trabajo porque, de nuevo, era mujer. Y además se le sumaba el hecho de que tenía solo catorce años. ¿Cómo iba a convencerlos de que dejaran su valioso y prestigioso coche en mis manos? ¿Qué se supone que iba a saber una niñita sobre mecánica?




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