El hombre más triste del mundo

Capítulo I. Máscaras

Se resbalaban mis suelas por el suelo empedrado que estaba fríamente cubierto por el invierno, las calles no se escuchaban, eran calmadas, vacías, excepto por la principal, donde las personas no paraban de andar y andar; multitudes, vulgos, todos sonrientes, parecían tener buenas anécdotas e historias para contar, parecían emocionadas por la Navidad; me daba la sensación de que su alegría era una condición eterna. Sin embargo… se veía todo tan igual, tantos rostros y tan pocos tonos, tanta felicidad que opaca mi melancolía, no puedo culparlos ni reprochar, y aunque el mundo tiene cierta culpa, no tengo la voluntad para explicar.

—Es hermoso, ¿no? —preguntó una voz tenue que, extrañamente, logré escuchar perfectamente.

—¿Qué?... —cuestioné de inmediato, pues tenía la extraña sensación de que dicha voz se dirigía a mí, pero… ¿Por qué?

—Las personas, los humanos, verlos interactuar y pensar en las maneras que se conectan tantas vidas separadas e individuales, es bello. —argumentó la voz y fue entonces cuando me giré a observar su procedencia. Me encontré con un humano, una mujer, no esperaba algo distinto, solo he visto humanos toda mi vida, nada de dioses o seres sobrenaturales… pero aquella mujer tenía algo distinto: Su sonrisa y sus ojos. Observé detenidamente su expresión, jamás había presenciado algo así, sentí que, por primera vez, había hallado la genuinidad de una sonrisa y unos ojos verdaderamente abiertos al mundo, ojos que ven la verdad, que lo saben todo.

Noté que sus mejillas habían empezado a ruborizarse y mis pensamientos cambiaron una vez más, empezaba a confundirla con una verdadera deidad, pero ella mostraba la más pura humanidad, con emociones más transparentes que el vidrio. Y entonces lo entendí: la estoy viendo demasiado.

—¿Acaso tengo algo en la cara? —dudó al dirigir su mano al rostro y rozar con las yemas de los dedos su mejilla.

—No, no, lo siento. Solo estaba… pensando.

—Pude ver eso, ¿qué es lo que pensabas?

—No estoy seguro, ahora que reaccioné mis pensamientos parecen haberse vuelto distantes.

—No seas así… —hizo un puchero—, sé que lo recuerdas.

—Solo… pensaba en que parece un ser humano distinto.

—¿De verdad? ¿Por qué lo dices?

—Creía… creía que la humanidad estaba condicionada a la felicidad, pero ahora que la he visto a usted, las sonrisas de los demás se ven muy falsas.

Su rostro cambió una vez más, a pesar de que mantenía una ligera expresión risueña, ahora parecía que había algo más oscuro, algo con lo que estoy más cómodo: tristeza. Bajó la mirada, estaba decaída, no obstante, no intentó esconderlo como los demás, nunca creí que las personas intentando cubrir sus emociones fueran falsas, era un hábito que tenían todos por igual, supuse que debía ser por vergüenza o miedo a exponerse públicamente ante los demás, pero ella no intentaba encubrirlo, no tenía intenciones de contener nada.

—Tú no… —levantó la mirada una vez más para verme a los ojos—… pareces excepcionalmente feliz.

—Bueno, cada regla tiene su excepción. Esa debe ser, irónicamente, la regla para la regla. —concluí sin ningún tipo de vacilación, y ella rio. Una vez que detuvo su reacción a mi hilarante comentario, agregó:

—Tú tampoco pareces un humano común y corriente.

—Soy la persona más estándar y aburrida que conozco.

—Hm… —se detuvo por un momento—. No, tu cara dice lo contrario. Tienes una gran ambición, una codicia de profundidad incalculable, diría que ni siquiera si tuvieras el mundo entero en tus manos estarías satisfecho. Tienes los ojos de un hombre que lo anhela todo.

Finalizó, y las comisuras de su boca se elevaron, dirigiéndome una plena sonrisa que estremeció la base de mis cimientos, hizo temblar con sutil delicadeza la personalidad que armé para mi bienestar, mostraba un tono en sus mejillas que no comprendía, su cutis enseñaba un reflejo que desconocía. «Esto es consuelo», deduje en mi afanado procesamiento mental, pretendía consolarme sin más palabras para agregar, tal vez intuyó que lo mejor sería mostrar su comprensión y hacer notar que reconocía mi existencia. Fue el primer paso real en la exótica conexión que se forjó entre ella y yo.

Ante el desarrollo tan extraño que había tomado esta interacción que creí efímera e inigualable, no pude evitar sucumbir, como pocas veces había hecho, ante mi deseo constante, mi apetencia por más, sin ninguna intención de poseer, solo siguiendo lo que ordena mi exigente felicidad, aquella a la que renuncié cuando, buscando algo realmente especial, no paré de encontrar fachadas y máscaras por doquier. Si bien quería evitar el final de la charla y, por consiguiente, de esta tambaleante relación que había adelantado únicamente un pie por primera vez, mi mente estaba en blanco, el silencio se estaba robando la escena por cada segundo que pasaba y yo permanecía estático, así que, sin más alternativas en las que pudiera pensar, incurrí en el mayor convencionalismo que mi estúpido hemisferio pudo pensar.

—Y… ¿Qué tal el clima? —solté con mi mejor cara de póquer. Una iniciativa que, por más común que fuese, en este contexto era lo más antinatural que podría haber sido cuestionado. Me resigné, adiviné que este momento iría a mi catálogo de vergüenzas acumuladas, otra más al casillero y se había acabado la conversación, mas ella se carcajeó… O más bien se burló. Su risa cesó al término de un par de minutos, la hilaridad se apaciguaba poco a poco mientras limpiaba sus alegres lágrimas; suspiró, puede que haya sabido que mi pregunta nació de un infundado ataque de pánico, por tanto, ignoró completamente mi interrogante.



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En el texto hay: psicologico, romance, drama

Editado: 28.10.2025

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