Era un día cálido de verano cuando Marina se encontró caminando junto a Cassian por la orilla del río, el sol empezando a ponerse en el horizonte y tiñendo todo de tonos anaranjados. El aire estaba impregnado de la frescura de la brisa, y el sonido de las olas rompiendo suavemente contra las rocas marcaba el ritmo de sus pasos. La sensación de paz era el perfecto reflejo de lo que solían ser: una pareja unida, soñando con el futuro.
—¿Alguna vez has pensado en lo que vamos a hacer cuando termine la universidad? —preguntó Marina, mirando a Cassian con una sonrisa que mostraba más esperanza que certeza.
Cassian la miró con ternura y una sonrisa, y sin pensarlo, tomó su mano.
—No tengo ni idea. Pero sé que quiero estar contigo, Marina. Siempre.
Las palabras de Cassian la hicieron sonrojar y su corazón latir más rápido. Había algo en él, algo que la hacía sentir que nada podría separarlos. De hecho, en ese momento, no podía imaginar una vida sin él. Había algo tan especial entre ellos, algo que trascendía el simple amor juvenil, algo que los conectaba de una forma tan profunda.
De repente, el teléfono de Marina vibró en su bolso. Al principio pensó que era un mensaje sin importancia, pero al ver el nombre en la pantalla, sintió un escalofrío. Era la señora Lincoln, la madre de Cassian. Nunca había sido amable con ella, y sentía una presión constante cada vez que la mujer la llamaba. Contestó con una mezcla de nervios y aprensión.
—Hola, señora Lincoln —dijo Marina, su voz un tanto tensa.
Al otro lado de la línea, la voz de la señora Lincoln sonó fría y calculadora, como siempre.
—Marina, quiero verte ahora —dijo, sin ningún saludo de cortesía. La mujer no esperaba una respuesta, sino que simplemente daba una orden—. Ven a mi casa, no te hagas esperar.
Marina no tuvo tiempo de cuestionar, solo colgó y miró a Cassian con una expresión preocupada.
—¿Qué pasa? —preguntó él, viendo cómo la tensión se apoderaba de Marina.
—Nada, solo... —Marina trató de sonar tranquila, pero sabía que debía ir. Era mejor evitar que Cassian sospechara algo—. Voy a ir a hablar con tu madre.
Cassian la miró, pero no insistió. Después de todo, su relación con su madre siempre había sido complicada.
Marina se despidió y, con el corazón pesado, se dirigió hacia la casa de la señora Lincoln, sabiendo que algo importante iba a suceder.
Cuando llegó a la casa de los Lincoln, la señora la estaba esperando en la sala, sentada en un sillón, como si estuviera esperando que Marina se arrodillara. La mujer la observó con frialdad, como siempre lo hacía, sin mostrar ni un atisbo de emoción.
—Marina, siéntate —dijo la señora Lincoln, sin levantar la vista de su libro.
Marina, con el corazón en un puño, se sentó frente a ella, tratando de mantener la compostura.
—He estado pensando mucho sobre ti y Cassian —comenzó la señora Lincoln, finalmente mirando a Marina con una expresión severa—. Y tengo que decirte algo.
Marina tragó saliva, sabiendo que lo que venía no sería nada bueno.
—Cassian tiene una oportunidad que no puede dejar pasar —continuó la señora Lincoln, su tono frío y calculador—. Una beca completa para estudiar en el extranjero. Es lo que siempre ha querido, y tú... tú eres el obstáculo.
Marina sintió como si un peso cayera sobre ella. ¿Qué estaba diciendo la señora Lincoln? ¿Era eso lo que quería? ¿Destruir su relación por completo?
—No entiendo... —dijo Marina, incapaz de ocultar el temblor en su voz—. Cassian no quiere irse, él quiere estar aquí conmigo.
La señora Lincoln sonrió, pero fue una sonrisa cruel.
—Oh, querida, no seas ingenua. Si Cassian se queda aquí, perderá toda oportunidad de tener un futuro brillante. Y yo no permitiré que seas la razón por la cual mi hijo fracase. Si tienes algún interés en su bienestar, deberías dejarlo ir.
Marina tragó saliva, el miedo y la impotencia haciéndola sentir pequeña en ese momento. La presión sobre ella era insoportable.
—Pero, ¿por qué estás haciendo esto? —preguntó Marina, la voz quebrada—. Él me ama. No quiero que se vaya, ¿por qué no puedo estar con él?
La señora Lincoln la miró fijamente, su mirada implacable.
—Si tú realmente lo amaras, sabrías que lo mejor para él es irse. Pero, no te preocupes. Yo te ayudaré a que lo deje, Marina. No te preocupes, lo harás por su bien. Lo que tienes que hacer es simple: hazle creer que lo has estado engañando todo este tiempo. Hazle creer que nunca lo amaste. Dile que no eres la mujer que él cree que eres. Y después, te aseguro que él se irá. Él no podrá quedarte si está roto por dentro.
El horror se apoderó de Marina. ¿Cómo podía hacerle esto a Cassian? ¿Cómo podía destruir su amor, su confianza, de esa forma? Pero sabía que la señora Lincoln era capaz de cualquier cosa, y que si no lo hacía, ella arruinaría por completo su vida. La amenaza era real, y la mujer no estaba bromeando.
La señora Lincoln vio la indecisión en sus ojos y sonrió.
—Hazlo por él, Marina. Hazlo por su futuro. Y te aseguro que él te lo agradecerá algún día. No hay otra opción.
Marina se quedó en silencio, los pensamientos agolpándose en su mente, pero sin encontrar una salida. Sabía que no podía hacer lo que le pedían, pero también sabía que no podía enfrentarse a la ira de la señora Lincoln.
Finalmente, Marina asintió, derrotada.
—Lo haré —dijo, su voz temblando, aunque la palabra “lo haré” parecía más un susurro de muerte que una promesa.
Esa misma tarde, Marina encontró a Cassian en su apartamento, esperando ansioso por verla. Sus ojos brillaban de emoción, pero Marina sabía lo que debía hacer. El amor que ella sentía por él aún era inmenso, pero ya no podía quedárselo. Debía destruirlo para que él pudiera marcharse, para que su madre tuviera lo que quería.
Cassian la abrazó, la envolvió en sus brazos con una dulzura que hizo que el dolor fuera aún más insoportable.