El Indescriptible Dr. Frank Conrad

«EL INDESCRIPTIBLE DR. FRANK CONRAD»

Corrían los años '30, los carruajes a caballo, varones respetables de la aristocracia y damas distinguidas. Era el pintoresco paisaje social más poderoso y de alcurnia de aquel entonces, no obstante, también existía el lado más oscuro y marginal de aquella época, dentro de ese círculo, un connotado médico y científico dedicado a los más desposeídos hacia noticia con un misterioso descubrimiento, su nombre, Dr. Frank Conrad L., conocido en el medio como el 'Resucitador'.

El 23 de marzo de 1932, los diarios oficiales destacaban en sus columnas noticiosas el mayor descubrimiento de la historia, a manos de un excéntrico médico quien padecía de enanismo hipofisiario y que de la noche a la mañana se convirtió en un connotado médico de ciudad.

El Dr. Frank Conrad Luther había dedicado gran parte de su tiempo en investigar los mecanismos que originaban la vida en el interior del ser humano con el claro convencimiento de que podría hallar, a través de sus experimentos, el eslabón perdido en la cadena genética sobre el aceleramiento y retardo celular permitiéndole así al género humano y a cualquier especie una segunda oportunidad, volver de entre los muertos.

Su virtuosismo científico y su letrada curiosidad por el ocultismo, dieron como resultado la creación de una impresionante máquina de fina confección gótica, la cual, mediante un mecanismo de ondas cerebrales y sustancias químicas experimentales, podía regresar a la vida a cualquier ser viviente conocido, independiente del tiempo y condición en el que halla transcurrido su deceso. La máquina fue bautizada como 'Lázaro'.

Largas filas de gente con ataúdes y animales domésticos fallecidos se podían apreciar en las afueras de su consulta. Quienes tuvieron la oportunidad de pagar la módica suma de dinero por traer de vuelta a su apreciado ser, relataban lo impactante y perturbador que les parecía el procedimiento y forma en que sus difuntos regresaban a la vida. Habían casos extremos muy penosos de gente que iba con sus familiares o animales prácticamente mutilados a la consulta, a los cuales simplemente, por "cordura y ética social", el doctor no podía llevarlos al interior de la máquina, explicando las razones y riesgos de tamaña aberración, otros casos simplemente eran, por decir lo menos, aterradores y macabros ya que los cadáveres pertenecían a famosos o desconocidos asesinos y psicópatas que habían sido ejecutados y que la policía solicitaba su exhumación y resucitación para gestar nuevos juicios en contra de ellos.

Tal fue la fama del doctor Frank durante los días siguientes, que su reconocida reputación de médico milagroso había traspasado las fronteras de su país, su pequeña consulta en los barrios modestos, ahora se había trasformado en una magnánima torre barroca con exuberante arquitectura fina y esculturas alusivas a la transición del hombre hacia la muerte. El fervor acaecido hacia su persona atraía tal cantidad de adeptos, que no se hicieron esperar también los innumerables detractores, de los cuales, el más destacado contrario a su trabajo y ejercicio científico, era el aristócrata doctor Marcus Beckham, quien desde los inicios y puesta en marcha de la máquina Lazaro, estuvo contrario a experimentar con seres humanos y sobre cualquier criatura viviente ya que a su juicio transgredía el diseño y equilibrio preconcebido de Dios. A pesar de sus innumerables protestas, denuncias y demandas en contra del doctor Frank, estas no fueron suficientes para acallar el enorme éxito de aquel extraordinario descubrimiento que por lo demás tenía el apoyo incondicional del estado y del poder judicial.

El doctor Frank, por su parte, contaba con un selectivo grupo médico de excelencia que tenía, por lo demás, igual condición física que él. Su afamada y excéntrica esposa, la doctora Margaret, era la encargada de recibir y agendar cada una de las consultas y solicitudes llevando un exhaustivo control y registro por edad y sexo de todos quienes fueron y serían 'resucitados', en tanto el resto del personal médico se preocupaba de los procedimientos y de que la máquina en cuestión funcionara sin inconvenientes, la cual requería de cinco personas calificadas para su normal accionamiento y función.

Al cabo de un año, las resucitaciones habían alcanzado más del tercio de la población causando un desequilibrio económico y social de proporciones. Este fenómeno generalizado fue la carta de impulso que aguardaba el doctor Marcus para avasallar la excelente reputación del doctor Frank. Pancartas, gritos de desapruebo e innumerables manifestaciones por las principales calles de la ciudad se vieron reflejadas también fuera de sus límites. La inquebrantable reputación del médico milagroso y su máquina habían decaído.

Fueron días difíciles y controversiales para Frank Conrad y su grupo médico, constantemente recibían llamadas y cartas anónimas con amenazas de muerte. El peso social de los detractores tenía un repunte ya considerable, a la cabeza estaba el conocido doctor Marcus quien ocupaba en los medios de comunicación líneas y extensos párrafos sobre sus puntos de vista y sobre la imagen que tenía del Dr. Frank Conrad L. y su máquina.

Una noche, estando a solas en su laboratorio, el doctor Frank revisando algunos textos de su valiosa y colosal biblioteca, halló entre dos escondidas gavetas, unos escritos que hablaban sobre rituales africanos y magia negra para prolongar la vida, entre esos, un polvoriento y pequeño libro de cuero con un minúsculo cráneo humano incrustado en su tapa más diminuto que la palma de su propia mano, entre sus gruesas páginas, había un misterioso párrafo con símbolos y figuras paganas escrito en una lengua muerta pero que no era del todo desconocida para Frank dado su afanoso gusto por el ocultismo.

El texto hablaba sobre una pócima que era capaz de conseguir la vida eterna, y de como, mediante exóticos ingredientes, se podía obtener tan indescriptible resultado, sin embargo, las últimas líneas de aquel misterioso párrafo subrayaban una inquietante advertencia, y era que tal magnífica y aterradora preparación, podía provocar lisillanamente la aniquilación progresiva del cerebro y la extracción corpórea del alma la cual desaparecería por completo, obteniendo como resultado un ser sin memoria ni descanso eterno. Tan angustiante consecución hicieron que Frank lanzara el pequeño libro por entré unas cajas para su posterior olvido, sin embargo, al cabo de varios minutos de reposo y silencio, sus pensamientos se inundaron con extrañas imágenes y pretensiones, su vocación médica y su instinto científico, le hicieron concluir que bien podría valer la pena un intento más osado que el que ya experimentaba con su creación, la máquina Lázaro. Frente a tal desafío impuesto por el mismo, se dirigió hacia donde había lanzado el misterioso libro cogiéndolo y guardándolo en uno de sus bolsillos para un análisis posterior más detallado. Repentinamente, la luz del laboratorio y de la increíble torre magna se apagaron. Por una de las ventanas se lograba apreciar la llegada de una tormenta eléctrica. Frank salió de la sala como pudo ayudado del destello de los relámpagos quienes lo condujeron hasta la salida, la lluvia copiosa había comenzado a aparecer.




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