El hombre más triste del mundo

Capítulo II. El nombre

Quedaban pocas cuadras para llegar a la residencia de los Hafner, la familia de Amelia. Las luces de Navidad se apagaron, aunque el frío permanecía como un huésped no invitado. Semanas con los residuos del invierno navideño: charcos de nieve sucia en las aceras, guirnaldas marchitas colgando de faroles y un bullicio que ya no era festivo, sino de la reverberación de la energía restante de los infantes, agotada pero todavía vibrante. Amelia y yo continuamos encontrándonos durante este tiempo como quien recoge pedazos de un espejo roto, no para arreglarlo, sino esperando ver algo nuevo.

No era mi primera vez viendo un familiar de Amelia, pero esta vez había sido invitado a una reunión social, una típica costumbre familiar para sentir el calor de tus allegados. Sin embargo, era consciente de que, al menos por el momento, no era más que un muchacho de tierras foráneas, no solo por la consanguineidad, sino por el déficit existente entre nuestros mundos: yo, oriundo del lodo y la mugre, sabedor de la pugna por el poder y la supervivencia, fuereño en las querellas y la diplomacia que son llamadas “charlas de sobremesa”. Desconozco de cenas en compañía y los intercambios conversacionales para actualizarse sobre las vidas ajenas, lo que mi cuerpo gesticulaba con el sudor en mis manos y una sonrisa trémula, pero no tenía más opción que asistir. Amelia tenía… una fuerte voluntad, tan inquebrantable y terca que era imposible escapar de tan trillada convención. No era la clase de fuerza que impone y subyuga; era más bien como la nieve que caía hasta acumularse en distintas capas, y yo, contemplando la hermosura de esos copos caer, acabé totalmente atrapado en la nevada. “Solo será una cena, Caín”, me había dicho la noche anterior, con esa voz suya tan suave como el vaho empañando el lente de mi cabeza, ofuscando mi consciencia con la dulzura de un suspiro, llevándose consigo mi corazón con tal de que yo sostuviera el suyo.

La residencia de los Hafner se erguía entre tanta blanquitud con los tonos apagados y opacos de su fachada de madera. Tablones oscuros y nudosos de gran robustez, con un crujir que daba la sensación de que la propia casa era otro Hafner más, con esas ventanas que desprendían una tenue luz amarillenta observándome detenidamente, tratando de diseccionarme hasta escrutar en el rincón más recóndito de mi interior. Entonces una fragancia me abofeteó fuera de mis escarceos, jalando mis tobillos de regreso al huello junto a la presencia que se situaba frente a mí. Una cálida y familiar sonrisa me dio la bienvenida, tan bella que todo signo de intimidación en mi sistema se esfumó; Amelia se acercó y envolvió mi brazo con los suyos, su temperatura consiguió derretir la frialdad que intenté construir de camino a la vivienda, como soldado mentalizándose para la guerra.

—Hola, te extrañé —dijo recibiéndome con un beso en la mejilla.

—Yo también te extrañé, ¿llego tarde?

—Caín, llegaste exactamente a las 6 en punto como te lo pedí.

—Me gusta ser puntual…

En su rostro figuró una enorme sonrisa de oreja a oreja y tiró de mi brazo para llevarme adentro, pero en la entrada había una persona que, al parecer, ya llevaba un tiempo observándonos en silencio. Si bien tenía una tez morena como la de Amelia, destacaba su cabellera con tonos artificiales que tiraban al color de la ceniza y una expresión tan estoica que podía confundirse con desprecio si no la conociera de antes. Era Clara, la pragmática hermana mayor de Amelia, alguien con una templanza y entereza envidiable, su exorbitante firmeza siempre me hizo pensar que estaba llena de circuitos en lugar de nervios y arterias, que su imperturbabilidad era la antítesis directa de los suspicaces quejumbrosos como yo, y que, por consiguiente, yo no era de su agrado o, mejor dicho, no podía serlo.

—La comida estará lista en una hora —informó con su álgida voz —, y bienvenido, Caín.

—Gracias… —mumuré, pero ella ya había girado en su eje y se alejaba antes de que pudiera terminar.

En cuanto Clara se marchó, el aroma a canela impregnó mis fosas nasales y el débil ruido que provenía del cálido interior de la casa se hacía más claro a cada paso que dábamos por los pasillos enmaderados. Conversaciones superfluas y risas ahogadas como ideas fugaces con la blandura de una burbuja estallando al tener contacto con el mador de mi piel, mezcladas con el crepitar seco de la chimenea como una orquesta propia de estas épocas navideñas. Amelia caminaba un paso delante, sujetando con delicadeza mi mano, mirándome casualmente para comprobar mis expresiones como usualmente hacía.

El umbral del comedor se mostró ante nosotros finalmente, y en este yacía la fuente del runrún que se escuchaba desde la entrada principal: la familia Hafner, ojos tan filosos como los de un tasador observando antigüedades, con semblantes rubicundos y trajes impecables, una familia que, si bien tenía un aire aristócrata, llevaba cierto hálito de cautela esperable de una gatería precavida. El padre de Amelia, el señor Hafner, un hombre de escaso cabello y barba poblada que parecía tallada por la colilla de miles de cigarros me observaba detenidamente, como un relojero desmantelando un aparato averiado. Sus ojos, a pesar de tener matices marrones como los de Amelia, carecían del dulce color avellana de ella, pues él tenía una apagada mirada terrosa.

—Así que tú eres Caín —concluyó con una voz tan solemne y aturdidora como un trueno apagado.

—Sí, señor.

—Tú eres el que se atrevió a ser escogido por Amelia.

¿Pequé de ser osado por ser escogido? No tenía la más mínima idea de cuál podía ser una respuesta adecuada y, en ese lapso de silencio que se extendía por el salón como una sombra, sentí que el aceite chisporroteante de la cocina era un redoble de tambores, y, los presentes, ansiosos espectadores.

—No fue osadía, señor —contesté por fin, rasgando su escrutinio silencioso con mi voz —. Fue suerte… O destino, si prefiere llamarlo así. Amelia me encontró y yo deseaba estar a su lado y seguirla.



#1191 en Novela contemporánea
#1997 en Otros

En el texto hay: psicologico, romance, drama

Editado: 09.11.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.