El Jefe de mi Esposo

Capítulo 8

Adam tomó el segundo trago, mientras no dejaba ni un solo segundo de pensar en Sarah. Ayer mismo, la mujer a la que iba a pedirle matrimonio le dejaba sin ninguna nota y hoy la vida le mostraba cómo Sarah vivía una hermosa vida de fantasía que siempre había soñado.

Sarah era la chica con la que había crecido. Estaba seguro de que esos ojos inocentes únicamente sentían amor por él, pero no había un solo día en el que no se sintiera molesto por su carácter amable. Ella era todo sonrisas, le encantaba ver a sus amigos y no podía olvidar los brillos. Con ella tenía que haber algo que tuviera brillo. Estaba llena de energía junto con esa fascinación de tener sueños a corto plazo que de alguna manera siempre haría posible.

Recordaba haber querido casarse con ella, pero ahora todo estaba perdido en el tiempo. Recordó haberse enfadado mucho cuando le trajo aquel reloj tan caro. Sólo un estúpido maniático gastaría seis meses de sus horas extras en un regalo.

Seguía admitiendo que tenía razón al dejarla. Pero ahora, con toda esta riqueza, no podía comprar a una mujer que estuviera tan enamorada de él como Sarah para que hiciera turnos extra por él.

Tragando su bebida, miró su teléfono y se rio porque ni siquiera tenía sus fotos. Borró todos esos momentos en algún momento y recordó haber tenido la suficiente confianza para pasar de Sarah para siempre.

 Por supuesto, fue difícil para él también, pero sabía que podía pagar ese precio. Dejarla por sus ambiciones fue fácil. Y, ahora viéndola en los brazos de otro hombre… Sólo la idea era suficiente para hacerle sentir inquieto.

Sonrió preguntándose si Sarah sería feliz esta noche.

Había conseguido presumir de su marido y de su vida felizmente casada ante su ex.

Adam observó el reloj para darse cuenta de que eran las doce de la noche. Su cumpleaños había terminado.

Este definitivamente había sido un día de verdad.

Comenzó con la partida de Andrea y terminó con la llegada de Sarah. Sólo si Andrea no hubiese ido, podría mostrarle a Sarah con qué tipo de chicas salía ahora. Y, entonces se acordó del momento en que Sarah dijo que su marido era todo lo que él nunca podría ser. Se preguntó a qué se refería ella. ¿Era mejor en la cama? No, no, no, no…

—Es un perdedor… Un perdedor Sarah. Tú... te has olvidado de mí. Ha pasado tanto tiempo —No dijo nada a nadie y puso la cabeza sobre la mesa.

Su infancia estuvo llena de Sarah. Su madre le dijo una vez que, pase lo que pase, Sarah no le dejaría. Si su madre estuviera viva hoy… podría haber visto lo fácil que era para Sarah seguir adelante. Pero no importaba, él no podía darle la ventaja. Tenía que arreglar algo de inmediato.

Al día siguiente se metió en el perfil de empleado de su empresa para buscar a Max Dawson. Tenía treinta y tres años y tres trabajos mencionados en su historial. Adam se quedó mirando donde se mencionaba su estado civil de casado. Se le crispó la cara al mirarlo y se inclinó en su silla sujetándose la cabeza. Ni siquiera era guapo. ¿A ella le gustaba por la forma en que habla? Sí, podría ser de uno de esos que saben parlotear todo el tiempo.

La noche pasada rondaba por su mente y por lo que recordaba, su marido estaba emocionado por conocerlo. Y, era una pena que no viera a Max hoy.

—¿Linda? Quiero que traigas al Sr. Dawson a mi oficina. Por lo que sé, trabaja en nuestro servicio de atención al cliente y ha sido contratado recientemente aquí —Su teléfono zumbó en el momento en que cortó la llamada.

—Sr. Cross… —Sabía que Nelson iba a recordarle su reunión de la junta directiva, pero se apresuró a cortarle.

—Descarta la reunión de esta semana. Prográmela para… ¿Mañana?

—Señor Cross… mañana es fin de semana.

—¿No hemos tenido estas reuniones en fin de semana antes? —Adam cortó la llamada y volvió a llamar a Linda—. Trae galletas y café a mi oficina cuando llegue el señor Dawson…

Adam ya había notado que Max era alguien que podía hablar. Y, quería saber con qué tipo de persona se había casado Sarah. Quería ver por qué lo había elegido a él.

—¿Sr. Dawson? —Adam se inclinó en su silla y puso su sonrisa perfecta en su boca.

—Hola, Sr. Cross —respondió Max antes de mirar a su alrededor para ver su oficina.

—No, llámame Adam… ven a tomar un té… —Dos de sus asistentes entraron con té y galletas en el momento—… He pensado en invitarte a ti también a pasar un buen rato. Espero no haber interrumpido tu día.

—Debes estar bromeando. Eres el dueño de este lugar. El trabajo es tuyo —Max se dirigió lentamente a la silla y Adam se levantó de la suya, para caminar y se sentó frente a él.

Entonces Linda preparó el té para Max y preguntó:

—¿Azúcar?

—Una media cuchara servirá, gracias —Adam torció la boca al ver que no le daba importancia al hermoso cuerpo de Linda. Parecía que no era un mujeriego o que estaba tratando de poner su mejor comportamiento.

—Entonces, Max… cuéntame sobre ti —Comenzó Adam y Max sonrió.

—No hay nada sobre mí. Ya has conocido a mi esposa, Sarah… —Adam trató de mantenerse indiferente, pero su boca se secó en un instante ante la mención y traerlo aquí parecía una mala idea ahora.




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